viernes, 21 de diciembre de 2007

La Respuesta II




El lodo que se mete entre mis dedos es casi insoportable. Un hedor putrefacto nace de las ciénagas y deja a relucir la potencia de los venenos del alma, culpa la llaman los vientos que juguetean en rededor mío. Y aúllan, y sacuden el ambiente con júbilo pequeño, como si intentasen disminuir o disimular los fétidos aromas del lodazal. Yo solo me fugo de este pantano, pero manos cadavéricas surgen para impedir mi retirada, y desde el fondo de sus gargantas vomitan y salpican el ámbito con una lastimera y repetitiva palabra, que se convirtió, a poco, en el coro omnipresente de esta vil situación; ¡culpa! Y como si el infierno fuera poca cosa, un terror de mil demonios mortificaba mis pensamientos y sensaciones con su aborrecible presencia. Lastimaban mi piel y mis oídos, pero hacían lo propio aún en peor medida con los putrefactos seres que me impedían la huida. Los demoníacos entes simplemente se desvanecieron en una hecatombe de sangre hirviente, simplemente ya no estaba ahí, sino en algún sitio alejado de cualquier cosa. Aún sentía presión sobre mis extremidades, y eso me sorprendió aún más, pues me había percatado de mi nueva capacidad para sentir. Aún ignoro si los enviados de los infiernos habían ido a mi rescate, o si salí librado por una fortuita coincidencia en medio de una voraz batalla entre los habitantes de los fangos infectos y los diablos del submundo.
Quizá el frío de tus manos no me importó, pues te sentía de cualquier modo. Descubrí que podía sentir aquí y del otro lado. Es difícil ser un semi cadáver. Tus dedos se enroscaban entre los míos y se me antojaron melancólicos, como solo podría serlo un alma invadida por el frío del desasosiego. Entre palabra y palabra que pronunciabas cerca de mi rostro, un beso poco significativo y suave, frío también, me acariciaba los rígidos labios. No hubo lágrimas, ni tuyas ni mías, de cualquier forma, mis lagrimales estaban “fuera de servicio”.
El gas que corre por mis venas se tornó frío cuando el hálito de otros condenados llegó al sitio que se encuentra en el envés del mar de pesadilla. Condenados a vagar y existir siempre ahí. Yo también era un prisionero del sueño, y de no tener las necesarias precauciones podría sufrir un destino similar. Los vi ser lanzados desde los majestuosos cielos, desde donde espesas nubes violáceas contemplan lascivas el paisaje que se encuentra en rededor suyo, malditas voyeuristas, y al ir cayendo a los condenados reinos del olvido del mal sueño se quemaba su piel etérea, se desfiguraban sus rostros, y se retorcían en agonía espantosa. No deseo imaginarme el cómo se ganaron aquel cruel destino. Las decisiones suelen ser equivocadas y no existe redención a ellas, al menos, no de este lado. El otro lado es aún más inmisericorde, pero con castigos más livianos en comparación. Uno desea viajar al sueño, ignorando que el sueño puede convertirse en temible pesadilla.
Aún mis párpados son cosa inútil. Y simplemente hay blancura a mí alrededor. Si tan solo el aire fuese mío, conseguido por mi propio mérito. Pero es artificio del ingenio humano el que me mantiene atado al mundo que no he pedido como morada. No culpo ni reniego, es solo que deseo que lo que por tanto tiempo he buscado se haga presente, al fin, de un momento a otro. Aún cuando eso significase mi ruina.
Por fin he llegado, el torrente de arena, la corriente en el centro. Ignoro su ubicación, tal vez no exista tal, quizá es solo un momento en el espacio y tiempo que se repite periódicamente o de modo completamente aleatorio a nuestros prejuicios. Y sin embargo, a pesar de todas mis lucubraciones acerca de su naturaleza, lo siento, lo contemplo, como solo lo etéreo puede ser visto por lo etéreo. Una vez, en algún lugar y situación que no me molestaré en recordar, escuché que la realidad es independiente del sujeto cognoscente, y eso es lo que sucedía con la fuente de todas las arenas que ahora se encontraba en mi presencia. Y es que por más suposiciones que se me pudieran ocurrir sobre su origen y naturaleza, jamás podré adivinar la realidad. Solo me resta describir, en verdad solo me queda eso, pues mis suposiciones se han visto subyugadas a la ignorancia que me ata al simple acto de observar. El centro es brillante, con destellos fluorescentes en colores tan variados que el ojo humano no podría reconocer ni distinguir. Los vapores surgían desde el fondo torrencial, como… No creo encontrar una comparación. Es como mil millones de auroras australes hechas de diminutos diamantes policromáticos en actitudes extraordinarias, danzando en una espiral de brazos hinchados de fuerza, conteniendo en cada uno de ellos los aromas de épocas pasadas, de recuerdos en vigilia y en el territorio del sueño, sentía todo lo que había sentido en toda mi vida a un tiempo, sentía aquella tristeza que me invadió cuando vi marcharse a mi padre a los cinco años de edad, sentí aquella alegría del primer amor en la secundaria, sentí la ira contra aquel abusón en la niñez, sentí la impotencia de quien quiere cambiar al mundo y resolver las injusticias, la excitación al sentir la piel de una mujer desnuda con mis propias manos, sentí y sentí mil cosas más, sentí y percibí los aromas que han invadido mi ambiente durante mi vida, el chocolate, la canela, el cigarrillo, la tierra mojada, que con los sonidos que palpitaban todos juntos en mis oídos, formaban un cúmulo casi insoportables de sensaciones, a pesar de lo que pudiera pensarse, cada sonido era perfectamente distinguido por separado a pesar de ser percibidos al mismo tiempo, tales podían ser tan agradables como el canto de una madre, el sonido de campanitas en un cobertizo, la melodía de pájaros madrugadores o una melodía en un lejano piano, o bien algo más desagradables como el sonido de un grito aterrador, la sirena de ambulancias, gotas cayendo sobre el aluminio, o el estallido de un arma de fuego. Sabores múltiples en la lengua, el sabor de mi propia sangre, del dulce chocolate, de tus pezones jugueteando en mi lengua, de tus labios, de algún limón alguna vez degustado o de un lejano vino, el sabor del polvo al caer al suelo o el sabor desagradable de las pastillas. Pero nada superaría a la vista, es este el sentido que más necesitamos y del que más nos jactamos los seres humanos, es el sentido que regularmente nos hace cometer más errores y menos aciertos y es el sentido en el que, paradójicamente, más confiamos. Lo que vi en ese momento era todo, y por todo me refiero a cada una de las imágenes que pasaron ante mis ojos a lo largo de mis años. No intentaré describirlas, como he hecho con los otros sentidos, pues no doy crédito a lo que me he visto obligado contemplar, y prefiero no repetirlo en mis palabras. Todo, todo ello y más contenía en su interior aquella sustancia, objeto, lugar o lo que sea que fuere o de lo que se tratare el centro torrencial de las arenas, como se le había nombrado de este lado de la realidad. En ese momento era capaz de entender cada uno de los secretos de la vida, o al menos de la mía, se trataba de una especie de espejo en el que te contemplabas tal cual, y eras capaz de sentir la historia, y de augurar tu destino de entre tantos posibles que pudiesen surgir de repente. Me gustaría quedarme un poco más ahí, un poco menos de ese lado en el que me aguardas, tal vez más a mí que a la respuesta que te he prometido, pero ahora ya no depende de mí, es una pregunta que debe ser contestada aún contra mi voluntad, o la tuya, o la de Dios. De no ser así, el universo, la existencia en su más pura esencia perdería su sentido, su razón de ser, y ya sin propósito no habría más por qué existir. Y de pronto la respuesta, ansiada aparece en forma de esfera de brillante luz en el centro del infinito remolino galáctico y multicolor. La trato de tomar con mis dedos, pero esos se evaporan nada más tener contacto directo con la respuesta que brilla con la potencia de mil estrellas, o de dos mil novecientas cuarenta y una, en cualquier forma era mucha luz, al menos en apariencia. Al darme cuenta de que ya no tenía manos con que sostener esa esfera que contenía o era en si la respuesta que deseaba me abalancé sobre ella con todo mi cuerpo, perdiéndolo en el acto. Y me desvanecí en el interior incierto de la luminosa esfera.
Las máquinas que estaban conectadas a mi, pronto detectaron una alteración, se hizo la alarma, y se formó una carrera contra el invencible tiempo y un supuesto ataque del que mi corporación carnal era presa, lo sentía todo, cada uno de los aparatos tocándome, los hombres de blanco manoseándome y agujas que contenían sustancias que supuestamente ayudarían a controlar, mas no a resolver, la situación. Intentaba simplemente hablar, pero debido a un terrible entumecimiento de mis cuerdas vocales tan solo era capaz de jadear, de lubricar el espeso, tenso y desesperado ambiente con súplicas escuchadas casi en susurros dolientes y entre todo el ajetreo eran, por tanto, prácticamente inaudibles y pasados por alto. La situación empeoraba, cada vez más, a cada momento, las decisiones eran cada vez más apresuradas y equivocadas, pero el efecto de alguna droga antes administrada comenzó su manifiesto, casi al instante en que pude al fin responder, pero mis palabras fueron entorpecidas por esos mismos químicos y tan solo se escuchó un alarido desasosegador. Se determinó que había salido de aquel coma en el que yo mismo me había sumergido con el fin de encontrarme en la tierra del ensueño y encontrar en ella el centro de todo , el torrente de las arenas, la fuente de todo lo que puede existir en nuestra mente y por tanto en la realidad. Pues no existe realidad más cierta que aquella en la que estuve andando y peregrinando, y esto que llamamos realidad es solo el sueño de un lejano sueño del que podemos despertarnos en cualquier instante, somos ignorantes ante tanta verdad, tan abundante, tan escondida, y somos tan conformistas al creer que al perdernos en el sueño vivimos tan solo ilusiones sin darnos cuenta de que en realidad es nuestra vida, ilimitada lo que experimentemos y de este lado solo hay falsedad, lo etéreo nunca fue tan real. Días después pude al fin comunicarme verbalmente con tigo, y pude darte la respuesta. “Soñar es existir, que es más importante que vivir, al soñar somos nosotros tal como debemos ser, y no el producto de la imagen que nos da la carne”. Te he respondido, te he brindado el fruto de todos mis pasos invisibles del otro lado de la frontera onírica. No se por que sucedió lo que sucedió después, pero ya no es tan importante, el propósito ha sido cumplido, y lo que venga ahora es solo la inevitabilidad del devenir tan siniestro como suele serlo. Luego de un nuevo ataque he quedado conciente, pero completamente paralizado, con la capacidad para mover solo un par de mis dedos, se que pronto dejaras de venir, se que te olvidaras de todos aquellos placeres carnales que alguna vez te he brindado y que me tendrás como un mudo confidente o como un recuerdo que desearas olvidar, pero es algo que me preocupa tanto como el clima de neptuno para un pigmeo australiano. Pues ya sin propósito en este plano soy libre, un agente libre por fin, de las ataduras de la realidad diaria en este lado de la barrera onírica. Esta limitación física es solo apariencia de impotencia, del otro lado soy libre y feliz, soy el amo absoluto. Capaz de viajar entre los mares de las pesadillas y resultar victorioso, capaz de sumergirme en las orgías más extrañas y pútridas y resultar divertido y libre de mancha alguna, soy dueño de aquéllas ciénagas que alguna vez me apresaron y dialogo con los demonios de sangre hirviente con los que antaño he tenido algún encuentro. Visito cuando me plazca el palacio execrable de fachada adorable y pulcra que alguna vez contemplara. No debes compadecerte de mí, que ahora soy libre, y te visitaré siempre en tus sueños, porque ahora pertenezco a ellos como el mismo Morfeo alguna vez lo hizo. ¿Recuerdas la rígida sonrisa que ostentaba en mi coma autoinducido? Pues ahora también la tengo, pero esta vez es solo verdad.

martes, 28 de agosto de 2007

Yukoku - Yukio Mishima Harakiri scene

Enfrentando cara a cara a la muerte. Sepuku...

La Respuesta


La respuesta

En una ocasión me preguntaste si soñar era tan importante para vivir. Te pido perdón por no haberte contestado desde antes, te pido perdón por ser un iluso, por desaparecer tanto tiempo sin explicación. Ha sido con un buen motivo. Sin embargo hoy he de responderte. Difícil, pero no lo suficiente como para no sobrevivir, ha sido encontrar respuestas a las preguntas que nacen en el mundo del sueño, es regularmente más difícil salir que entrar. Cuando ahondé en el foso de nubes negras y púrpuras sentí que la respiración ya no tenía importancia ni sustento. No importaba sentir, no importaba el aire a mí alrededor, pues ya no existía tal. El hilo se introducía a mi boca poco a poco y sabía a metal, a plata, amarga y suave también. Al entrar todo en mi boca y atravesar hasta mi garganta una reacción oniro-química encendió un fuego en lo que suponía era mi corazón, pero, como mi respiración, los latidos ya no importaban, podían no existir y sin embargo seguir aquí. La oscuridad se extraviaba en las chispas luminosas y un entorno se hizo presente. Logré sacar la cabeza del mar, estaba ahogándome, no era agua en lo que nadaba, eran los sudores de la pesadilla, el miedo en su más pura forma. Y yo pataleaba para liberarme de los que me arrastraban al fondo, eran descarnados, con nariz de simio. Sentía la extinción en mi espalda, pero un poderoso remolino hizo retroceder el miedo y pronto quedé libre, alzado por la fuerza de eso que me arrastraba, girando a una velocidad tremenda casi irresistible que holgaba mis facciones por la presión ejercida.
No sabía en donde estaba, en que oscuro sitio me encontraba, pero entonces abrí los ojos y al cerrarlos veía lo mismo, los parpados no me impedían ver la realidad, no podía evitar ser testigo, no podía evitar ser un instrumento de vigilancia y contemplación.
Ahora yo solo existía en el sueño y la realidad como una unidad, como un solo universo de sustancia sinuosa y sensible. ¿Qué podría importar el mundo de antes, aquel que entre lumbre perversa, guerras inmisericordes, sensaciones imperdonables y culturas de superficialidad antes que entrañas reales, que solo te ofrecía esperanzas falsas?
¿En que me he convertido? Es una pregunta falsa. Siempre he sido, siempre he existido, es solo que no lo había descubierto. Es como caminar con un pié en el mar y otro en el completo vacío. Soy infeliz aunque eso no sea noticia nueva, soy etéreo, y existo tanto en el sueño como en la realidad.
Tubos donde se transporta vida están encarnados en mi alma física, aquella que está manchada de sangre en su interior, aquella que siente. Mientras en otro lado, uno muy lejano atravesamos las más impresionantes tierras y montañas, los valles más exuberantes, los más dorados ríos que desembocan en mares de vapores plateados. Todos nosotros, los prisioneros del sueño, errantes, vagabundos, caminantes y deambulantes de reinos aún no inventados y poco recordados por los que alguna vez los nombraron, o creyeron hacerlo. Éramos esclavos con cadenas de éter, con vendas hechas de párpados cercenados del Argos, tan solo para evitar que veamos lo desagradable, más allá de la belleza de todos los imperios oníricos que visitábamos y por donde vagábamos.
El aire que entraba a mis pulmones de carne no era mío, no me pertenecía, y yo quería escupirlo de mi cuerpo, vomitarlo junto con mi sonrisa perpetua y rígida que no me dejaba expresar más que lo que sentí una sola vez en todo un infinito. Escuché tus llantos y sentía tus dedos, pero no podía hacer nada al respecto, no quería hacer nada aún, me lo impedían tus lágrimas y mi sudor.
Mientras arrancaba las flores que crecen sobre las rocas entre musgo y hongos de algún valle sin nombre, cerca de un lacustre reino, donde crecían bambúes y papiros sumergidos en los lagos, sentía que rasgaban mi piel, como si estuviera siendo pinchado por alguna invisible espina. No vi sangre, como ya era costumbre en ese conglomerado de reinos y ducados de ensueño, todo era gaseoso, incluso mi sangre, en mis venas corría éter, y en mi mente no había nada. No importaba, no interesaba. Estaba ahí solo por una pregunta y estaba condenado a contestarla. Mientras notaba eso, la flor perdió sus pétalos uno a uno, sacándose primero y luego cayendo al suelo, cerca de mis pies, el último pétalo dejó correr una gota de sangre desde los pistilos. No entendía aún el porqué, pero tenía la enfermiza seguridad de que era sangre de mis venas.
Las gotas del suero se disolvían entre mi organismo al atravesar mi piel metido en ese minúsculo conducto metálico. La mujer de blanco iba y venía con pasos apresurados, como temiendo a la lentitud, como darse tiempo para estar solo un momento quieta y darse cuenta de que su vida era depresiva y sin sentido. Pero tu mirada enrojecida e hinchada me mantenía de algún modo misterioso junto a ti, aún cuando no importara si mis párpados servían o no.
Después de mucho andar, no dándome cuenta si utilizaba los pies para ello, o si tenía pies si quiera, descubrí un sendero empolvado y gobernado por musgo y tiempo desperdiciado. Luego de acabar el sendero distinguí en el sinuoso horizonte lo que parecía ser un formidable bastión, de un blanco pulcro y sin ninguna mancha. Representaba todo lo que yo nunca podría ser. No intenté acercarme, no quise, sentía miedo. Rodee la construcción pero al otro lado de esta no había nada, el sol huía de ese sitio, no había luz y la construcción era negra y ruinosa, lo que había contemplado era solo una fachada falsificada de lo que podría ser en verdad la verdad.
Siempre se me habían hecho tristes los hospitales, siempre se me habían hecho fríos y deshumanizados en sus fachadas, es increíble que la vida de muchos dependa de hombres con máscaras de rigidez perpetuas en un edificio tan gris y frío, inmisericorde como solo la muerte puede serlo. Ironías de esto que llamamos civilización.
Los pilares de un templo púrpura se encontraban tirados en el suelo, ahí donde antaño descollaban a las alturas, y desafiaban a la gloria rascando el ombligo del cielo. Podía ver el pasado de ese templo desde la perspectiva de un cristal azul, y también el destino de ese mármol violáceo con solo poner mis ojos detrás de un cristal rojo. Pero había también un cristal verde, al acercarme y observar a través de él noté que había un bacanal de proporciones olímpicas donde danzaban sátiros, lobos, hombres con laureles en el pene, y mujeres con tres pares de tetas, la orgía rebozaba de pecado, de licor y vino, de lenguas húmedas, de garras con sangre ajena y propia, de ratas paradas en cruces con la cola enredada en el cuerpo del barbudo crucificado, de todo lo que podría ser asqueroso y excitante nombrar. Solo me alejé. No por que no quisiera verlo, sino por que intenté no acercarme a aquellas sensaciones a las que había renunciado antes. Ahora no tenía sexo, ni sentía deseos de ello, no podía sentir el sabor del vino en mi boca, era incapaz de escuchar música alguna, pues mis oídos solo percibían el vibrar que se produce con el maravilloso resonar de las cuerdas de un onírico Orfeo. Pero no me desanimé ni un instante, porque no tenía razón para ello. Solo continué y dejé los cristales donde los había encontrado. Tal vez era lo mejor después de todo, dejar atrás lo que no podemos comprender, o lo que hemos perdido, por dedición o por estupidez, que suele ser lo mismo.
Es como si mis pulmones no fueran míos, es como si mi piel fuera ajena, prestada. Siento que estoy hueco, tal vez acorralado entre sábanas blancas, ásperas, casi tormentosas. Y mientras tanto, un líquido entra en mi torrente sanguíneo contra mi voluntad. Hoy no encontré tu mirada, hoy necesitaba verla, hoy si importaba.

jueves, 5 de julio de 2007

Deicide 'Homage for Satan'

La palabra ha sido vomitada, es hora de lamer la verdad.

domingo, 24 de junio de 2007

Relatos de la Esencia... De Horrores en Carne.


¡Horror! Lo que vi no se compara a pesadilla alguna, lo que presencié es solo un síntoma de alucinaciones infraterrenas, pero, no podría una ilusión hacer lo que “eso” le hizo al pobre hombre que me acompañaba.
¡Terror! Algo insoportable de concebir, y que sigue perturbándome cada vez que cierro los ojos y la escena aparece en mis miradas tras los párpados cerrados, tras lo que tengo de juicio detrás de mis ojos.
El recuerdo de aquella mortecina noche me acecha con maldad enfermiza. Deseo tan solo acabar con aquellas imágenes que tanto me atormentan, que solo horadan en mi cordura y pronto provocarán un aluvión de discordia que terminará por desquiciarme por completo. Y estas son las imágenes que veo, esto que narraré a continuación.
La luna se ha ocultado en un telón de nubes en el cielo emponzoñado de la ciudad. La polución ha creado una persistente niebla en esta metrópoli. Mi buen amigo, Lauro, me acompaña después de una reunión sin mayor importancia. Solo bromeamos de sinsentidos y vagancias. Todo era tan insignificante, desde el significado de la vida hasta lo que podría haber pasado alguna lata vacía en su travesía hasta el suelo. Escuchamos extraños rumores de algún animal gruñendo en las calles aledañas. Luego fueron más y en mayor volumen. No nos preocupamos, “perros callejeros” pensamos.
El paso por un puente bajo fue el escenario de la pesadilla. Nos acercamos en ávida charla y al final de esa calle vimos a alguien parado en la sombra de ese puente, parecía haber salido de entre la bruma espesa de sucio aire industrial. Caminaba con extraña lentitud hacia nosotros. No nos importó su identidad, podría ser un transeúnte cualquiera. Eso es lo que pudimos haber seguido pensando de no ser por lo que siguió. Cuando estuvimos a una distancia considerable observamos con horror como la cabeza del hombre caía al asfalto y su cuerpo seguía de pié. La testa de la criatura, pues no era un hombre, lo podría jurar, se levantó y tomó la forma de una extraña criatura con garras y dientes que gruñía. A la cabeza siguieron los brazos y el tronco, las piernas y el resto de sus pies pronto parecía una furiosa jauría de bichejos feroces y hambrientos de los cuales no deseaba estar cerca así que sin miramientos emprendí una desesperada huída que mi amigo Lauro imitó. Pero pareció no correr lo suficientemente rápido, pues pronto fue alcanzado por una extremidad monstruosa, creo que era la otrora mano derecha, y fue derribado. Quise acercarme para ayudarle, pero pronto se abalanzaron contra él el resto ce criaturillas y no quise ser el próximo. Un egoísta sentido común me ordenó continuar corriendo no obstante las desesperadas súplicas de auxilio de Lauro que agonizaba al ser mordisqueado vivo por esas entidades ultraterrenas y asquerosas, estos aullidos de mi amigo terminaron pronto, pues ya no tenía garganta con la cual exclamar ni suplicar.
Me culpan ahora de ese homicidio aún cuando las pruebas remiten al ataque de animales hambrientos. Me dicen que pudo ser una alucinación de mi parte, pero las alucinaciones ¡NO MATAN!
Soy una víctima, soy inocente, soy un testigo de los secretos demonios que se esconden y asechan en la noche. Lauro ha muerto y la ineptitud de las fuerzas que supuestamente nos protegen no han logrado descifrar su homicidio. Si me escucharan se darían cuenta. Pero se niegan por considerar mi declaración como evidencia de locura.
¡MUERAN ENTONCES, PIERDANSE EN SU EXCREMENTO! No los detendré, pero tengo razón y eso no podrán cambiarlo.

Opeth - The Grand Conjuration

Sacrificio invisible. El viento sopla desde los pulmones del Hades...

Oomph - Niemand

Ilusión. Deseos de realidad.

Nine Inch Nails -

Todos, espacir...

El viento no es gentil


Una inconmensurable distancia en años se hacía presente en los recuerdos de un hombre que no deseaba recordar más, que se quería olvidar tanto de su pasado que tan solo conseguía hacerlo más presente cada vez. Eran pasados que solo quemaban su corazón con una rabia incontenible y trágica. Un pasado lleno de una oscura melancolía que le subyugaba, un recuerdo que le mantenía en vigilia aquellas noches en que debía abandonarse al encanto del sueño. Su cuerpecillo se encontraba tendido en un cojín descomunal que le servía de dormitorio y en donde la exuberancia de la habitación, decorada con antiguos artefactos de guerra y obras maestras sustraídas siglos atrás, agoraba la magnífica situación del hombre que ahí mandase, aún cuando todos los tesoros que ahí se encontraban fuesen producto del latrocinio. Su estatura, ridículamente baja, jamás le molestó en lo absoluto, antes bien era una formidable ventaja ante los enemigos que le subestimasen en plena batalla, los cuales pagaban ese fatal error con una muerte terrible y dolorosa, sus costumbres eran de bárbaro. Pero los tiempos de piratería y guerras en mar y tierra habían acabado hacía siglos, y esa ventaja se había convertido en el recuerdo visceral de un pasado añorado, pero no eran las grandes lidias las que tanto atormentaban sus recuerdos, antes bien avivaban viejas y casi olvidadas glorias. Producto de sus legendarios atracos era su inmensa fortuna actual. Él era el poderoso adalid de una secreta e internacional organización criminal y terrorista. Pero todo ello no le ocupaba su mente, no eran miedos a perder su malsana fortuna o influencia, no era el recuerdo de sus víctimas, aquellas que murieron producto de sus infranqueables órdenes o del filo deletéreo de su cimitarra. Lo que ocupaba su mente era algo incluso más incomprensible. Una mujer, no era alguien que tuviera un lugar en su difunto corazón que desde hacía siglos no late, ni alguien que dominase su deseo. No se trataba de eso, era simplemente una mujer que conoció hacía mucho tiempo, a quién solo vio una vez y cuyo recuerdo le descontrolaba por el contenido de sus palabras. Una frase insulsa y rastrera que no necesitaba ser comprendida, pero que sin embargo este hombre de achaparrada catadura repetía incesantemente en su mente, produciendo, frecuentemente, un efecto de Jamais Vú que le atormentaban aún más de un incomprensible modo.
“El viento es gentil” recordó la frase en la dicharachera voz de aquella mujer. Una voz dicha en un tono tan ingenuo que tal vez pecaba de enfermiza y malsanamente inocencia. “El viento soy yo” pensó el enano, “soy el viento, de los más antiguos entre los míos, de los más poderosos, y de los más despiadados. He sido corrompido por una avaricia tal que puedo matar por una moneda de plata y he cegado cientos de vidas por solo una mirada desagradable o una leve contradicción. Yo soy el viento, y ¿a caso soy gentil? ¿A caso ese pusilánime errante de Lott me calificaría de gentil en alguna forma?”. Ese enano pertenecía a la raza del trotamundos perpetuo y pocas veces visto al que han nombrado Lott. Ese pensamiento era simplemente ridículo como lo era también el que su apariencia achaparrada provocase miedo y respeto en sus subordinados. Y ocupaba tarde y noche en pensar, en razonar sobre su supuesta gentileza, sobre ese misterio de una mujer, seguramente muerta hace siglos, que había pronunciado una mentira con apariencia de verdad, o viceversa. Esto encendía su corazón muerto con grave odio hacía algo indeterminado, como teniendo la clave de un enigma etéreo en la punta de la lengua y simplemente perderla en un profundo abismo de olvido. Presque vú. Y el enano se revolcaba en su descomunal cojín y se balanceaba de un lado a otro, sin hallar regocijo ni respuestas a preguntas que nunca se hicieron. Y sentía lástima de si mismo. Pobre Orestes, es el viento y su gentileza está perdida o nunca existió, y desde aquel lugar de olvido e insustentabilidad, esa gentileza convoca también a su cordura.

Relatos de la Esencia... Silenciado


Me dicen loco, dicen que padezco alguna rara anomalía psiquiátrica, algo semejante a la esquizofrenia paranoide, pero están tan lejos de la realidad que dan asco.
Rechazan la realidad como temerosos cachorros y encierran al profeta en una habitación con paredes acolchonadas, cerrando callando sus palabras con medicinas paralizantes y cuartos inaudibles, para que mi pregón de verdad sea silenciado, sea encerrado tras rejas que nada podrán lograr al final cuando la verdad de mis palabras sea evidente.
He hablado de todo lo que se esconde entre nosotros, de esos monstruos que usan nuestra piel como cubierta de sus siniestras corporaciones inhumanas, de los que gobiernan nuestras naciones desde las sombras, de aquello escondido entre lo antiguo de la tierra y que espera por ser despertado, de lo que está por venir y que definirá el futuro, ahora oprimido por la incertidumbre, de este tan insignificante pedazo de roca mohosa y flotante, este al que han llamado tierra. Pero han encerrado al único que conoce la verdad en este instituto de locura y podredumbre. Estoy en la letrina de la sociedad, el lugar donde pertenecen los que son rechazados por ser tan solo un poco diferentes y por ser, sin embargo, los más cuerdos entre los infames mediocres humanos que atestan las metrópolis.
Siento tanta impotencia, de no poder hacerme entender entre ellos, quiero de verdad salvarles las mugrientas vidas que tanto desperdician en forma desconsiderada y egoísta. De lo que hablo es de lo que se esconde en el anonimato y que desde ahí ejerce su influencia en el mundo. Como lo haría una plaga. Han vivido entre nosotros, a quienes nos ven a veces como un recurso de poder e influencia y otras veces como alimento. Son tan inteligentes que sin darse a conocer han sido capaces de gobernar nuestras naciones y de sostener secretas guerras por el dominio absoluto del planeta o por la imposición de sus propios intereses, sin preocuparles un comino el destino de esta pobre raza de la que se han aprovechado, y han criado como si de ganado se tratase. Pero como pueden hacerlo si encierran a sus profetas, si castigan a sus salvadores, si crucifican a sus Mesías.
Creo que después de todo, merecen su destino. De lo que hablo es de esos monstruos disfrazados de hombre y mujeres, que aprovechan la su incógnita naturaleza para ser invisibles a las leyes y regímenes humanos. Hablo del futuro apocalíptico, del presente que pareciera ser solo una constante serie negra. Hablo de los despreciables Seres de la Esencia. Escondiéndose tras las faldas del mismo hombre para ejecutar su infierno sobre las sociedades.
Pero me encierran tras acolchonadas pareces con una camisa de fuerza y no logro dar a conocer la realidad desde mi precaria posición.
Como dije antes, se merecen su destino…

martes, 19 de junio de 2007

Relatos de la Esencia, El Ritual Parte III


Luego de haber visto como se alejaba Julián por el camino tan rápido que era imposible de alcanzar, Zaá sonrió para sí y se acomodó el morral, sabía que debía llevarlo bien puesto para que no perderlo después, sobre todo a su edad. Comenzó entonces a caminar por la vereda rumbo al inevitable amanecer. Parecía contar paso a paso que daba, sentía la tierra en sus plantas, pues había decidido dejar sus gastadas sandalias junto a aquella fogata. Una brisa fresca venía del este, no se sentía como una brisa normal, sino algo más bien espectral, el anuncio ominoso de una expiración, mas esto no detuvo al encanecido Zaá, antes bien lo reconfortó de un modo extraño, al asegurarle la eficacia de aquel rito. El camino se hacía largo, sus pies sucios por el polvo del camino se comenzaron a quejar de cansancio luego de algunas horas de ese pausado y hasta romántico andar. La luna aparecía de entre nubes tan negras como pez, pero su brillo vencía siempre esta oscuridad y parecía renacer una y otra vez. “Así yo también” pensó Zaá, “regresaré una y otra vez de la muerte, venciéndola y engañándola. Es para ello para lo que he existido, para hacer de la muerte mi bufón” y sonrió con cierto cinismo en su semblante. Al subir por una pendiente y llegar a lo que era una alta peña bordeada por el camino, haciéndose sucinto en ese tramo, logró ver desde esa creciente altura, a cada paso que avanzaba, la magnificencia de los bosque tropicales y demás cerros cercanos y lejanos que caracterizaban aquella zona subtropical, todos esos paisajes bañados por una luna que de cuando en cuando renacía de detrás de cada nube que intentase eclipsarla, venciendo a través de la palingenesia perpetua. Los infinitos árboles bañados de plata parecían encarnar algún antiguo sueño de surrealismo y visión abstracta, tal vez impresionista, cuadro de sombría extrañeza que colmó el alma de Zaá con cierta fascinación que le introdujo una serie de razonamientos tal vez filosóficos y existencialistas sobre su actual situación; moriría dentro de pocas horas, sentiría frío en su sangre anciana, su cuerpo y su carne se quedarían frígidos víctimas del rigor mortis que precede al último latido. ¿Que sería entonces de su alma? Prefirió no pensar en ello, prefirió sacar de su mente tales pensamientos surgidos de una visión que llena de éxtasis las corneas del observador casi humano. Y el camino seguía, era largo, era muy luengo. “¿Y por que camino esta vereda?” se preguntaba el hombre del morral rojo, y luego su mente enmudeció pero no su boca, sus labios se apretujaron y comenzó a silbar una alegre melodía, o al menos eso es lo que perecía al inicio, cuando luego de un rato el silbido comenzó a desacelerarse y a tomar tintes mas espectrales en sus notas, entonces se percibía un miedo extraño desde el solitario silbante, que entonaba un réquiem, su propio réquiem. Sin razón ni desapruebo una lágrima rodó por su mejilla. Rápidamente secó su rostro y miró al frente, horas han pasado, horas que no se ha molestado en contar, pero que no por ello son en vano, un leve albor difuso del cielo anuncia la proximidad del sol, a un tiempo se dejan ver, desde lo alto de la colina, donde se encuentra el camino, las luces del pueblo, que no se encontraban lo suficientemente lejanas. No quería llegar, y sabía que si continuaba caminando llegaría irremediablemente antes del amanecer. Se detuvo en seco, al voltear a su izquierda notó lo que parecía ser una roca de buen tamaño, se acercó, y la palpó, sonrío, se sentó. Se sentía de algún modo como un poderoso soberano sentado en su gran trono cubierto con piel de jaguar, contemplando su reino desde la cúspide de un gran monumento, con sus siervos y élite a sus costados listos a servirle. No era del todo imaginación, tal vez un dejá vú que asaltaba su mente, trayéndole recuerdos que no sucedieron, o tal vez sí, al final no lo recordaba, “tantas vidas” pensó, si es algo falaz o cierto, ha perdido su importancia ahora. Introdujo su mano vendada al morral y extrajo una libreta, algo que antaño usó a modo de recetario y poemario, y que aún ahora no se habían terminado sus páginas, a pesar de tanto que había escrito en ellas, como páginas infinitas, pero no era así, “misterios de la vida” solía decir, y con eso aplacaba su propia curiosidad y temor. Tomó, también, un lápiz roído y gastado y comenzó a escribir, un poco de todo, miedos, lujurias, sentimientos, lágrimas, amores, todo aquello que a su ya anciana y desmejorada mente llagaba en aquellos últimos momentos de lucidez y calor de su sangre. Las últimas impresiones de un moribundo, de un casi cadáver en las horas finales. Saben espíritus nocturnos que más escribió aquel desdichado hombre cuando el sol tocó su rostro.

“La noche no se mide en minutos” pensó Balam al retornar a su figura humana y verse frente a la caída de agua que se formaba río arriba, “sino en sensaciones”. Se acercó a la orilla del agua, se encontraba casi al pié de la catarata, y sentía que no habían pasado mas que unas cuantas “sensaciones” desde la última vez que había estado en ese casi sagrado lugar, casi hierático sitio de recuerdos y huellas laberintosas por múltiples e incontables andares del pasado. Se despojó de su gabardina y sus zapatos, luego del resto de su ropa hasta quedar completamente desnudo, acto seguido, caminó rumbo al río y mojó sus pies en el agua fría, luego, sin detenerse, fue caminando hasta donde el agua de la catarata golpeaba furiosa entre las rocas, sobre una de la cual se posó para sentir el peso del agua caer sobre sus fornidos hombros. Una culpa más para la colección, tal vez. Aquellos recios hombros que ya llevaban el peso de tantos pecados que el perdón sería impensable. Sentía sus manos manchadas de sangre, tanto culpable como inocente, antigua y contemporánea, humana y no tan humana. Sabía que no tendría redención y sentía el asco de sus propias deudas. Culpa, que tanto le agraviaba, pero que, con un sentido bien desarrollado del cinismo, había logrado aligerar al compartir créditos delictivos con la propia víctima de sus pérfidas manos. “No es culpa mía que hayan buscado su muerte al venir a buscar mis manos asesinas para refugiarse en ellas” solía pensar. Y así veía claudicada su culpa y aligerados sus hombros severos. Mojaba su cuerpo en esas aguas de limpia y helada naturaleza para lavar pecados imperdonables y disgregar pensamientos obsesivos que contribuían a segar palmo a palmo pedazos de lucidez. “La noche no es un lapso de tiempo entre luz y luz” su voz se escuchaba en su mente con un inquietante eco que resonaba como alarido entre las montañas, “la noche es la apariencia real del mundo, es la realidad que se refleja en una contraparte diurna y falaz”. Retornó poco después a la tierra firme, empapada su piel, marcada con tanto antiguas como zagales cicatrices, y humedecidos sus recuerdos que ahora se deslizaban fácilmente en su memoria. Así cargaba culpas y penas, pero su cinismo le ayudaba con un considerable tonelaje de estas. Se colocó encima su gabardina negra y gastada, solo eso, no sus zapatos ni su pantalón, solo ese abrigo. Se dirigió entonces a un punto que parecía bien ubicado en la memoria, y se encontraba ahora frente a un cúmulo inusual de rocas de río cubiertas por el espeso verdor de la vegetación producto de la aparente gran cantidad de tiempo que pudieran llevar estas piedras en ese sitio y posición. Sus manos temblaban, parecían temer la presencia de algo terrible y oculto, al acercarse a las piedras y comenzar a levantar una a una y a ordenarlas en un modo distinto, en algo extrañamente ceremonial. Se encontraba notablemente emocionado de un oscuro e incomprensible modo por eso que hacía. Un viento frío sopló de pronto. “La noche no es oscura ciega o silenciosa” y desde el fondo de las rocas surgió un objeto curioso que Balam extrajo con sumo cuidado, “en ella brilla la suficiente luz para iluminar el espíritu del desconsolado, y pueden verse las verdades de la existencia tal cual son sin caer en lo subjetivo o lo abstracto, y siempre que pongas atención escucharás aquellas voces y sonidos melodiosos que crean un concierto de infinitos matices y sublime beldad, pues la noche es arte de la naturaleza, es belleza y es realidad”. Aquel objeto era el cuadro, pintado en una tablilla de madera, de una mujer de piel blanca y belleza exquisita en sus rasgos orientales. Un suspiro se dejó oír en la profundidad de la noche y recuerdos lejanos y dolorosos acompañaron se suave sonido “Misato”. Y todo calló de repente. Rezos y oraciones y luego todo volvió a ser acomodado como antaño y el cuadro depositado de nuevo dentro, a salvo. Las pocas lágrimas que provenían desde una hendidura realizada por el recuerdo, fueron secadas y el amanecer se hizo presente.

Y ese amanecer trajo consigo una serie de eventos por demás extraños en aquella tierra de humildad y bajo progreso, distinguida por la ignorancia y las antiguas tradiciones. Una hora después del amanecer, un joven pastor llevaba sus cabras a pastar cuando reconoció a un hombre sentado en una roca al lado del camino. Se trataba de alguien bien reconocido en el poblado, Don Clemente le decían, tenía la mirada baja, una curiosa y antigua libreta y su clásico morral a un costado. Intentó llamarlo pero no recibió respuesta. Al moverlo se dio cuenta de que era inútil hablarle, los cadáveres no contestan. Esta noticia se difundió con rapidez en el pequeño pueblo, afligiendo a su viuda profundamente. Así también la noticia del muerto hallado en la posada de doña Petra. Se creyó que la mujer que venía con él lo había matado para quitarle el dinero que llevaba, pero la carta que había dejado el hombre comprobó su inocencia y su legitimidad como dueña de todos los bienes que había dejado el fallecido, ella se fue de regreso a su ciudad. Al día siguiente, unos leñadores encontraron el cadáver de un hombre semidesnudo, solo cubierto con un taparrabo y una piel de venado, con el cuerpo extrañamente tatuado, se encontró el cadáver del venado enterrado cerca, pero sus viseras estaban en rededor del hombre muerto, formando alguna clase de círculo ritual, y la sangre del animal esparcida sobre el cadáver humano y todo el círculo completaban la grotesca escena que no carecía de un extraño sentido de respeto espectral. Tan solo tres días luego de hallar el tercer cadáver se encontró uno más. Unos niños que se alejaron de sus padres en una expedición campestre encontraron, cerca de la caída de agua, el cuerpo de un hombre cerca de unas rocas de río, solo se encontraba cubierto por una gabardina negra, su ropa se halló cerca de ahí, el cadáver ya mostraba signos de descomposición. Se investigaron estos decesos por autoridades fuereñas, por considerarlos extraños, ya que los cadáveres mostraban el mismo tipo de heridas en sus brazos. No se encontró nada que pudiera producir la muerte de esos hombres, era como si sus cuerpos simplemente hubiesen dejado de funcionar, como si sus células se hubieran puesto de a cuerdo para morir al mismo tiempo todas.
La mujer de don Clemente resultó embarazada, al igual que Rosalía Sandoval, la mujer que acompañaba a Julián. Los otros dos cuerpos no fueron identificados nunca por los investigadores.


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Ellos no pueden irse, están obligados a quedarse, a volver una y otra vez y permanecer siempre. Engañando al omnipresente encanto del hades y a sus emisarios. Nahuales que han aprendido el secreto del renacimiento verdadero, de la vida eterna y cíclica. Algol, Zaá, Julián, Balam. El ritual debe practicarse previo al alba pues la luz representa lo fingido de la realidad y el fin de lo veraz. Pero una vez hecho, es imposible el regreso, es obligado continuar el ciclo, cueste lo que cueste, pague quien pague, el retorno es siempre ineludible, o de lo contrario el alma se perderá en el olvido perenne, en el camino hacia la luz, no la luz del día, falsa iridiscencia, sino la que no dispersa la oscuridad, más bien por ventura la renueva. Hasta el final de los tiempos, contabilizados y no contabilizados se deberá seguir. Ellos han aceptado un don que al mismo tiempo se ha convertido en una maldición, pero ya han olvidado la diferencia entre ambos términos.
No se puede hacer nada al respecto ya. Mejor dejemos que el cruel destino se encargue de su ominoso devenir, las almas que se han unido a la esencia, solo han de pertenecer y responder a ella.


No existe final, solo múltiples comienzos.

Hypocrisy | Eraser

...Espectral detras de nada...

Relatos de la Esencia, El Ritual Pate II


Hay en el ambiente un aroma a jazmines que rápidamente se fusiona con el humo de una hoguera a medio apagar en torno a la cual están reunidos cuatro caballeros cuyos cuerpos agonizan imperceptiblemente. Zaá guarda cuidadosamente los restos de vendas y limpia su cuchilla antes de meterla en su ya famoso morral. Un aire frío recorre el lugar moviendo las ramas de los árboles cercanos produciendo un ruido espectral que a esa hora de la noche aumentarían el grado de temor en los corazones de los mundanos.
Los cuatro hombres ellos estaban dispuestos a irse, algunos con sus sacos ya colocados, y con sus pertenencias e su sitio, pero ninguno se había levantado aún. Estaban esperando alguna palabra, algo que indicase una despedida de parte de los demás para despedirse y poder retirarse de una vez a morir en paz. Solo se miraban a los ojos unos y otros, pero nadie intentó siquiera abrir la boca.

-- Solo por curiosidad Zaá —quien había hablado era Julián con un aire más bien juguetón que de interrogación— ¿en qué ocuparás tus últimas horas de esta vida? —la pregunta era muy sugerente, podría tomarse incluso con un sentido mordaz e insultante, pero Zaá no tenía entre sus costumbres la de dejarse llevar por impulsos mundanos y sentimientos fáciles, así que contestó la pregunta con una sinceridad absoluta y explicativa.

--Faltan nueve horas para el amanecer, y el pueblo en el que vivo se encuentra a unas seis horas caminando. Así que caminaré al pueblo, pero no pretendo llegar—miraba al cielo mientras decía esto sentía tal vez nostalgia, pero no dejó que se notara en lo mas mínimo, agradeció que los otros tres hombres no tuvieran su habilidad de ver los sentimientos a través de los ojos. Después con una inquisitiva mirada que dirigió a Julián le devolvió la pregunta con un tono que parecía insinuar un acto de sutil vendetta.

-- Bueno, pues ahora que lo preguntas, también iré al pueblo, ya que me estoy hospedando en la posada de ahí. Y aprovecharé estas últimas horas para hacerle el amor a una hermosa mujer como ningún estúpido jovencito podría hacerlo jamás, con fiereza y delicadeza al mismo tiempo, con maestría y tosquedad, como solo yo podría.
Este comentario arrancó la sonrisa de Zaá y Algol, no así de Balam que por alguna extraña razón seguía sentado con la mirada fija en las llamas, ensimismado en sus seguramente retorcidos pensamientos, a nadie le importó esto. Julián dirigió su mirada al hombre harapiento y descuidado que tenía a su lado derecho, y descargó sobre él la misma pregunta que antes había hecho antes a Zaá. Algol acariciaba su mentón, poco poblado de la característica barba cana de la vejez, miró a los ojos de Julián que ya sugerían talvez diversión y/o curiosidad (esta vez sí verdadera), su mirada se volcó después sobre sus pertenencias puestas en un tronco alejado de ellos, a su izquierda, en su mirada había un sentimiento de decisión absoluta e inamovible.

-- Cazaré, eso haré, hoy, esta noche, cazaré mi último venado de esta vida, quien sabe y también sea el último de la siguiente— lo que veía entre sus pertenencias era el arco y la aljaba con cuatro flechas que tenía por si veía algún coyote, alguno que no fuera él. En realidad no sabía ni había planeado en que ocupar los últimos momentos que le quedaban después del ritual que ahora estaba socavando su cuerpo de modo imperceptible, pero al escuchar esa pregunta dirigida hacia él no quiso dejarla sin contestar, y al volver su vista a esos utensilios de caza se le ocurrió el uso que podría darles.

--Tu no te quedarás sin decírnoslo Balam—Zaá pensó en hacerle esa pregunta desde que se la regresó a Julián, ahora no se intentaría quedar con la intención -- ¿En qué ocuparás estas horas antes del amanecer?

--Iré río arriba, tengo algo que atender por allá.-- ¿por qué hablar tanto? Pensaba Balam al contestar la pregunta, ¿por qué si ya mis cuerdas bocales están comenzando su putrefacción?, ¿por qué si pronto habría gusanos nadando y gorgojeando en mi boca? Si ya no tendrá lengua.

Nadie intentó si quiera preguntar algo mas, no había necesidad. Pronto un suave viento envolvió la atmósfera con un gélido augurio, un augurio que anunciaba muerte. El primero en levantarse, entonces, fue Julián que anunció que debía irse, pues la noche era joven y mejor aprovechar la mocedad del tiempo antes de que las primeras canas aparezcan como señal de tardía acción. “Estamos llenos de canas, somos la representación viva de la tardía acción” fue lo que replicó Algol como respuesta mientras esbozaba una sonrisa. Zaá se levantó también apoyando la idea de Julián. Balam se irguió y, sin decir palabra, tomó aquella forma de gran y feroz felino con la que había llegado y se perdió entre la maleza, todos sabían a donde se dirigía, Balam no tenía por que decir mentiras. Julián y Zaá caminaron juntos y se despidieron de Algol solo con un ademán dejándolo solo, enfrente de la fogata.
Los dos amigos caminaban por la vereda que habían recorrido para llegar a aquél lugar, cede del ritual, Zaá veía como Julián encendía un cigarro y aspiraba el humo del tabaco para después exhalar una composición homogénea de aire humo, alquitrán y demás venenos, algunos del cigarro y otros provenientes de sus mismos pulmones.
--Tengo una duda, Julián—Zaá no volvió la cara para hacer esa declaración.

— Solo dime cuál es, e intentaré responderla. —Julián no necesitó ser más directo.
— el pueblo se encuentra a seis horas de camino y faltan nueve horas para el amanecer, si llegas en seis horas, te quedarán solo tres horas para cumplir lo que haz dicho que harías, ¿no?

— No, usaré las 8:16 horas restantes para cumplir lo que he dicho.

— intentas decir que solo harás cuarenta y cuatro minutos en ir hasta un pueblo que se encuentra a seis horas de camino, cuatro si corres y dos si vas a caballo, pues es imposible que pasen automóviles por acá.

La expresión en el rostro de Julián al escuchar lo que Zaá decía era de una divertida burla. Soltó una ligera carcajada y luego declaró su plan a su compañero de viaje.
—Iré como el colibrí.
Esto desconcertó a Zaá y se notó en su gesto, pero luego entendió y sonrió con Julián.
— En ese caso, buen viaje amigo.

Apenas dicho esto, la figura de Julián se tornó la de un lobo que se perdió en el horizonte del camino a gran velocidad, como si sus patas se moviesen tan rápido como el aletear de un colibrí, levantando a su vertiginoso andar una gran polvareda que se desvaneció poco después.

Aún en el campamento se encontraba Algol, se había quedado solo, estaba preparando lo que se llevaría a lo que sería su última cacería. El arco, la aljaba con cuatro rudimentarias flechas, un cuchillo y una soga, eran esos objetos a los que ponía principal atención, eran esos los que tomaría. Se despojó de sus andrajosas prendas y quedó apenas cubierto por un taparrabo o lo que parecía ser uno. Las líneas que recorrían su cuerpo con apariencia de caminos retorcidos, a lo largo de sus recorridos tomaban formas extraordinarias y por demás extravagantes. Las arrugas ya eran evidentes en todo su cuerpo, y las canas gobernaban su pelo entremezclándose con su pelo rojizo y desaliñado. Tomó lo que tenía que tomar y lo demás lo dejó junto al tronco que había ocupado antes, apagó el fuego y salió de ahí. Corrió por entre la espesa arboleda durante un par de horas. Intentaba encontrar un venado, intentaba encontrar un venado en especial. Un par de semanas antes lo había visto, magnífico, de astas perfectas, su andar era prodigioso y seguramente sería un gran trofeo, se había prometido cazarlo él mismo, antes casi se olvidaba de aquella promesa y ahora se la habían recordado. Algunas horas pasaron, hasta que reconoció el olor de ese al que buscaba. Y luego lo vio, estaba echado en el suelo, descansando tal vez, pero con la cabeza enhiesta en posición de alerta. Hizo un movimiento con el pié que el gran venado detectó. Ni tardo ni perezoso, se levantó y corrió de la amenaza que representaba el cazador. Algol corrió tan rápido como pudo tras él. La noche resultaba demasiado calmada, solo los pasos del cazador y la presa entre la hojarasca reclamaba territorio al silencio que reinaba. La luz lunar resultaría insuficiente para cualquiera que intentase cazar de noche, pero no para Algol, sus ojos estaban tan acostumbrados a la vida en la oscuridad que veía bajo los árboles con tanta claridad como en un medio día, además, su olfato era lo que más le ayudaba. Pudo distinguir la sombra que corría de él y rápidamente disparó una flecha que no dio en su blanco pero asustó lo suficiente al animal para hacerlo dirigirse a otra dirección por la que lo pudo seguir con mayor facilidad. Otra oportunidad de acertar se dio y otra flecha fue disparada pero con un resultado similar. Siguió corriendo, el escurridizo animal no era cosa fácil. Una flecha más fue lanzada, esta logró perforarle una oreja, pero no lo hirió de gravedad y pudo seguir huyendo. Algol se detuvo cuando vio la figura del venado doblar a la izquierda, entonces de un soplo encendió la punta de la última flecha y la disparó, esta atravesó por entre las ramas y troncos sin chocar o cambiar su dirección, iluminando cada rincón por el que pasaba durante un corto tiempo, mientras la flecha encendida pasara por ahí. Al final del recorrido la punta incendiada alcanzó limpiamente el cuello del venado atravesándolo y cauterizando la herida con el fuego para que no escurriese la sangre, no quería desangrarlo aún. Se acercó al animal agonizante, colocó sus manos sobre su cuello y pronunció algunas confusas palabras, poco después el animal murió. “No sufriste en tus últimos momentos”, se escuchó murmurar a Algol, “agradezco el sacrificio que haz hecho, recibo tu vida con una honda gratitud, vete, atraviesa honorable”. Luego lo ató de las patas, lo colgó y degolló al venado, no con algún sentido práctico, sino más bien en un motivo ritual. Comenzó a desollar al animal mientras pronunciaba palabras suaves en una serie de lenguas extrañas y antiguas, prácticamente ininteligibles, salmodiando con solemnidad.

Horas antes, una figura había llegado indetectable y precipitadamente al pueblo mas cercano a aquel lugar arcano donde se había celebrado un innominado ritual. Se trataba de Julián, ahora se encaminaba a la hostería donde él sabía que lo esperaban. Entró al lugar, algo desordenado en el ambiente y pestilente a humos de cigarro y a la miseria de los hombres que se encontraban ahí, bebiendo cerveza y gastándose su vida en ese mugriento lugar. Se acercó con la administradora, se encontraba al lado de la barra. Mujer de baja estatura pero robusto cuerpo, aparentaba mas dignidad que la del resto de sus clientes, fumaba un cigarro con tal desgano que ni siquiera se molestaba en despegarlo de su boca para expulsar el humo o hablar. “Lo está esperando arriba, no se ha movido mas que para ir al baño” la voz de la administradora (Doña Petra le decían) era nasal y molesta a los oídos, así que cuando le dijo esto a Julián él procuró no hacer mas preguntas y subió de inmediato. El segundo cuarto a la derecha, en el pasillo, una puerta de una madera gastada por el pasado y las mezquinas vidas de quienes la han tocado. Abrió con cierta cautela, con temor de producir algún ruido que delatase su presencia, él sabía que eso era prácticamente imposible, el silencio lo distinguía más que otra cosa. Cuidadosamente atravesó la habitación y con cierto aire soñador miró lo que había en la cama, una mujer, joven, quizá 24 años, de piel trigueña y pelo negro, lacio, largo, alborotado y esparcido por la almohada en una especie de abanico de obsidiana; su boca, labios delgados, tal vez líneas, y su cuerpo, bastante delgado, poco pecho pero no tan poco glúteo, hacían resaltar, tal vez, su extrañamente angelical presencia que se entre dejaba ver debajo de un nebuloso camisón. La mano de Julián se posó sobre su frente y con un suave movimiento retiró el cabello que la cubría, esto despertó a la mujer, “Julián, eres tu, tardaste” entre abrió los ojos para poder distinguir al hombre y decir esas palabras, con una voz melodiosa, con un acento suave que parecía producir que las palabras resbalasen en el aire, quizá producto de la somnolencia de la que era presa. “He venido solo para ti, y para estar con tigo” fue la respuesta del canoso hombre junto a la cama, la mujer respondió con un suave beso en los labios de él, quien por su parte se comenzaba a despojar de su cinturón y zapatos, entró a la cama y entre suaves besos y caricias, que pronto pasaron a ser furiosas e impetuosas, se fueron despojando de sus prendas, una a una. La entrada dio paso a sensaciones licenciosas y, aún así, delicadas y sublimes y un leve gemido de ella indico el acierto y el toque del placer. Los besos abundaban y se volvían cada vez más ardorosos, algunos se transformaron en leve mordisqueo entre bocas y piel. El tiempo, imposible de contar cuando se le deja correr en libertad como en este caso, pronto fue reducido a un instante en que una poderosa sensación eléctrica y húmeda recorrió de píes a cabeza a cada uno de los amantes que abrazados se apretujaron el uno contra el otro. Sus pieles se restregaban la una contra la otra lubricadas con el sudor de los dos, atiborrado de hormonas sublimes, casi se podría decir que dulces. “Gracias”, susurró ella con una voz cansada y agitada al oído de Julián. Él se limitó a asentir con una especie de suspiro que se entendió como una afirmación innegable. Luego de ello, Julián encendió un cigarrillo (él conocía esa “tradición”, pero no le pasó por la mente en el momento, era solo que quería fumar) y se sentó, escribió una carta y la colocó sobre su maleta, fácilmente a la vista. Quizás un último pensamiento se arrastraba en su mente antes de sus últimos actos, pero nunca recordó cual, tal vez el nombre de otra mujer, solo tal vez. Se acostó y le dio un beso en la mejilla a su mujer inmediata. “Adiós Rosalía” y se acostó junto a ella.

lunes, 4 de junio de 2007

Amanita Virosa V


Amanita Virosa V


Piel de Ébano


Entre aquellos bosques que han sido habitados por hadas desde hace más tiempo del que un hombre puede presumir de vivir, no solo existe la imaginación bella que ha dado origen a las hadas, no solo eso, sino también existe la imaginación malévola y soez que ha producido seres más terribles entre los densos bosques. Estos han nacido de sentimientos aciagos como el miedo y el odio, poderosas emociones que han apresado las conciencias humanas, y que conforman el terror del trasgos, silfos y nuestras pequeñas criaturas de alas cristalinas y ojos profundos y bellos.
Y mientras el tiempo sigue su curso infatigable, por entre la espesura de un enmarañado ramaje se encuentra un hada que ha intentado desesperadamente sobrevivir al olvido inminente. Y con la luna por aliada, única entre la inmensa soledad que tiene corazón para sentir el dolor de un pobre ser debilitado por las precipitadas huidas a las que se ha visto obligada. Las sombras tienen ojos propios, la luna tiene alma, los sueños tienen aroma y la muerte es de metal. Y recordando todo ello se puso a llorar, cubierta con los pétalos de una flor campestre que había entre esos matorrales. Esperaba el anochecer para continuar su camino. Y soñando, con la luz que entre las hojas se filtraba, viajando por mundos oníricos se sumergió a aquel lugar del que nació, el ensueño, y logró ver imágenes que contenían enigmáticos símbolos y sonidos, los cuales contenían una oscura impresión de dejá vú que le caló hasta los frágiles y etéreos huesos. Hacía frío, y la despertó un rugir lejano pero execrable, algo que le suministró miedo e intenciones de escapatoria. ¿Era la muerte mecánica? No se podría saber con certeza, miró a su alrededor y sucumbió al desasosiego, agitando sus alas, emprendió la huida. Al sentirse a salvo se enojó con ella misma al darse cuenta de que estaba de nuevo sucumbiendo a miedos irracionales que nada tenían de reales. Cobró bríos y avanzó, dejando tras de sí la estela de sus sueños, que ahora tenían un aroma a miedo, a incertidumbre.
Presentía que algo no estaba bien mientras avanzaba por el bosque, paseó su vista por todas direcciones para poder distinguir si había algún peligro, pero se dio cuenta de que se encontraba sola en ese lugar únicamente iluminado por los etéreos vapores luminiscentes de las setas que poblaban los suelos y troncos de los árboles. Quiso tranquilizar su alma y continuó su camino, pero aún sentía incertidumbre, aún no estaba segura, y con secretas sospechas avanzó vigilando palmo a palmo, con sus profundas e iridiscentes retinas, cada rincón que transitaba. Seguía haciendo un frío inexplicable, algo que no debía ser enteramente natural. Un soplo de viento pasó por su espalda con la velocidad de una reacción neuro-química. Giró su vista para distinguir algo, no había nada, tan solo el silencio y el vacío de objeto animado alguno, a excepción de unas cuantas hojas muertas cayendo desde lo alto de las copas de los árboles. ¡Nuevamente ese viento rápido y frío! Algo está, de verdad, ocultándose entre las sombras, algo indefinible, como una sombra o una secreta corriente de aire. El hada suplica protección a su amiga celestial, pero se horroriza al ver lo avanzada que está la fase menguante que cubre el rostro de su protectora de argento. En ese lamentable estado no podría ofrecer protección. Y un gemido se dejó oír desde el lado derecho del hada, y al ver lo que ahí había solo logró distinguir una silueta extraña y pérfida. Solo una sombra, en una actitud sospechosamente anormal, como solo contemplando al hada con esos luminosos ojos de un color, tal vez verde, casi indeterminado. Se fue acercando ese ser completamente negro, de “piel” como de corteza negra, como de ébano y rostro frío e impávido. No se movió, no se acercó siquiera, tan solo se quedó ahí con sus grandes ojos esplendentes. Entonces un recuerdo ominoso cruzó el pensamiento del hada, aquel recuerdo de cuando el aroma del camino de sueños de sus compañeras se perdió tras un encuentro con alguna criatura nociva. Sentía miedo y sus alas temblaban en el viento, haciendo torpe su volar. Entonces la mirada de ese ente que la miraba se tornó distinta, dejó ver un extraño deseo dañino, la iniquidad que de este manaba era sentida claramente por el hada que sucumbió a un terror atroz. La criatura de “piel” de ébano se abalanzó sobre el hada, y esta tan solo supo huir, tan rápido como pudo emprendió la fuga rezando por su vida, seguía, mientras tanto, dejando aquella estela de sueños que había prometido dejar, y el perverso ser que la acometía podía distinguir el desagradable olor del miedo en ese camino onírico. Pronto entonces fue alcanzada el hada por ese ser. La enredó entre sus brazos y la sometió con eficacia brutal. Sus ojos irradiaban hambre de muerte y estos estaban fijos en los inocentes y cristalinos ojillos de la cándida criatura.
El hada lagrimeaba, se lamentaba de su suerte y pedía a los dioses del bosque un consuelo para su alma. El monstruillo lamió con perversidad la mejilla de esa inocencia alada. Esta por su parte se refugió en sus pensamientos, en recuerdos lejanos, en melancolías sufridas, en días lejanos en la memoria. Aquellos pensamientos que le asaltaron cuando estuvo por última vez en su hogar, el recuerdo de su iridiscente capullo en una tarde de lluvia, y de las espléndidas noches entre hongos luminosos, los secretos que alegremente contaba a la luna, y lloró. Resignada, moriría como se sentía ahora destinada a hacerlo, secretamente enamorada de la muerte, alimentó su final con esperanzas mas imaginarias que ella misma. Sentía que un futuro mejor la esperaría del otro lado del hades, y en esos melancólicos momento últimos de su volar sobre el bosque, besó los labios negros de su victimario. Pronto, y sin proponérselo, los ojos de esa entidad maligna se apagaron de repente y sus manos se desvanecieron, lo último en desaparecer en una estela apenas perceptible de un gas asqueroso y oscuro fue su boca, que había quedado en posición de recibir un cálido beso de hada. Ella, apenas verse libre, se colapsó y calló al suelo oscurecido por el manto de una opresiva noche, tanto que se volvía más cada vez, por todo lo que sabía que le podría esperar después de lo que le había franqueado y sufrido. El día la encontró en la misma posición, sobre sus rodillas en el suelo, dormida. Al despertar, se sorprendió al ver a su alrededor a otras hadas. Estas le hablaron, y le agradecieron desde lo profundo de su imaginario corazón el haberlas guiado con su camino onírico. Ella solo sonrió, sintió bríos renovados por la calidez que extrañamente manaba de su alma, alimentado por la gratitud de quienes había auxiliado. “Luna, espérame” pensó el hada y cual guía se encaminó. ¿Qué nuevos obstáculos podría enfrentar ahora, que nuevos retos y peligros? Solo el destino lo sabe, solo el destino. Y como ya anteriormente he dicho, el destino no sabe perdonar… Pero ya aprenderá…

Insomnium - The Elder

Las intermitencias de un destino. El aroma de un andar. Y desde el otro lado de la umbría... La realidad esecha

Lacrimosa - Lichtgestalt

Es un mal mental, el creer que somos reales y descubrir que hemos vivido un sueño...

Infierno


No creo en que sea así el infierno, caliente y repleto de imperante magma, condenados arrastrándose en dolorosa y eterna penitencia, demonios con puntiagudos tridentes custodiando calabozos y un monstruoso perro gigante vigilando la entrada de los avernos. El infierno es más que eso, mas que nada.
Sobrepasa el límite conocido de la razón humana, pues su definición trae con sigo delirantes horrores que un cerebro común es imposible de siquiera concebir.
El infierno esta aquí, siempre, junto a ti, cerca de aquello que amas y odias, sobre ti y a tú alrededor, pero no lo puedes ver pues no existe en tu vista, re huye como las sombras de la luz.
Lo he descubierto y me ha atormentado repetidamente desde entonces. no he conseguido tener un sueño tranquilo y los demonios saltan alegre y morbosamente sobre mi cama que se ha convertido en un patíbulo de lucidez. Es como el abrir una puerta que nunca debe ser abierta, como clavar una daga en lo que queda de un corazón fragmentado por la imprudencia.
No me siento capaz de explicar los horrores y pesadillas a los que me he visto sometido. Ahora soy presa de la locura, ahora ya no soy más que un ente sin cuerpo ni alma que ya ni siquiera camina por el tiempo.
He desaparecido entre las corrientes negras del olvido y han estriado mi piel las lanzas del dolor y el tormento.
El infierno es aquí y ahora, a través de tus ojos mas haya de donde la razón es capaz de percibir, en el límite de la muerte y la locura, ahí existen las eternas sombras y los más demoníacos seres que la imaginación humana o inhumana se ha atrevido a concebir.

Moonspell-Nocturna

Es pesadilla viva,es el sueño de un sueño tan real que duele y quema.

Requiem por la Eternidad



¿Que contienes, eternidad, entre tu existencia y el vació de los infinitos? Sueños que ampollan las mortales garras de lo posible.Entre la sangre del caído regocijabas tus libidinosas entrañas. Ya nada de lo que puedas representar sostendría el cielo carcomido que antaño equilibraban tus venas frías .Ya todo lo que por ti existía ha encontrado la etérea ilusión de la libertad. Mira al mundo que amabas, al mundo que de tus cósmicas emanaciones formó alguna vez parte. Todo lo que añoras ha desaparecido y tu omnipresencia es solo un estorbo.La sangre que con vida te mantenía ahora pertenece a corporaciones de ilusiones y fabricas de almas mecánicas. Eternidad. Ya tu nombre carece del poder que irradiaba en los días en que la esencia derramaba gloria sobre tu existencia. Me produces cierta melancolía. Ya no cantan las nubes adiamantadas que a tu alrededor moraban, ya no florecen las estrellas que de tus semillas nacieron con violenta y hermosa explosión de galácticos colores, ya nadie recuerda tu nombre ni proclama tus himnos de sádica gloria. Eternidad. Lloro por ti, ¿que destino fatal te espera?, siento tristeza por ti, ente de magnifica beldad.Las lágrimas que por ti derramo han creado mares donde navega la muerte. Deja a tus hijos que sientan su poder propio, déjalos construir cielos con sus manos, déjalos inventar la felicidad que tanto desean, déjalos soñar que tienen existencia propia, déjalos descubrir los paraísos perdidos y los infiernos ocultos, déjalos sufrir.Siéntete soberbia y clava sobre tus victimas la misericordia que sostienes con tu brazo de justicia. Tu reflejo se presenta en los más profundos deseos del que te recuerda, del que te añora.Eternidad. Antes dueña del destino, ahora su victima.

Voces y Tormento


He sido calcinado por la desolación, y ahora muero lentamente. Sus voces se oyen aun ahora en gritos de amarga agonía, mueren también, sienten también como el tiempo derrama sus últimos minutos sobre este cuerpo moribundo.He existido con decadente insistencia en sociedades con sentido vacuo que absorbieron mi espíritu y secaron mi esencia. He transmitido dolor y desamor a los entes que con migo se regocijaban en pútridas orgías de sangre y violetas.
Sentí la calidez de un cuerpo femenino y la frialdad impávida de las miradas, soñé en matices fluorescentes y sometí a tortura mi cordura con fulgurentas flechas de discordia. Letanías de insulsas palabras sin sentido serán dichas en un funeral donde yace un cuerpo frió y carente de alma, un cuerpo que antaño fue respetado y marginado en igual medida por distintos estratos sociales y élites contrarias.
A pesar de todo nadie conocía mis tormentos, mis miedos, mis amargos secretos mentales, aquellos que con enfermiza insistencia se apoderaban de mi psique para causarme horrores y pesadillas vívidas.
Voces, solo voces de timbres resonantes que martillaban en mi cabeza son las que me han desquiciado durante mi existencia, han horadado el manto de la serenidad y ahora este es incapaz de contener el inminente aluvión de locura y podredumbre al que me he visto sometido.
Solo existe una salida y es la muerte, solo así podré ser libre en un universo donde esas caco demoníacas voces no atormenten mi alma, a eones de distancia, a través de infinitos universos de paz.
Ahora lo he hecho y la sangre brota jubilosa de mis venas, la muerte me ha sonreído con vehemencia y me sostiene entre sus fríos y ominosos brazos. Pronto dejaré de existir y la libertad será por fin, junto con la paz, mis compañeras en la eternidad, quizás.

Luna - Moonspell

Quizás una caricatura de un sueño...Tal vez tan solo el reflejo de una horadada conciencia ahora perturbada, ahora maldita...

viernes, 1 de junio de 2007

Amanita Virosa IV


Amanita Virosa IV


Los Ojos de las Sombras


La viveza de los pensamientos de un hada es tan inmensa que cuantificarla sería imposible, aunque quizá no tanto como imaginarla. La imaginación de un hada es tan poderosa que si dejara de hacerlo dejaría de existir. La sustancia de la que están hechas las hadas es absolutamente imaginaria, pero a pesar de eso es táctil. Existe, no es ilusión en ningún sentido, sino que en verdad existe, solo que está hecho de materia imaginaria. En otras palabras, las hadas están hechas de imaginación como los hombres están hechos de carne y hueso.
Los aleteos cristalinos de aquella hada que escapó de la nefasta muerte mecánica la dirigieron a un claro en el bosque, en donde las rocas eran cobijadas por el liquen que se alimentaba de las neblinas otoñales que lubricaban la superficie del suelo y las cortezas de los robledales que abundaban en los alrededores, y donde el sol acariciaba el suelo con cálidos rayos intermitentes entre las abundantes nubes que poblaban el cielo. Ahí se encontraba lo que parecía ser un campamento de hadas abandonado mucho tiempo atrás. Ella había pasado ahí la noche, esa noche hermosa en la que la luna le aconsejaba imperceptiblemente sobre su futuro, sobre su vida, sobre su destino. Cuando despertó el día era ya muy claro, la luz del sol era intensa pero se alternaba con la sombra que provocaban las nubes, dando cierta siniestra espectacularidad, y daba la sensación de que entre las sombras huidizas se escondían peligros insospechados. De repente aquella voluntad tan vivaz que había desarrollado la noche anterior, con la amorosa luna como testigo, enflaquecía, sucumbía a los horrores ilusorios que el bosque ofrecía.
Decidió emprender la retirada, pero no una retirada tranquila, no una de esas huidas en las que la persona solo da la media vuelta y esconde sus miedos entre miradas llenas de infundadas sospechas de aquello que deja a sus espaldas mientras se aleja, no, esta retirada fue arrebatada, carente de toda prudencia, agitada. Aleteaba sus alas con gran convulsión, huyendo de las sombras, o más bien, de las sensaciones desconcertantes y siniestras que estas provocaban en su frágil mente. Aleteo hasta llegar a un tronco caído que se encontraba cubierto de hongos y del abundante liquen del bosque. Se ocultó en su interior con gran precaución. Afuera se escuchaba el viento, arrastraba las hojas del suelo y movía las ramas de los árboles como si se tratase de una criatura que buscara rastros de hada entre el suelo y los troncos. Un segundo después reinó una calma tan sepulcral que los oídos del hada no registraban más que su propio aliento etéreo. Entonces ciertos pensamientos inquietos empezaron a revolotear en la mente de nuestra hada. Tales pensamientos surgían en torno a la intranquilidad de su alma, comenzaba a sugerir teorías al porque de su miedo, al porque de su temor a la nada. Y entre todos estos pensamientos llegó a la conclusión de que se sentía así debido a que su inseguridad frente al reto que ella misma se había hecho la había rebasado. Ya no estaba segura de que el camino que ella construiría fuese provechoso o simplemente necesario. La inseguridad que reinaba en su mente era tal que ni siquiera quiso salir de ese mohoso tronco hasta el anochecer, cuando los hongos incrustados sobre la añeja madera comenzaron a despedir esa entera luz vaporosa que solo las hadas pueden percibir y que tanto agradaban a su vista. Los suaves aromas de la noche tranquilizaron su espíritu y la hicieron obtener un poco de ese valor que había perdido. Pero aún la incertidumbre rondaba entre sus pensamientos y carcomía la poca voluntad que le quedaba. Pero entonces una visión la alimentó de energías y le hizo recordar el porqué de sus pasadas decisiones, esa visión era la Luna, la amorosa y misericordiosa luna, ahora en un estado menguante, pero no menos hermosa, con luminosos rayos plateados que atravesaban las ramas de los árboles. Decidió así emprender lo que sería el resto de su vida, comenzando a través de sueños alimentados por su poderosa imaginación, aquellos sueños que las hadas perfumaban con sus sentimientos y que eran seguidos por sus congéneres, para construir un camino a través de su existencia, en el que dejaría partes de sí misma, partes de su esencia. Sabía que no estaba exenta de los cientos de peligros que en el bosque asechaban traicioneros y que su empresa podría no tener éxito, al perecer sin conseguir esa meta, pero qué importaba ya, si tenía que luchar lucharía, si tenía que morir, lo haría con la victoria en sus manos. La luna era muy luminosa y los árboles del bosque extendían sus sombras sobre el suelo nocturno dando un ambiente tétrico y desesperanzador, pero ya no tenía miedo, y así comenzó el primer tramo del que sería su camino de sueños, su propio camino de sueños.
Las sombras asechaban con ocultos miedos y el hada estuvo a punto de detenerse en mas de una ocasión al sentir quebrantada su voluntad por esos miedos invisibles, pero que parecían tener tantos ojos como el argos y miradas tan penetrantes que sentía frío punzante en la nuca, pero decidió no rendirse, decidió seguir imaginando, que para un hada significa seguir existiendo. Las sombras ya no la amenazarían más, porque su amiga celestial, la afectuosa Luna la protegía de ellas cada vez que se refugie en su luz de argento. El camino está trazándose, pero no se puede ni siquiera imaginar lo que hay en su destino, porque el destino no sabe perdonar.

Insomnium

Al amparo de luces que no existen, simplemente el haber...

martes, 29 de mayo de 2007

Kathia en dulce vuelo



Pobre niña solitaria, nadie ha cuidado de ella desde su nacimiento, desde que vino a este mundo de escoria, y donde los sentimientos de altruismo parecen resbalar a su presencia. Ahora está en lo alto de un puente, de noche y sintiendo la suave lluvia en su cabeza y hombros, pero sin nadie que comparta con ella este momento, esta visión de meteoro nocturno, hay relámpagos a lo lejos, puede ver las poderosas líneas de electricidad que surcan los cielos a lo lejos, y es tan solo una fantasía, tener una mano que sostenga la suya. Mientras tanto, el viento sopla, es frío, y de sus labios surgen palabras, palabras ininteligibles al inicio, pero que poco a poco han ido tomando claridad y certeza. “hoy acabaré con todo esto, hoy terminaré con todo lo que desde hace tiempo he sufrido” se podían oír sus palabras, dolidas, dolientes, penosas, tal vez con un oscuro entusiasmo, “se habrán de arrepentir los que me humillaron, los que me laceraron, los que ordeñaron mis lágrimas hasta dejarme los ojos secos y cual cristales opacos. Hoy existiré de nuevo en donde nadie me doblegue mas”. En su cabeza, imágenes de sus padres corrían entre pensamiento y pensamiento, dos personas sin rostro que la miraban con ojos que no existían, esto era por que nunca los conoció; por ahí pasaba también la imagen del maestro pederasta que abusó de su ingenuidad hacía algunos pocos años, y que deseaba ver, por sobre cualquier cosa, muerto, empalado; la maldita mujer que la esclavizaba y golpeaba por cualquier tontería mientras se atascaba de alcohol; todos aquello mocosos que tanto se mofaban de ella, que tanto la hacían sufrir, y golpeaban y maltrataban su ropa. Y vio hacia abajo en el río debajo del puente, le pareció ver su imagen a lo lejos en el agua turbia y oscura por la noche y las nubes que cubrían en su totalidad el cielo. El reflejo parecía ser una imagen más bien satírica de ella misma, reflejando su miseria. Su blanquísima piel se mojaba con la fría lluvia y su cabello de color vino escurría de agua, agua emponzoñada de ominosos presagios, como si la noche sintiera el nacimiento de un monstruoso numen sanguinario que se uniría a las descarnadas legiones de criaturas que gobiernan las pesadillas. Y sonrió la niña con cierto aire de maldad, como si su corazón fuese apretujado por una monstruosa ansia de muerte placentera. “¡Sus manos!” recordó de súbito la niña, “él me llamaba”. Un recuerdo apartó de golpe a todos los demás que tanto la atormentaban, el recuerdo de un hombre, que le tendió la mano desde la oscuridad de un sucio callejón, un hombre con chaqueta de color café ocre, cabello y bigote canos y manos callosas y endurecidas. Nadie, nunca, bajo ninguna circunstancia había hecho lo mismo, nadie se había preocupado por ella, él era el único que le había hecho un gesto de ayuda. La llamó por su nombre, “Kathia” resonó el sonido de su voz en su mente, y le habló con cierta dulzura a pesar de lo profunda y grave de su voz. Se presentó como un amigo, luego sabría que su nombre es Géstal. Y sonrió y lloró con ese recuerdo, y sintió su corazón cálido, bañado por la sangre, rebozante de amor hacía aquel único hombre que le dio ternura, cuando había olvidad lo que era una sonrisa, y mas tarde se enteraría de que ni siquiera era como un hombre. “Hoy terminará mi vida de humillación y comienza mi vida de libertad, cuando me encuentre con mi reflejo en el agua enturbiada del río”.
Y al ir cayendo sintió la fuerza del viento en su cara, cada vez mas, y vio el agua sobre la cual aterrizaría, no quería sentir dolor, ya no quería caer, ya no deseaba morir, y vio en sus recuerdos la mano callosa y amable del aquel hombre, era inevitable. Dolor, un dolor insoportable se dejó percibir en sus brazos y espalda, algo surgía desde el interior de su cuerpo de niña, su blanca piel se abría, sangraba, espinas manando desde el interior de sus brazos, y espalda, haciéndose mas grandes cada vez, mancados de sangre, y luego una membrana uniendo cada una. El reflejo que vio de ella misma en el agua, distorsionado por las ondas formadas al chocar las gotas de lluvia en sus superficie, la aterrorizó, por dos razones principales, la una era por el extraordinariamente grotesco aspecto de esas espinas unidas por membranosidades y la otra por el hecho de que se acercaba inevitablemente a su muerte, pero halló un subterfugio al fatal desenlace al desplegar eso que dolía y nacía de sus brazos y espalda, eso que prefirió llamar milagro. Al detenerse en la orilla de río y mirarse se estremeció y se derribó sobre sus rodillas, abatida por el punzante dolor que le invadía, aterrorizada y cansada, sintió el calor de sus sangre escurrir por sus hombros. “¡Kathia!” escuchó la niña, su pecho se exaltó de un extraño miedo y gozo, era él, “pobre niña solitaria” dijo a partir su posición.
Y desde la sombra luctuosa que se formaba debajo del puente le tendió su callosa mano amablemente, tal como otrora lo había hecho ya. Y ella sonrió, lloró, y se abrazó a él.

Amanita Virosa III


Amanita Virosa III

La Confidente de Plata



Un sol rastrero y triste iluminaba el bosque en trazas de luz que atravesaban las hojas y ramas de los árboles. El viento gemía angustioso y suplicante desde el oeste mientras unas cansadas alas cristalinas se batían en el aire con dificultad después de haber seguido tantos pasos, tantos rastros oníricos de hada. Los sueños con aroma a nada que seguía el hada a través de los troncos y arbustos se hicieron cada vez mas agonizantes, pero su perseverancia la animó a continuar siguiendo el camino trazado por aquellas que pasaron antes, un camino vacío y prosaico, como si los sentimientos que pudieran haber existido en ellos hubiesen sido arrancados de tajo por unas garras demoníacas y sin cuerpo. Ahora el camino no tiene alma, no tiene sentido ni sustancia, solo una dirección sin propósito solo pasos mudos.
Una sensación de hastío invadió el alma cristalina del hada cansada, por su mente ya reptaba la idea de parar y continuar mas tarde su camino. Apenas esa idea comenzaba a tornarse en una acción cuando notó algo inquietante, se encontraba perdida, sin rastro que seguir, los sueños habían acabado ya, no habían sido dejados más, y se encontraba a la deriva.
El miedo invadió su frágil mente y quebrantaba su voluntad, mil preguntas se agolpaban en su cerebro. ¿Qué será de mí? ¿Qué haré ahora? ¿Hacia donde iré? El viento gemía frío y sordo a modo de vaga respuesta. La noche comenzó a caer, las sombras lo invadían todo y no tardó el hada a ser cobijada por ellas. Los hongos que crecían incrustados en los musgosos troncos antiguos y en el suelo húmedo expelían sus vapores luminosos de colores de neón dándole al bosque un aspecto fantasmagórico y onírico. El corazón del hada latía con fuerza portentosa como esperando ser atrapada por un desconocido enemigo.
Un fuerte ruido metálico sobresaltó a la pequeña criatura alada, un ruido sordo y de portentosa potencia que cimbró la tierra y sacudió los árboles alrededor, supo de inmediato que se trataba de ese ser monstruoso que se come al bosque, ese ser de férrea piel y ojos endemoniadamente luminosos: La muerte mecánica se acercaba. Amenazaba con acabar con la pobre hada y destruir por completo el mundo que ella conocía. El ruido siguió escuchándose, se le podía oír moverse entre los árboles lejanos, quizá acercándose o quizá no. Los ojos cristalinos del hada se posaron sobre las ramas de los lejanos árboles y pudo notar como estas se sacudía con fuerza al pasar esa bestia inenarrable. El tránsito de la bestia duró poco y el silencio invadió el lugar, ni siquiera se escuchaba el tímido cantar de los grillos ni el andar de las pequeñas alimañas habitantes de la noche, parecían haberse escondido entre las sombras para no ser descubiertos por la horrorosa criatura gigante que arrancaba los troncos con su espectral garra. El miedo era ya insoportable y unas lágrimas fueron expulsadas de sus ojos brillantes y estas rodaron por sus mejillas hasta caer libremente al suelo.
Las horas pasaron tan rápidamente que ni siquiera se dio cuenta que se había quedado dormida. Lo primero que vio al abrir sus ojos cristalizados fue una luna llena imponente en el cielo, la imagen fragmentada por las ramas tupidas de los árboles no le impidió admirar la magnificencia de su querida luna, de su amada compañera de la noche, aquella con quien había compartido todos sus secretos y que ahora la conocía mas bien que nadie, mejor que ella misma. Comenzó a pensar en todas las dificultades que la luna debe de pasar cada día, como el lidiar con su contraparte, el sol, o el tener que dirigir a todas las estrellas, o lo sola que debe sentirse en el cielo cada noche. Recuerda que ella comenzó a hablar con la luna más por hacerle compañía que por sentirse en la necesidad de contar sus peripecias.
El vapor luminoso de una seta cercana a ella le iluminaba el rostro y la hizo olvidar por un momento que se encontraba perdida, que ya no podía seguir un camino de sueños, pues este había terminado y no había señales de sus congéneres por los alrededores. Cuando estas cuestiones volvieron a su mente comenzó a trazar un plan propio ahora desde una perspectiva más optimista. Decidió continuar su camino ella sola, marcar su propia vía, trazar su propio destino sin seguir el de alguien más pues eso le provocaría desilusiones. La luna parecía sonreírle de manera difusa con sus rayos plateados y el hada le hablo al astro nocturno y sereno de su plan, de cómo dejaría para siempre de seguir y comenzaría a crear, ella dejaría su propio rastro para que alguna otra hada perdida lo siguiera. Así comenzó y se levantó sobre el sombrero del hongo sobre el cual se encontraba y al batir de sus alas vidriosas el viento vibró y ella se elevó para dirigirse a su destino.
La luna la acompañó lo que restaba de la noche y le iluminaba el camino con sus rayos argentinos. El hada siguió platicando con la luna como si esta pudiera darle alguna respuesta, y cada vara que avanzaba sus esperanzas crecía y crecía más. De pronto la tupida arboleda dio paso a un claro bastante amplio en el que podían verse los vestigios de un rudimentario campamento de hadas abandonado hacía mucho. A pesar de la antigüedad de esas ruinas, tal descubrimiento inyectó más esperanza al hada y sonrió con lágrimas a la luna mientras esta, serena y tranquila le acariciaba el rostro con sus finas luces de argento.

miércoles, 23 de mayo de 2007

Vestido de Muerte II



He vuelto de aquella terrible cacería a la que he encadenado mi miserable existencia, pero no he de liberar ningún tipo de refunfuño, pues es gracias a ello que mi dulcísima ama y señora ha de continuar existiendo. Los sabes, solo es por ti que extiendo cada minuto una eternidad mi condena, ¡oh amada mía! Es la oscuridad aquí en esto que parece mi hogar, es el negro estar de mi siempre ominosa vida y obra. Casi a tientas busco aquel lugar donde escondo el crucifijo, aquel que es, secretamente, una llave, aquella llave que desata los candados de tus aposentos, dulcí cima dueña mía. Lo he encontrado, está frío, casi tanto como un témpano de hielo, pero yo se que no es por el clima, sino por la propia muerte que habita en mí, se aloja en mi alma, y gangrena mi espíritu, torna fría la sangre que corre por aquellas hebras que llamo mis venas y arterias, y lo siento tan gélido que casi tiemblo, pero esto es, por poco una aberración solo de pensarlo, pues mi carne está corroída por extrañas entidades que me tienen sometido e impiden mis sensaciones, no siento el dolor, no siento el frío, no siento el fuego aunque mi carne quede reducida a carbón, estoy tan atormentado.
Hubo un tiempo, si, poco a poco vuelan los recuerdos a lo que me queda de conciencia, un tiempo en que yo era un respetado hombre de sociedad, un ciudadano modelo, de honorable catadura y fineza en mis modales. Pero aquella mujer me hechizó cual ojos de serpiente a su indefensa presa, con una perfección terrible, se introdujo tan hondo en mis pensamientos, ¡tan hondo! Por las noches su imagen en mi cabeza me atormentaba, solo unía mis párpados y su silueta se dibujaba en aquella negrura que era en ese momento mi única visión. Su voz, exquisita a mi oído se repetía con cualquier insulsa frase que ella pudiera haber pronunciado en cualquier segundo en mi presencia, mientras la seguía y la asechaba, sin atreverme a dirigir siquiera un saludo, por aquel ridículo mido de ser ridiculizado, valga la redundancia, por mi propio nerviosismo. No se que es lo que pasaba por mi mente en aquellas mocedades del alma, pero mis decisiones se convirtieron en mi condena, entes de la noche, númenes nocturnos, dioses de inframundos pocas veces imaginados y jamás soñados por mentes racionales, ellos, sentí que ellos y solo ellos podrían hacerme aquel deplorable favor, el de darme una eternidad junto a la mujer que había hurtado mi corazón con tanta maldad involuntaria que Maquiavelo hubiese aplaudido de pié, si tan solo ella hubiese sido conciente de mi sufrir, de esos sentimientos que provocaba en mi. He hecho un trato con aquellas repulsivas entidades, yo la amaría por siempre, ellos debían dármela, pero a cambio, debía perderlo todo, mi fortuna, mi faz, mi honra, y todo aquello que significase algo para mi. Así me condenaron. Efectivamente, esas execrables deidades de la noche me habían dado a mi amada, pero sin vida, me la regalaron en sus aposentos, vestida con una nebulosa túnica que colgaba de su cuerpo, recostada sobre un lecho de pétalos de flores secas, tal vez por la maldad de esos monstruos nocturnos, sino es que sea por la iniquidad que ella traía consigo de por si, aquella que usó para hechizarme. Ella estaba casi sin vida, yo debía alimentarla, de almas, de hombres, de muerte. Debía sacrificar cada vez a una persona y practicar un ritual de lo mas grotesco y ominoso, para así el alma de aquellos inmolados llegue hasta mi amada y le de vida, por un tiempo limitado, entonces yo deberé repetir aquella operación tan abominable. Se que mientras conciente, mi amada, que está al tanto lo que hago, se niega y se horroriza con mis actos, pero, ¡por los dioses de la maldita noche! No podría soportar si no existieras, si no te viera, te sintiera, si no besara tus pies. Eres tan indispensable para mí como lo es el pecado al infierno. Sin ti, yo dejo de existir.
Ahora todas las inmolaciones, que de mi acero son vástagos, han de posarse en lo que queda de mi corroído cuerpo, por eternidades, mientras tenga a quien alimentar de almas. Esto me produce una muerte aparente, donde me pudro y mi sangre se enfría, pero no puedo dejar de moverme. Pues debo hacerlo, debo seguir mis sacrificios, mis hecatombes, y puedo decir con orgullo que lo que hago, lo hago por amor verdadero.
Siento el frío de aquella llave en forma de crucifijo, lo hundo en la hendidura y me sumerjo en la sensación de éter y dulces blasfemias de las que se compone mi actual existencia, pues no puedo llamarla vida, ya no podré nunca más llamarla vida. Se abre aquel portón negro y pesado, una poderosa luz blanca emana desde el otro lado, puedo ver el envés de la madera del portal, que está cubierto de mármol, pero es eso lo que me interesa ver en última instancia. En el fondo de la blanquísima habitación se debe hallar la silueta de mi amada, quiero verla, necesito verla, pues de otro modo, me sentiré torturado y desapareceré. ¡Es ella! Del otro lado de las finas cortinas de sutil velo ámbar se ve la silueta de mi poseedora es hermosa, como solo ella sabría y podría serlo. Ahora que ha despertado, se encuentra de pie, me precipito hacia ella, y me postro a sus pies, ahora espero sus tan frecuentes súplicas, aquellas que siempre me hace sobre dejarla ir, y de no martirizar mas inocentes, lo que no sabe es que nadie es inocente, que cada inmundo ser que pisa la tierra trae consigo una estela de pecados de un tonelaje que raya en lo cósmico, y no lo he dicho yo, sino el mismo Dios, si es que tiene boca para hacerlo, cuando habla del pecado original, o al menos es eso lo que me enseñaron en aquella catequesis cristiana de mi infancia. Sin embargo, no escucho súplica alguna, sus manos se encuentran metidas entre sus largas mangas, su piel está colorida por algún vestigio de sangre en su cuerpo, sus ojos expresan un deseo indistinguible y reprimido en su interior, algo en ella cambió. ¿Que podrá ser, que podrá ser eso que se tornó distinto en mi amada?
¡No lo creo, en verdad, no lo creo! Con un tono de suave ternura me pide que la abrace, este momento lo esperé tanto durante tanto tiempo, y ahora es posible, ella pidiéndome un abraso, a mi que ya deforme se lo concedo con inmediata acción e infinito gusto y placer. Me despojo de la negra máscara que resguarda mi inicuo rostro malformado por la perversidad que me corroe, y me lanzo a sus brazos… Sus brazos. Me recibe, con una ternura maternal, me abraza y me dice que no tenga miedo. ¡Me ama, yo se que me ama y por fin lo ha aceptado! No puedo evitar el llanto. Pero, no por mucho me dura la alegría, siento como se hunde en mi espalda algo parecido a un punzante filo, algo frío, algo que hierve de ira y que tiene la intención de eliminarme. Mi llanto no ha cesado, pero ahora viene con matices distintos, es un llanto de una profunda tristeza, me he percatado de aquella traición de la que amo tanto. “Perdóname” dice ella con una voz entre cortada por aquella sensación incómoda que se produce en la garganta cuando un cúmulo de sentimientos se apodera de tus cuerdas vocales. Pero yo siento esa petición como un millón de dagas despedazando mi ya empobrecido y corroído corazón, puesto que es en ese músculo donde se guardan las emociones, según se dice, es el hogar del alma. La veía y en mi mirada se dibujaba una pregunta tan cínica que daba lástima escucharla, incluso a mi mismo, sentía las cuerdas de mi voz ensangrentadas mientras pronunciaba: “¿Por qué?” Y sentía que aquel sitio en el que ella se encontraba, delante de mi pérfida imagen, antes blanquísimo y luminoso comenzaba a apagarse y ensombrecerse, tal vez mis ojos ya no eran útiles. “¡Morirás, si no te alimento, morirás!” le gritaba a mi amada, pero no recibía respuesta al principio, tan solo sus suspiros y jadeos, consecuencia del llanto que la invadía, ese sonido lleno de una tristeza espectral me daba toda la respuesta que necesitaba. Ella sabía que moriría, que dejaría de existir al asesinarme y es por eso que lo hacía, era un suicidio, no quería mas la vida, no deseaba mas una existencia en la que su cuerpo necesitase almas de ajenos para otorgarle mas tiempo de movimientos. Abominaba eso y sintió la urgente necesidad de terminarlo.
Mi cuerpo, presa de la muerte, no se podía quedar ni un solo momento quieto, ahora soy presa de extrañas convulsiones esporádicas que me causan, por primera vez en tanto tiempo, un dolor terrible, espasmos tan violentos que siento como mi columna se rompe y se retuerce, no sé que clase de poder está provocando este terrible fenómeno, pero mientras continúan esas terribles torciones musculares se rompen algunos de mis huesos, puedo escucharlos estallar, puedo percibir el dolor del que soy presa, y se quema mi piel ahora, ahora un calor inmenso se produce debajo de mi piel pálida, y quema mi carne. Siento y veo como el humo aflora al exterior de mi cuerpo, este invade mis brazos, piernas y tórax, y se extiende.
Pero a pesar de todos esos espeluznantes sufrimientos de que soy presa, tengo en mi mente la todavía nítida imagen de mi amada, y siento una honda pena, una pena que me duele mas que los huesos rotos y el fuego en mi carne. Ella morirá ahora que no me tiene a mí para protegerla ahora que no podrá beber vidas humanas, y ese solo pesar es insoportable a mi alma, el solo vislumbrar un futuro en el que la dueña de mi existencia sea tan solo un leve recuerdo de una perversión sideral y producto de las bajas pasiones de un miserable atormentado. Que no caiga sobre ella el destino, que sea libre al final. ¡Quiero que viva! Y este será por siempre el sentimiento que arrancó mil vidas, y que ultrajó la quietud de mil noches. El secreto detrás de un tormento.

La Esencia

La Esencia está viva, cada día respira de nuestro aire y se mueve por nuestro espacio. Somos miserablemente pequeños ante ella. Es nuestra creadora. Pero sus manifestaciones son desconcertantes y casi nunca agradables. Sus manifestaciones son seres. Algunos andan entre nosotros y otros se ocultan en las sombras del mito, mientras que a otros más les es indiferente nuestra existencia y nos pasan de largo. Ellos son los seres de la Esencia.
Soy alguien que ha vivido cerca de todo ello, y que ha tenido la suficiente suerte de sobrevivir o, cuando menos, permanecer cuerdo.
Cada caso del que yo tenga conocimiento en el que se sospeche de una manifestación tal ha de quedar plasmado en este lugar. Aún a costa de mi volundad.

Mapamundi maldito

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