martes, 23 de noviembre de 2010

Sangre bajo las uñas

Hay sangre debajo de sus uñas rotas y astilladas. Corre tan rápido como puede, pero podría no ser suficiente, podrían seguir sus pasos, hay aromas en el bosque, tierra húmeda, musgo, pino. Escucha pasos tras de sí, no son humanos, corren con garras y dientes, corren detrás de ella, una jauría de desollados infernales.
Las hojas crujen bajo sus pies, desea encontrar una carretera, una persona, algo que la haga sentir protegida. Sabe que no lo hallará. Sabe que morirá sola en ese lugar. Un sacrificio para los idólatras. No sabe si la velocidad de sus pies alcanzará para salvar su vida, o es solo que dentro de sí la oscura seguridad de su muerte se retuerce en torno a su cuello, como una cadena de castigo, pero ha decidido que no se la tendrán tan fácil esos bastardos.
Hay un puente delante, se esconde debajo. La sangre empapa su cuerpo, como una segunda y definitiva piel. Como esa de la que sus persecutores carecen. Escucha crujir la madera cuando ellos cruzan a toda velocidad, espera unos momentos y corre arroyo abajo. Suplica a Dios entre jadeos, una posibilidad de salvación, una segunda oportunidad, suplica y promete la purificación de su alma, el reencause de su vida, hasta entonces malgastada, buenas obras para los prójimos. Dios tal vez la haya escuchado. En lontananza un rumor familiar, es un automóvil, y no parece estar lejos. Corre a toda prisa, cada una de las heridas en su piel le arde como mil demonios lamiéndole con sus incandescentes lenguas sulfurosas.
En la camioneta, la pareja va algo distraída. No es fácil ir conduciendo cuando tu copiloto se dedica a felarte. Los faros apuntan a la carretera apenas lo suficiente para distinguir los cercanos obstáculos posibles. Así que cuándo la ve, gritando a media calle, manchada de sangre, la impresión es tremenda. Da un volantazo, luego otro más fuerte. Casi de milagro consigue frenar antes de atropellar a la intrusa que grita cosas incomprensibles. Su compañero se levanta desconcertado, asustado y un tanto mareado.
Ella se acerca al coche, sus gritos son una cacofonía desesperada con olor a sangre. Y cuando el piloto baja a preguntar, de entre el bosque junto al camino, esos aparecen, son como enormes perros sin piel, como pesadillas de carne sin sangre y terribles ojos amarillos, una marejada de garras, dientes y huesos descubiertos, con mandíbulas que se desquijarran al abrirse. Su boca expele una terrible combinación de sangre y saliva vaporosa, caldeada, viscosa, se percibe una halitosis de muerte añeja. Estos embisten a la mujer y la despedazan en cuestión de instantes en los que los dos tipos son testigos de la más brutal de las muertes imaginables, una apoteosis de sangre y crujir de huesos. Un dedo sale disparado de esa feroz carnicería, choca contra el parabrisas, la sangre escurre por el cristal lentamente. Sin pensarlo dos veces arrancan y huyen sin mirar atrás.
El dedo medio masticado parece apuntar fuera del camino. A un sitio cuyo nombre es mejor no conocer. Hay sangre bajo esa astillada uña.

martes, 2 de noviembre de 2010

Entre las nubes

La noche pierde luz, las nubes cubren el cielo cual gigantesca mancha. El caminante lo resiente, por aquellas antiguas y olvidadas veredas la luz resultaría de gran ayuda. ¿A qué lugar se dirige? Se escapa al conocimiento, tal vez no es importante el lugar, tanto como lo es el propósito. Este caminante es un cazador.
La luna se asoma de cuando en cuando por entre la espesura del insistente nubarrón. ¿Es el preludio de una tormenta? El caminante avanza con paso decidido, no quiere perderse el momento. Él no es un cazador cualquiera, porque él no caza lo que lo otros cazadores cazan. Él captura milagros. Los encuentra y los captura. Lleva en su mochila una colección de milagros: la flor que nació durante una sequía de treinta años, las hermosas pinturas que hiciera una mujer ciega, la grabación de las proféticas palabras de una estatua, un anzuelo que solo pascaba tiburones (aún a costa de la vida del pescador), entre otros más.
Ahora corre para cazar otro milagro. No sabe qué es, no sabe qué encontrará, y tampoco tiene idea de cómo lo cazará, pero sabe que lo conseguirá, pues tiene la facilidad de estar en el sitio preciso donde los milagro ocurren para hacerse con ellos.
Puede ver las luces de un poblado cercano, pasando una colina, y se dirige allí. Sus pasos son ayudados repentinamente por la luz de la luna que de pronto decidió asomarse entre las nubes nocturnas. Como para dar gracias por la luz que se le concedía elevó la mirada a la nocturna bóveda nublada. Y ahí, estaba, el cazador ha cazado su nueva presa.
Entre los espesos nubarrones un rostro cobra forma, por uno de sus grandes ojos se asoma la luna, con su brillo plateado, y en el otro una estrella solitaria hace acto de presencia. Sus ojos desiguales reflejan locura. En su rostro una amplia sonrisa meteórica y burlona. El caminante eleva la voz para hablar con aquella brumosa aparición:
—¿Quién eres?
—Soy quien mira desde arriba —la voz es profunda cual rumor de olas en los océanos celestes y lánguida como hecha de un viento antiguo. El cuerpo del caminante se estremece.
—¿Soy, acaso, el único que puede verte? —pregunta el cazador de milagros, preocupado por el espanto que esa antinatural (¿o acaso demasiado natural?) aparición podría causar en los habitantes del cercano poblado.
—Eres el único que alza su mirada al cielo.
Y con estas palabras las nubes se disipan, las estrellas lucen esplendentes en la bóveda celeste, en el cenit la luna llena resplandece. El caminante no deja de ver el cielo y el brillo del astro le baña cada centímetro, produciéndole la abstracta sensación de ser observado. Sensación que nunca le habrá de abandonar.

La Esencia

La Esencia está viva, cada día respira de nuestro aire y se mueve por nuestro espacio. Somos miserablemente pequeños ante ella. Es nuestra creadora. Pero sus manifestaciones son desconcertantes y casi nunca agradables. Sus manifestaciones son seres. Algunos andan entre nosotros y otros se ocultan en las sombras del mito, mientras que a otros más les es indiferente nuestra existencia y nos pasan de largo. Ellos son los seres de la Esencia.
Soy alguien que ha vivido cerca de todo ello, y que ha tenido la suficiente suerte de sobrevivir o, cuando menos, permanecer cuerdo.
Cada caso del que yo tenga conocimiento en el que se sospeche de una manifestación tal ha de quedar plasmado en este lugar. Aún a costa de mi volundad.

Mapamundi maldito

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