martes, 28 de agosto de 2007

Yukoku - Yukio Mishima Harakiri scene

Enfrentando cara a cara a la muerte. Sepuku...

La Respuesta


La respuesta

En una ocasión me preguntaste si soñar era tan importante para vivir. Te pido perdón por no haberte contestado desde antes, te pido perdón por ser un iluso, por desaparecer tanto tiempo sin explicación. Ha sido con un buen motivo. Sin embargo hoy he de responderte. Difícil, pero no lo suficiente como para no sobrevivir, ha sido encontrar respuestas a las preguntas que nacen en el mundo del sueño, es regularmente más difícil salir que entrar. Cuando ahondé en el foso de nubes negras y púrpuras sentí que la respiración ya no tenía importancia ni sustento. No importaba sentir, no importaba el aire a mí alrededor, pues ya no existía tal. El hilo se introducía a mi boca poco a poco y sabía a metal, a plata, amarga y suave también. Al entrar todo en mi boca y atravesar hasta mi garganta una reacción oniro-química encendió un fuego en lo que suponía era mi corazón, pero, como mi respiración, los latidos ya no importaban, podían no existir y sin embargo seguir aquí. La oscuridad se extraviaba en las chispas luminosas y un entorno se hizo presente. Logré sacar la cabeza del mar, estaba ahogándome, no era agua en lo que nadaba, eran los sudores de la pesadilla, el miedo en su más pura forma. Y yo pataleaba para liberarme de los que me arrastraban al fondo, eran descarnados, con nariz de simio. Sentía la extinción en mi espalda, pero un poderoso remolino hizo retroceder el miedo y pronto quedé libre, alzado por la fuerza de eso que me arrastraba, girando a una velocidad tremenda casi irresistible que holgaba mis facciones por la presión ejercida.
No sabía en donde estaba, en que oscuro sitio me encontraba, pero entonces abrí los ojos y al cerrarlos veía lo mismo, los parpados no me impedían ver la realidad, no podía evitar ser testigo, no podía evitar ser un instrumento de vigilancia y contemplación.
Ahora yo solo existía en el sueño y la realidad como una unidad, como un solo universo de sustancia sinuosa y sensible. ¿Qué podría importar el mundo de antes, aquel que entre lumbre perversa, guerras inmisericordes, sensaciones imperdonables y culturas de superficialidad antes que entrañas reales, que solo te ofrecía esperanzas falsas?
¿En que me he convertido? Es una pregunta falsa. Siempre he sido, siempre he existido, es solo que no lo había descubierto. Es como caminar con un pié en el mar y otro en el completo vacío. Soy infeliz aunque eso no sea noticia nueva, soy etéreo, y existo tanto en el sueño como en la realidad.
Tubos donde se transporta vida están encarnados en mi alma física, aquella que está manchada de sangre en su interior, aquella que siente. Mientras en otro lado, uno muy lejano atravesamos las más impresionantes tierras y montañas, los valles más exuberantes, los más dorados ríos que desembocan en mares de vapores plateados. Todos nosotros, los prisioneros del sueño, errantes, vagabundos, caminantes y deambulantes de reinos aún no inventados y poco recordados por los que alguna vez los nombraron, o creyeron hacerlo. Éramos esclavos con cadenas de éter, con vendas hechas de párpados cercenados del Argos, tan solo para evitar que veamos lo desagradable, más allá de la belleza de todos los imperios oníricos que visitábamos y por donde vagábamos.
El aire que entraba a mis pulmones de carne no era mío, no me pertenecía, y yo quería escupirlo de mi cuerpo, vomitarlo junto con mi sonrisa perpetua y rígida que no me dejaba expresar más que lo que sentí una sola vez en todo un infinito. Escuché tus llantos y sentía tus dedos, pero no podía hacer nada al respecto, no quería hacer nada aún, me lo impedían tus lágrimas y mi sudor.
Mientras arrancaba las flores que crecen sobre las rocas entre musgo y hongos de algún valle sin nombre, cerca de un lacustre reino, donde crecían bambúes y papiros sumergidos en los lagos, sentía que rasgaban mi piel, como si estuviera siendo pinchado por alguna invisible espina. No vi sangre, como ya era costumbre en ese conglomerado de reinos y ducados de ensueño, todo era gaseoso, incluso mi sangre, en mis venas corría éter, y en mi mente no había nada. No importaba, no interesaba. Estaba ahí solo por una pregunta y estaba condenado a contestarla. Mientras notaba eso, la flor perdió sus pétalos uno a uno, sacándose primero y luego cayendo al suelo, cerca de mis pies, el último pétalo dejó correr una gota de sangre desde los pistilos. No entendía aún el porqué, pero tenía la enfermiza seguridad de que era sangre de mis venas.
Las gotas del suero se disolvían entre mi organismo al atravesar mi piel metido en ese minúsculo conducto metálico. La mujer de blanco iba y venía con pasos apresurados, como temiendo a la lentitud, como darse tiempo para estar solo un momento quieta y darse cuenta de que su vida era depresiva y sin sentido. Pero tu mirada enrojecida e hinchada me mantenía de algún modo misterioso junto a ti, aún cuando no importara si mis párpados servían o no.
Después de mucho andar, no dándome cuenta si utilizaba los pies para ello, o si tenía pies si quiera, descubrí un sendero empolvado y gobernado por musgo y tiempo desperdiciado. Luego de acabar el sendero distinguí en el sinuoso horizonte lo que parecía ser un formidable bastión, de un blanco pulcro y sin ninguna mancha. Representaba todo lo que yo nunca podría ser. No intenté acercarme, no quise, sentía miedo. Rodee la construcción pero al otro lado de esta no había nada, el sol huía de ese sitio, no había luz y la construcción era negra y ruinosa, lo que había contemplado era solo una fachada falsificada de lo que podría ser en verdad la verdad.
Siempre se me habían hecho tristes los hospitales, siempre se me habían hecho fríos y deshumanizados en sus fachadas, es increíble que la vida de muchos dependa de hombres con máscaras de rigidez perpetuas en un edificio tan gris y frío, inmisericorde como solo la muerte puede serlo. Ironías de esto que llamamos civilización.
Los pilares de un templo púrpura se encontraban tirados en el suelo, ahí donde antaño descollaban a las alturas, y desafiaban a la gloria rascando el ombligo del cielo. Podía ver el pasado de ese templo desde la perspectiva de un cristal azul, y también el destino de ese mármol violáceo con solo poner mis ojos detrás de un cristal rojo. Pero había también un cristal verde, al acercarme y observar a través de él noté que había un bacanal de proporciones olímpicas donde danzaban sátiros, lobos, hombres con laureles en el pene, y mujeres con tres pares de tetas, la orgía rebozaba de pecado, de licor y vino, de lenguas húmedas, de garras con sangre ajena y propia, de ratas paradas en cruces con la cola enredada en el cuerpo del barbudo crucificado, de todo lo que podría ser asqueroso y excitante nombrar. Solo me alejé. No por que no quisiera verlo, sino por que intenté no acercarme a aquellas sensaciones a las que había renunciado antes. Ahora no tenía sexo, ni sentía deseos de ello, no podía sentir el sabor del vino en mi boca, era incapaz de escuchar música alguna, pues mis oídos solo percibían el vibrar que se produce con el maravilloso resonar de las cuerdas de un onírico Orfeo. Pero no me desanimé ni un instante, porque no tenía razón para ello. Solo continué y dejé los cristales donde los había encontrado. Tal vez era lo mejor después de todo, dejar atrás lo que no podemos comprender, o lo que hemos perdido, por dedición o por estupidez, que suele ser lo mismo.
Es como si mis pulmones no fueran míos, es como si mi piel fuera ajena, prestada. Siento que estoy hueco, tal vez acorralado entre sábanas blancas, ásperas, casi tormentosas. Y mientras tanto, un líquido entra en mi torrente sanguíneo contra mi voluntad. Hoy no encontré tu mirada, hoy necesitaba verla, hoy si importaba.

La Esencia

La Esencia está viva, cada día respira de nuestro aire y se mueve por nuestro espacio. Somos miserablemente pequeños ante ella. Es nuestra creadora. Pero sus manifestaciones son desconcertantes y casi nunca agradables. Sus manifestaciones son seres. Algunos andan entre nosotros y otros se ocultan en las sombras del mito, mientras que a otros más les es indiferente nuestra existencia y nos pasan de largo. Ellos son los seres de la Esencia.
Soy alguien que ha vivido cerca de todo ello, y que ha tenido la suficiente suerte de sobrevivir o, cuando menos, permanecer cuerdo.
Cada caso del que yo tenga conocimiento en el que se sospeche de una manifestación tal ha de quedar plasmado en este lugar. Aún a costa de mi volundad.

Mapamundi maldito

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