lunes, 4 de abril de 2011

Las pequeñas espirales

Cuando aquí se hace de noche, es como ser transportado a una dimensión diferente. Al cobijo de la oscuridad cosas que solían ser dejan de serlo y otras surgen invitadas por las sombras, salidas de entre los recónditos rincones de lo apenas imaginable, pues en otro momento no podrían existir. Cae lentamente la noche, invitando a la irrealidad, a pequeños copos de imposibilidad revoloteando en el aire frío. Luces pequeñas, intermitentes, de color amarillo, se mueven en zigzag por la atmósfera anegada del leve rumor de las cigarras en verano. Con pasitos torpes, el niño se mueve entre la húmeda maleza, lanza una pequeña risita divertida mientras persigue a una que otra de esas lucecitas. Estas en su intento de huir van internando cada vez más al pequeño a una espesa arboleda. En su distraía diversión, el pequeño no se da cuenta que ha llegado a un punto en el que el camino se pierde entre las ramas y matorrales y desde donde ver la luz de la cabaña es prácticamente imposible, las únicas luces visibles son las que giran juguetonas sobre su cabeza y un tenue resplandor lunar que apenas consigue colarse por entre el profuso follaje. Y sigue lanzando manotazos y riendo divertido mientras intenta alcanzar los traviesos destellos. Cuando se da cuenta, tropieza con algo que se siente como un tronco en medio de la penumbra, cae al suelo sobre la hierba húmeda. El lugar donde se encuentra es una pequeña zona despejada de ramas bajo una cúpula de ramas henchidas de las hojas más verdes del verano. Al irse levantando se convierte en testigo de un fenómeno estremecedor y antinatural. Descubre que las lucecitas parpadeantes a su alrededor van creciendo en número, poco a poco van llegando más desde todas direcciones, aunque es más bien como si estuvieran encendiéndose de pronto desde cada rincón. Su número aumenta y su revoloteo se vuelve más y más frenético. Giran alrededor del niño, que no sabe si gritar de miedo o soltar una carcajada de éxtasis. Así que hace ambas cosas, pero no se mueve de lugar, algo le impide el movimiento y no está seguro si es algo dentro de él o si, sea lo que sea, proviene del exterior. Finalmente se forma un patrón definido en rededor del niño, una espiral que parece moverse hacia adentro y hacia afuera al mismo tiempo (quizás sean dos espirales superpuestas). Este momento se alarga un par de minutos, mientras se mueve algo en lo profundo del corazón del pequeño. Las lágrimas salen de sus ojos y no es capaz de distinguir si son de felicidad inexplicable o son de una pena indescifrable. Hay una nueva agitación, la perfecta espiral se desintegra en miles (quizá millones) de pequeñas partes luminosas, se mueven en un torbellino desbocado, y el niño se encuentra en el ojo de la mágica y furiosa tormenta. Su cuerpo sigue paralizado por esa antinatural voluntad interior o exterior. De improviso la tormenta colapsa y caen todos los pequeños puntos destellantes sobre él niño, en una especie de furiosa cascada hasta cubrirlo por completo, entonces, y solo entonces, el cuerpo del niño fue libre, intentó alejarse y librarse pero resultaba imposible. Luchó con todo lo que tenía, pero en cierto punto, el cansancio pudo más y cayó al suelo. En ese momento las atacantes se fueron dispersando y apagando muy rápido, hasta que solamente quedaron un par de decenas flotando distraídas en la noche que súbitamente había recuperado esa atmósfera de tranquilidad. A la mañana siguiente, los padres consiguieron encontrar a su hijo inconsciente en medio de la arboleda, después de haberlo buscado toda la noche. Lo llevaron a la cabaña y lo acostaron cuidadosamente entre las cálidas sábanas. Al revisar si estaba herido solo encontraron una extraña marca en forma de espiral en su hombro derecho. Cuando aquí nos alcanza la noche, algunas veces nos sentimos transportados a una distinta dimensión. Entre las sombras nocturnas, cosas que no debieran pasar, suceden. Y nos convertimos en testigos de extraños y a menudo peligrosos milagros, que en horas de sol no pueden existir.

La Esencia

La Esencia está viva, cada día respira de nuestro aire y se mueve por nuestro espacio. Somos miserablemente pequeños ante ella. Es nuestra creadora. Pero sus manifestaciones son desconcertantes y casi nunca agradables. Sus manifestaciones son seres. Algunos andan entre nosotros y otros se ocultan en las sombras del mito, mientras que a otros más les es indiferente nuestra existencia y nos pasan de largo. Ellos son los seres de la Esencia.
Soy alguien que ha vivido cerca de todo ello, y que ha tenido la suficiente suerte de sobrevivir o, cuando menos, permanecer cuerdo.
Cada caso del que yo tenga conocimiento en el que se sospeche de una manifestación tal ha de quedar plasmado en este lugar. Aún a costa de mi volundad.

Mapamundi maldito

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