martes, 29 de mayo de 2007

Kathia en dulce vuelo



Pobre niña solitaria, nadie ha cuidado de ella desde su nacimiento, desde que vino a este mundo de escoria, y donde los sentimientos de altruismo parecen resbalar a su presencia. Ahora está en lo alto de un puente, de noche y sintiendo la suave lluvia en su cabeza y hombros, pero sin nadie que comparta con ella este momento, esta visión de meteoro nocturno, hay relámpagos a lo lejos, puede ver las poderosas líneas de electricidad que surcan los cielos a lo lejos, y es tan solo una fantasía, tener una mano que sostenga la suya. Mientras tanto, el viento sopla, es frío, y de sus labios surgen palabras, palabras ininteligibles al inicio, pero que poco a poco han ido tomando claridad y certeza. “hoy acabaré con todo esto, hoy terminaré con todo lo que desde hace tiempo he sufrido” se podían oír sus palabras, dolidas, dolientes, penosas, tal vez con un oscuro entusiasmo, “se habrán de arrepentir los que me humillaron, los que me laceraron, los que ordeñaron mis lágrimas hasta dejarme los ojos secos y cual cristales opacos. Hoy existiré de nuevo en donde nadie me doblegue mas”. En su cabeza, imágenes de sus padres corrían entre pensamiento y pensamiento, dos personas sin rostro que la miraban con ojos que no existían, esto era por que nunca los conoció; por ahí pasaba también la imagen del maestro pederasta que abusó de su ingenuidad hacía algunos pocos años, y que deseaba ver, por sobre cualquier cosa, muerto, empalado; la maldita mujer que la esclavizaba y golpeaba por cualquier tontería mientras se atascaba de alcohol; todos aquello mocosos que tanto se mofaban de ella, que tanto la hacían sufrir, y golpeaban y maltrataban su ropa. Y vio hacia abajo en el río debajo del puente, le pareció ver su imagen a lo lejos en el agua turbia y oscura por la noche y las nubes que cubrían en su totalidad el cielo. El reflejo parecía ser una imagen más bien satírica de ella misma, reflejando su miseria. Su blanquísima piel se mojaba con la fría lluvia y su cabello de color vino escurría de agua, agua emponzoñada de ominosos presagios, como si la noche sintiera el nacimiento de un monstruoso numen sanguinario que se uniría a las descarnadas legiones de criaturas que gobiernan las pesadillas. Y sonrió la niña con cierto aire de maldad, como si su corazón fuese apretujado por una monstruosa ansia de muerte placentera. “¡Sus manos!” recordó de súbito la niña, “él me llamaba”. Un recuerdo apartó de golpe a todos los demás que tanto la atormentaban, el recuerdo de un hombre, que le tendió la mano desde la oscuridad de un sucio callejón, un hombre con chaqueta de color café ocre, cabello y bigote canos y manos callosas y endurecidas. Nadie, nunca, bajo ninguna circunstancia había hecho lo mismo, nadie se había preocupado por ella, él era el único que le había hecho un gesto de ayuda. La llamó por su nombre, “Kathia” resonó el sonido de su voz en su mente, y le habló con cierta dulzura a pesar de lo profunda y grave de su voz. Se presentó como un amigo, luego sabría que su nombre es Géstal. Y sonrió y lloró con ese recuerdo, y sintió su corazón cálido, bañado por la sangre, rebozante de amor hacía aquel único hombre que le dio ternura, cuando había olvidad lo que era una sonrisa, y mas tarde se enteraría de que ni siquiera era como un hombre. “Hoy terminará mi vida de humillación y comienza mi vida de libertad, cuando me encuentre con mi reflejo en el agua enturbiada del río”.
Y al ir cayendo sintió la fuerza del viento en su cara, cada vez mas, y vio el agua sobre la cual aterrizaría, no quería sentir dolor, ya no quería caer, ya no deseaba morir, y vio en sus recuerdos la mano callosa y amable del aquel hombre, era inevitable. Dolor, un dolor insoportable se dejó percibir en sus brazos y espalda, algo surgía desde el interior de su cuerpo de niña, su blanca piel se abría, sangraba, espinas manando desde el interior de sus brazos, y espalda, haciéndose mas grandes cada vez, mancados de sangre, y luego una membrana uniendo cada una. El reflejo que vio de ella misma en el agua, distorsionado por las ondas formadas al chocar las gotas de lluvia en sus superficie, la aterrorizó, por dos razones principales, la una era por el extraordinariamente grotesco aspecto de esas espinas unidas por membranosidades y la otra por el hecho de que se acercaba inevitablemente a su muerte, pero halló un subterfugio al fatal desenlace al desplegar eso que dolía y nacía de sus brazos y espalda, eso que prefirió llamar milagro. Al detenerse en la orilla de río y mirarse se estremeció y se derribó sobre sus rodillas, abatida por el punzante dolor que le invadía, aterrorizada y cansada, sintió el calor de sus sangre escurrir por sus hombros. “¡Kathia!” escuchó la niña, su pecho se exaltó de un extraño miedo y gozo, era él, “pobre niña solitaria” dijo a partir su posición.
Y desde la sombra luctuosa que se formaba debajo del puente le tendió su callosa mano amablemente, tal como otrora lo había hecho ya. Y ella sonrió, lloró, y se abrazó a él.

Amanita Virosa III


Amanita Virosa III

La Confidente de Plata



Un sol rastrero y triste iluminaba el bosque en trazas de luz que atravesaban las hojas y ramas de los árboles. El viento gemía angustioso y suplicante desde el oeste mientras unas cansadas alas cristalinas se batían en el aire con dificultad después de haber seguido tantos pasos, tantos rastros oníricos de hada. Los sueños con aroma a nada que seguía el hada a través de los troncos y arbustos se hicieron cada vez mas agonizantes, pero su perseverancia la animó a continuar siguiendo el camino trazado por aquellas que pasaron antes, un camino vacío y prosaico, como si los sentimientos que pudieran haber existido en ellos hubiesen sido arrancados de tajo por unas garras demoníacas y sin cuerpo. Ahora el camino no tiene alma, no tiene sentido ni sustancia, solo una dirección sin propósito solo pasos mudos.
Una sensación de hastío invadió el alma cristalina del hada cansada, por su mente ya reptaba la idea de parar y continuar mas tarde su camino. Apenas esa idea comenzaba a tornarse en una acción cuando notó algo inquietante, se encontraba perdida, sin rastro que seguir, los sueños habían acabado ya, no habían sido dejados más, y se encontraba a la deriva.
El miedo invadió su frágil mente y quebrantaba su voluntad, mil preguntas se agolpaban en su cerebro. ¿Qué será de mí? ¿Qué haré ahora? ¿Hacia donde iré? El viento gemía frío y sordo a modo de vaga respuesta. La noche comenzó a caer, las sombras lo invadían todo y no tardó el hada a ser cobijada por ellas. Los hongos que crecían incrustados en los musgosos troncos antiguos y en el suelo húmedo expelían sus vapores luminosos de colores de neón dándole al bosque un aspecto fantasmagórico y onírico. El corazón del hada latía con fuerza portentosa como esperando ser atrapada por un desconocido enemigo.
Un fuerte ruido metálico sobresaltó a la pequeña criatura alada, un ruido sordo y de portentosa potencia que cimbró la tierra y sacudió los árboles alrededor, supo de inmediato que se trataba de ese ser monstruoso que se come al bosque, ese ser de férrea piel y ojos endemoniadamente luminosos: La muerte mecánica se acercaba. Amenazaba con acabar con la pobre hada y destruir por completo el mundo que ella conocía. El ruido siguió escuchándose, se le podía oír moverse entre los árboles lejanos, quizá acercándose o quizá no. Los ojos cristalinos del hada se posaron sobre las ramas de los lejanos árboles y pudo notar como estas se sacudía con fuerza al pasar esa bestia inenarrable. El tránsito de la bestia duró poco y el silencio invadió el lugar, ni siquiera se escuchaba el tímido cantar de los grillos ni el andar de las pequeñas alimañas habitantes de la noche, parecían haberse escondido entre las sombras para no ser descubiertos por la horrorosa criatura gigante que arrancaba los troncos con su espectral garra. El miedo era ya insoportable y unas lágrimas fueron expulsadas de sus ojos brillantes y estas rodaron por sus mejillas hasta caer libremente al suelo.
Las horas pasaron tan rápidamente que ni siquiera se dio cuenta que se había quedado dormida. Lo primero que vio al abrir sus ojos cristalizados fue una luna llena imponente en el cielo, la imagen fragmentada por las ramas tupidas de los árboles no le impidió admirar la magnificencia de su querida luna, de su amada compañera de la noche, aquella con quien había compartido todos sus secretos y que ahora la conocía mas bien que nadie, mejor que ella misma. Comenzó a pensar en todas las dificultades que la luna debe de pasar cada día, como el lidiar con su contraparte, el sol, o el tener que dirigir a todas las estrellas, o lo sola que debe sentirse en el cielo cada noche. Recuerda que ella comenzó a hablar con la luna más por hacerle compañía que por sentirse en la necesidad de contar sus peripecias.
El vapor luminoso de una seta cercana a ella le iluminaba el rostro y la hizo olvidar por un momento que se encontraba perdida, que ya no podía seguir un camino de sueños, pues este había terminado y no había señales de sus congéneres por los alrededores. Cuando estas cuestiones volvieron a su mente comenzó a trazar un plan propio ahora desde una perspectiva más optimista. Decidió continuar su camino ella sola, marcar su propia vía, trazar su propio destino sin seguir el de alguien más pues eso le provocaría desilusiones. La luna parecía sonreírle de manera difusa con sus rayos plateados y el hada le hablo al astro nocturno y sereno de su plan, de cómo dejaría para siempre de seguir y comenzaría a crear, ella dejaría su propio rastro para que alguna otra hada perdida lo siguiera. Así comenzó y se levantó sobre el sombrero del hongo sobre el cual se encontraba y al batir de sus alas vidriosas el viento vibró y ella se elevó para dirigirse a su destino.
La luna la acompañó lo que restaba de la noche y le iluminaba el camino con sus rayos argentinos. El hada siguió platicando con la luna como si esta pudiera darle alguna respuesta, y cada vara que avanzaba sus esperanzas crecía y crecía más. De pronto la tupida arboleda dio paso a un claro bastante amplio en el que podían verse los vestigios de un rudimentario campamento de hadas abandonado hacía mucho. A pesar de la antigüedad de esas ruinas, tal descubrimiento inyectó más esperanza al hada y sonrió con lágrimas a la luna mientras esta, serena y tranquila le acariciaba el rostro con sus finas luces de argento.

miércoles, 23 de mayo de 2007

Vestido de Muerte II



He vuelto de aquella terrible cacería a la que he encadenado mi miserable existencia, pero no he de liberar ningún tipo de refunfuño, pues es gracias a ello que mi dulcísima ama y señora ha de continuar existiendo. Los sabes, solo es por ti que extiendo cada minuto una eternidad mi condena, ¡oh amada mía! Es la oscuridad aquí en esto que parece mi hogar, es el negro estar de mi siempre ominosa vida y obra. Casi a tientas busco aquel lugar donde escondo el crucifijo, aquel que es, secretamente, una llave, aquella llave que desata los candados de tus aposentos, dulcí cima dueña mía. Lo he encontrado, está frío, casi tanto como un témpano de hielo, pero yo se que no es por el clima, sino por la propia muerte que habita en mí, se aloja en mi alma, y gangrena mi espíritu, torna fría la sangre que corre por aquellas hebras que llamo mis venas y arterias, y lo siento tan gélido que casi tiemblo, pero esto es, por poco una aberración solo de pensarlo, pues mi carne está corroída por extrañas entidades que me tienen sometido e impiden mis sensaciones, no siento el dolor, no siento el frío, no siento el fuego aunque mi carne quede reducida a carbón, estoy tan atormentado.
Hubo un tiempo, si, poco a poco vuelan los recuerdos a lo que me queda de conciencia, un tiempo en que yo era un respetado hombre de sociedad, un ciudadano modelo, de honorable catadura y fineza en mis modales. Pero aquella mujer me hechizó cual ojos de serpiente a su indefensa presa, con una perfección terrible, se introdujo tan hondo en mis pensamientos, ¡tan hondo! Por las noches su imagen en mi cabeza me atormentaba, solo unía mis párpados y su silueta se dibujaba en aquella negrura que era en ese momento mi única visión. Su voz, exquisita a mi oído se repetía con cualquier insulsa frase que ella pudiera haber pronunciado en cualquier segundo en mi presencia, mientras la seguía y la asechaba, sin atreverme a dirigir siquiera un saludo, por aquel ridículo mido de ser ridiculizado, valga la redundancia, por mi propio nerviosismo. No se que es lo que pasaba por mi mente en aquellas mocedades del alma, pero mis decisiones se convirtieron en mi condena, entes de la noche, númenes nocturnos, dioses de inframundos pocas veces imaginados y jamás soñados por mentes racionales, ellos, sentí que ellos y solo ellos podrían hacerme aquel deplorable favor, el de darme una eternidad junto a la mujer que había hurtado mi corazón con tanta maldad involuntaria que Maquiavelo hubiese aplaudido de pié, si tan solo ella hubiese sido conciente de mi sufrir, de esos sentimientos que provocaba en mi. He hecho un trato con aquellas repulsivas entidades, yo la amaría por siempre, ellos debían dármela, pero a cambio, debía perderlo todo, mi fortuna, mi faz, mi honra, y todo aquello que significase algo para mi. Así me condenaron. Efectivamente, esas execrables deidades de la noche me habían dado a mi amada, pero sin vida, me la regalaron en sus aposentos, vestida con una nebulosa túnica que colgaba de su cuerpo, recostada sobre un lecho de pétalos de flores secas, tal vez por la maldad de esos monstruos nocturnos, sino es que sea por la iniquidad que ella traía consigo de por si, aquella que usó para hechizarme. Ella estaba casi sin vida, yo debía alimentarla, de almas, de hombres, de muerte. Debía sacrificar cada vez a una persona y practicar un ritual de lo mas grotesco y ominoso, para así el alma de aquellos inmolados llegue hasta mi amada y le de vida, por un tiempo limitado, entonces yo deberé repetir aquella operación tan abominable. Se que mientras conciente, mi amada, que está al tanto lo que hago, se niega y se horroriza con mis actos, pero, ¡por los dioses de la maldita noche! No podría soportar si no existieras, si no te viera, te sintiera, si no besara tus pies. Eres tan indispensable para mí como lo es el pecado al infierno. Sin ti, yo dejo de existir.
Ahora todas las inmolaciones, que de mi acero son vástagos, han de posarse en lo que queda de mi corroído cuerpo, por eternidades, mientras tenga a quien alimentar de almas. Esto me produce una muerte aparente, donde me pudro y mi sangre se enfría, pero no puedo dejar de moverme. Pues debo hacerlo, debo seguir mis sacrificios, mis hecatombes, y puedo decir con orgullo que lo que hago, lo hago por amor verdadero.
Siento el frío de aquella llave en forma de crucifijo, lo hundo en la hendidura y me sumerjo en la sensación de éter y dulces blasfemias de las que se compone mi actual existencia, pues no puedo llamarla vida, ya no podré nunca más llamarla vida. Se abre aquel portón negro y pesado, una poderosa luz blanca emana desde el otro lado, puedo ver el envés de la madera del portal, que está cubierto de mármol, pero es eso lo que me interesa ver en última instancia. En el fondo de la blanquísima habitación se debe hallar la silueta de mi amada, quiero verla, necesito verla, pues de otro modo, me sentiré torturado y desapareceré. ¡Es ella! Del otro lado de las finas cortinas de sutil velo ámbar se ve la silueta de mi poseedora es hermosa, como solo ella sabría y podría serlo. Ahora que ha despertado, se encuentra de pie, me precipito hacia ella, y me postro a sus pies, ahora espero sus tan frecuentes súplicas, aquellas que siempre me hace sobre dejarla ir, y de no martirizar mas inocentes, lo que no sabe es que nadie es inocente, que cada inmundo ser que pisa la tierra trae consigo una estela de pecados de un tonelaje que raya en lo cósmico, y no lo he dicho yo, sino el mismo Dios, si es que tiene boca para hacerlo, cuando habla del pecado original, o al menos es eso lo que me enseñaron en aquella catequesis cristiana de mi infancia. Sin embargo, no escucho súplica alguna, sus manos se encuentran metidas entre sus largas mangas, su piel está colorida por algún vestigio de sangre en su cuerpo, sus ojos expresan un deseo indistinguible y reprimido en su interior, algo en ella cambió. ¿Que podrá ser, que podrá ser eso que se tornó distinto en mi amada?
¡No lo creo, en verdad, no lo creo! Con un tono de suave ternura me pide que la abrace, este momento lo esperé tanto durante tanto tiempo, y ahora es posible, ella pidiéndome un abraso, a mi que ya deforme se lo concedo con inmediata acción e infinito gusto y placer. Me despojo de la negra máscara que resguarda mi inicuo rostro malformado por la perversidad que me corroe, y me lanzo a sus brazos… Sus brazos. Me recibe, con una ternura maternal, me abraza y me dice que no tenga miedo. ¡Me ama, yo se que me ama y por fin lo ha aceptado! No puedo evitar el llanto. Pero, no por mucho me dura la alegría, siento como se hunde en mi espalda algo parecido a un punzante filo, algo frío, algo que hierve de ira y que tiene la intención de eliminarme. Mi llanto no ha cesado, pero ahora viene con matices distintos, es un llanto de una profunda tristeza, me he percatado de aquella traición de la que amo tanto. “Perdóname” dice ella con una voz entre cortada por aquella sensación incómoda que se produce en la garganta cuando un cúmulo de sentimientos se apodera de tus cuerdas vocales. Pero yo siento esa petición como un millón de dagas despedazando mi ya empobrecido y corroído corazón, puesto que es en ese músculo donde se guardan las emociones, según se dice, es el hogar del alma. La veía y en mi mirada se dibujaba una pregunta tan cínica que daba lástima escucharla, incluso a mi mismo, sentía las cuerdas de mi voz ensangrentadas mientras pronunciaba: “¿Por qué?” Y sentía que aquel sitio en el que ella se encontraba, delante de mi pérfida imagen, antes blanquísimo y luminoso comenzaba a apagarse y ensombrecerse, tal vez mis ojos ya no eran útiles. “¡Morirás, si no te alimento, morirás!” le gritaba a mi amada, pero no recibía respuesta al principio, tan solo sus suspiros y jadeos, consecuencia del llanto que la invadía, ese sonido lleno de una tristeza espectral me daba toda la respuesta que necesitaba. Ella sabía que moriría, que dejaría de existir al asesinarme y es por eso que lo hacía, era un suicidio, no quería mas la vida, no deseaba mas una existencia en la que su cuerpo necesitase almas de ajenos para otorgarle mas tiempo de movimientos. Abominaba eso y sintió la urgente necesidad de terminarlo.
Mi cuerpo, presa de la muerte, no se podía quedar ni un solo momento quieto, ahora soy presa de extrañas convulsiones esporádicas que me causan, por primera vez en tanto tiempo, un dolor terrible, espasmos tan violentos que siento como mi columna se rompe y se retuerce, no sé que clase de poder está provocando este terrible fenómeno, pero mientras continúan esas terribles torciones musculares se rompen algunos de mis huesos, puedo escucharlos estallar, puedo percibir el dolor del que soy presa, y se quema mi piel ahora, ahora un calor inmenso se produce debajo de mi piel pálida, y quema mi carne. Siento y veo como el humo aflora al exterior de mi cuerpo, este invade mis brazos, piernas y tórax, y se extiende.
Pero a pesar de todos esos espeluznantes sufrimientos de que soy presa, tengo en mi mente la todavía nítida imagen de mi amada, y siento una honda pena, una pena que me duele mas que los huesos rotos y el fuego en mi carne. Ella morirá ahora que no me tiene a mí para protegerla ahora que no podrá beber vidas humanas, y ese solo pesar es insoportable a mi alma, el solo vislumbrar un futuro en el que la dueña de mi existencia sea tan solo un leve recuerdo de una perversión sideral y producto de las bajas pasiones de un miserable atormentado. Que no caiga sobre ella el destino, que sea libre al final. ¡Quiero que viva! Y este será por siempre el sentimiento que arrancó mil vidas, y que ultrajó la quietud de mil noches. El secreto detrás de un tormento.

Vestido de Muerte I



Voy vestido de muerte poblando la noche de lamentos y cuando el último minuto noctívago haya perecido al fin, las huellas de mis pasos quedarán al descubierto de los ojos profanos y de los sentimientos mortales y banales. Todo ello, todo mi andar, cada noche que contenga mi presencia, cada lamento que bajo mi acero sea parido, cada una de las sanguinolentas gotas que se derrame bajo el cobijo de la amparadora noche, todo ello te lo ofrezco con sumiso servilismo, y con el amor que te profeso. Mereces beber la vida de aquellos que no han sabido encontrar su significado, y han despreciado las luces que pueden nacer de las sombras más negras.
Ahora mis pasos andan por luctuosas calles que parecen umbrales de dimensiones necróticas y ominosas. Luces pálidas de espectrales faroles es lo único que separa las sombras de mis túnicas del color de la pez y de la máscara que cubre mi rostro empobrecido de perdón. ¿Que es lo que busco en una noche de tintes tan macabros como estos? Busco tu eterno tributo, aquellas almas de las que se debe nutrir la esencia que te colma y te sustenta. Deseo tu eterna existencia, no dejaré que desaparezcas como tu quisieras a veces, se que el latir de corazones ultimados y ajenos son sensibles a tu pecho, y que los alaridos de los que son presas de mi misericordia son sentidos en tu garganta también, pero de otro modo, ¿cómo podría yo soportar una existencia sin tu aliento sobre la maldita masa de carne pútrida que soy yo? ¡Dime como!
Puedo escuchar la intermitencia de chasquidos suaves sobre el suelo, alguien ha decidido aventurarse en esta melancólica noche que guarda muertes y que sostiene mis excéntricas perversiones. He de decirlo, ha elegido muy mal, y ahora pido a algún numen estelar que se apiade de su pobre alma, pues su sangre me pertenece y su cuerpo será regalado a rastreros bichos engendrados en oscuros inframundos. No pido que tenga miedo, ese poderoso sentimiento es innecesario en esta ocasión, ¿Por qué tener miedo de la libertad más absoluta para el hombre que nada ha logrado con su existencia terrenal? Pronto todo se terminará y las preocupaciones que agobiarían su lamentable vida serán erradicadas, pues al fin y al cabo ninguna preocupación humana posee validez en ningún nivel de realidad, son solo detritos y escombro de las conciencias, son estorbos del pensamiento.
La he visto, se trata de una agraciada mujer que parece caminar temerosa entre las lóbregas calles, como asediada por espíritus podridos y negros que a su lado parecen embellecer su aura, hacerla mas brillante, transformándola en fulgores incandescentes y celestialmente ígneos. Se dirige a donde mi sombra aguarda, debajo del manto que cubre mi perturbado ser sostengo la daga, misericordia, con la que ultimaré sus penas, sus angustias, sus latidos. Usa una capa que cubre su rostro. ¡Oh! Apiádense de ella númenes noctívagos, apiádense de su destino del otro lado del río Estigia. Ahora salgo campante a su encuentro, y con mis túnicas escondo aquél filo que atravesará su piel nívea, como lo sería el ópalo, y suave como lo es la ceda. Estoy a solo un par de pasos de ella, ¡Espíritus de la oscuridad que precede al alba! Han escuchado mis rezos. Una ráfaga de viento boreal que heló el ambiente de súbito ha hecho levantarse mi capa y ha descubierto el arma destinada a atravesar el cuerpo de mi víctima, y esta ha sido testigo de mis pérfidas intenciones. Un leve suspiro se ha dejado oír a modo de exclamación y ha echado a andar la huída. No podría correr mucho, no de mí. La sigo hasta donde ha dado vuelta a un callejón, le quito la capa que cubría su cabeza y al tiempo su cabello es liberado en una ondulación en sable que levita por los aires, la alcanzo y la atrapo, grita, solo unas milésimas de segundo, pues tapo su boca con mi perversa mano, al hacer esto, siento el tiempo tan lento mientras siento sus labios apretados contra mi palma; suaves, carnosos, era como tener una laxa pulpa frutal cubierta con alguna delicada seda. Intenta zafarse, intenta seguir gritando, forcejea, patalea, empuja y araña mi ropaje y la piel que escapa de este. Probablemente sentí que ya era demasiado hacerla sufrir, la apuñalé varias veces, sentía como el acero entraba una y otra vez en su pecho, tuve que hacerlo desde la espalda, luego de frente, vi, si, vi como el gulés de su sangre brotaba de su cuerpo, de las heridas, tiñendo el suelo de escarlata palpitante, que incitaba a beber de ella como de un oasis. Solo un poco, curioso, extasiado, sumergí la lengua en una de las hendiduras de las que brotaba aquel exquisito líquido. Sentí el calor de aquel cuerpo, el calor en extinción que aún afloraba de lo que una vez fue una mujer. Era alguien con una vida, una historia, un pasado, un legado, familia, tal vez esposo o prometido, no lo se, solo sé que ahora le pertenece a aquella de quien yo mismo soy esclavo. ¡Oh! Amada mía, esta es tu ofrenda, te brindo esta vida y esta sangre, en tu honor y gloria. Ahora el ritual comienza. Un ritual degenerado que incluía una danza circular, un cántico salmodiado en versos profundos e innominados. Está hecho. Ahora su alma pertenece completamente a aquella a quien sirvo. He alargado su existencia algún tiempo más. Se que tal vez repudies lo soez de mis actos, se que no deseas tantas muertes, se todo lo que maldices el arma con que ultimo a cada inocente, tal vez tanto como a mi me desprecias por mis actos corrompidos, yo lo se. Pero, ¡Oh! Amada mía, debes ser tan comprensiva como seas capaz, con uno, uno que tanto te ama, que te procura vida eterna, que no puede soportar la idea de tu desaparición, uno que se interna en las traicioneras veredas del destino para recolectar aquel elíxir que mantiene tu existencia. Ámame, te lo suplico, ámame tanto como yo te he de amar por siempre, incluso después de que mi cuerpo fuese tragado por algún suelo al que sentiré ajeno, y seguro me expulsaría de él, si no estuvieras tu cerca.

domingo, 13 de mayo de 2007

Amanita Virosa II


Amanita Virosa II
Sueños Perfumados
Un sueño muy largo fue interrumpido por el canto de un pájaro mañanero dándole un saludo melodioso al alba. La pequeña hada sacudió sus pequeñas y traslúcidas alas para comenzar su viaje a través del bosque luctuoso. Esa pequeña criatura mágica dirigió su primera mirada al horizonte que ante ella se presentaba: las vetustas maderas de los árboles se encontraban cubiertas de liquen y musgo que daban una apariencia de inmemorial antigüedad a este bosque; las flores que abrían sus pétalos al sol aún mostraban gotas de rocío en las que se reflejaban los fantasmales mosaicos de luz y sombra que formaban las hojas de los árboles; en lo alto del éter descollaban las puntas de los altos pinos nebulosos desde las bajas tierras desde las que eran vistos; unas cuantas mariposas revoloteaban por los aires en busca de su alimento, el suave néctar de las matinales flores. Un hermoso y a la vez desesperanzador espectáculo podía contemplarse desde la precaria posición de esta pequeña hada atrapada en una eventualidad inmisericorde.
Decidió no esperar más y pensó en el largo y tortuoso camino que debía recorrer y que aún tenía por delante. Las otras hadas habían hecho ya este recorrido y esta solo tenía que seguir ese rastro mágico e invisible que sus congéneres habían dejado. Este rastro no era algo normal, algo tangible o detectable por seres profanos, este camino intangible era un camino de sueños aromatizados de sonrisas y lágrimas. Al pasar por donde estaba esta estela onírica, el hada sentía todo aquello que sus antecesoras habían sentido, soñaba lo que las otras soñaron, reía donde aquellas rieron, sollozaba cuando, con antelación, lo habían hecho las antecesoras. Esta marca de sueños aromáticos que dejaban las hadas servía para que alguna compañera perdida pudiera llegar a donde se encontraba la colonia, pues si existe algo que las hadas no resisten es estar solas, pero resisten menos el abandonar lo que aman. Ese último motivo fue el que hizo al hada a aferrarse a su hogar hasta el último segundo antes de ser destruido por la Muerte Mecánica. Agitando sus alas cristalinas, a través del aire denso del bosque, continuó siguiendo su camino de invisibles aromas oníricos y etéreos. Las sensaciones que percibió al seguir el rastro de las otras hadas fueron, al principio, lo más usual que podría haber sentido: impaciencia, miedo, incertidumbre, nostalgia, pena, tristeza; pero al rato de andar por los caminos vagos del sueño y los recuerdos una sensación de matices espectrales se apoderó de sus pensamientos. Algo había pasado en el viaje de sus congéneres cuando pasaron por esas zonas alejadas y desconocidas. Pareciera que su andar tan monótono y bien calculado se viera amenazado por un hado ominoso. Lo que comenzó a sentir a medida que avanzaba a través del bosque la estremeció de tal manera que detuvo su avance y se quedó petrificada. En ese lugar del espacio en que se encontraba, el rastro de las hadas que antes habían pasado por esta zona cambió completamente de matiz. Lo que antes era solamente nostalgia, incertidumbre impaciencia y miedo se había transformado en pánico, horror, desesperación, lo mas oscuro del miedo ultraterreno contenido en un tramo sucinto de ese camino onírico cuyo dulce perfume, antaño embalsamado de recuerdos, sonrisas y lagrimas sentidas del alma, había cambiado a ser una dolorosa odorífera vía del miedo, la angustia, la muerte. Ominosas emociones inundaron la mente de la pequeña criatura alada y no quiso seguir adelante por temor a lo que pudiera descubrir con las sensaciones siguientes. Con todo y el miedo que llegó a sentir avanzó y lo que siguió fue mas aturdidor todavía que lo que antes había sentido. Imágenes en sepia de un paisaje recordado por una de las hadas anteriores saltaron a su mente, imágenes de sombras monstruosas y visiones de cadavéricos rostros siniestros. Una inenarrable sensación de monstruoso e inhumano pánico la colmó hasta el borde de la locura, sus alas se agitaban dificultosamente intentando dejar atrás el terrible pánico. Y de repente, toda esa poderosa fuerza del terror se extinguió. El rastro no desapareció, solo el miedo. El rastro aun estaba presente, pero ya no mostraba todo aquel imperante pánico que antes se había producido, de hecho, ya no proyectaba ninguna clase de sensación, ni miedo, ni incertidumbre, ni alegría, ni tristeza, nada. Parecía que las hadas anteriores hubieran quedado sin sentimientos ni memorias, sin alma, sin pensamientos, sin vida, aunque deberían tener vida, ya que lograron hacer este camino de sueños aromáticos que ahora seguía esta hada solitaria. Solo faltaban los sueños, era como si estos hubieran sido arrancados del camino, como si las alucinaciones de esta vía fuesen de un carácter onírico vació, como cuando duermes, pero no hay sueños, solo negrura, solo oscuridad.
El hada se alegró de que haya terminado la pesadilla antes sentida, pero esta vacuidad que ahora inundaba su andar la preocupó demasiado y decidió seguir este rastro hasta encontrar a sus amigas las hadas para poder obtener una explicación de este prosaico camino construido con sueños vacuos y perfumes tan poco fragantes. Pero sobretodo, decidió seguir en el camino por temor a la soledad, pues aunque los sueños que inundaban la estela a seguir estaban totalmente vacíos, sabía que fueron hechos por sus semejantes, lo cual la hacia no sentirse completamente sola en un mundo mas vacío que estas oníricas huellas de hada, que estos sueños perfumados de nada.

La Esencia

La Esencia está viva, cada día respira de nuestro aire y se mueve por nuestro espacio. Somos miserablemente pequeños ante ella. Es nuestra creadora. Pero sus manifestaciones son desconcertantes y casi nunca agradables. Sus manifestaciones son seres. Algunos andan entre nosotros y otros se ocultan en las sombras del mito, mientras que a otros más les es indiferente nuestra existencia y nos pasan de largo. Ellos son los seres de la Esencia.
Soy alguien que ha vivido cerca de todo ello, y que ha tenido la suficiente suerte de sobrevivir o, cuando menos, permanecer cuerdo.
Cada caso del que yo tenga conocimiento en el que se sospeche de una manifestación tal ha de quedar plasmado en este lugar. Aún a costa de mi volundad.

Mapamundi maldito

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