miércoles, 4 de abril de 2007

Los pasos de alguien llamado Lott



No hay un rincón en el mundo que no haya sido ya pisado por mis pies. En el alba y el ocaso, he caminado sin descanso desde que obtuve la capacidad de hacerlo. No sé quién fui antes, que haya sido de mi vida previamente, que destino me haya escupido a esta corporación, solo sé que ahora existo a través de este cadáver que yo llamo cuerpo, que yo he titulado vehículo y que he usado como medio de unión con esta gigantesca esfera que he recorrido, como antes dije, y a la que prefiero personalmente no denominar de ningún modo.
Soy lo que algunos han llamado Jinn, sé que tal palabra no es de su habitual uso, es porque en occidente han preferido nombrar a los míos con esta palabra: “genios”. Ahora en su imaginación revolotea la imagen de alguna historia de Sherezada y las mil y una noches, pero he de decirles que se equivocan si me confunden con tal caricaturesca concepción de mi raza, si es que se merecen que los llame así. Hasta donde sé soy el mas antiguo de los míos de entre los que aún caminan sobre el rostro de este planeta, el mas anciano entre los ancianos, y apenas ahora comienzo a sentir como este cuerpo comienza a podrirse de nuevo. Me resisto a morir una vez más, aún hay cosas que debo hacer antes de dejar este pedazo de roca mohosa al que algunos han llamado tierra y otros, más románticos, hogar.
El día me ha alcanzado una vez más, y no recuerdo donde estoy ni que hago aquí, que más da, el Tibet o Sumatra, los Cárpatos o Atacama, no importa, siempre es lo mismo, siempre despierto en un lugar diferente, pues no espero encontrar dos veces el mismo amanecer. El sol se yergue sobre una colina coronada de rosales a los que ahora me dirijo, las rosas, oh! Las rosas, mi flor favorita en el mundo, me acerco y el perfume que emana de ellas me extasía. Recuerdos, sí, recuerdos llegan a mi mente justo ahora mientras el inclemente astro rey golpea mi calva cabeza con sus rayos cálidos que más que molestarme me cobijan y protegen del frío matinal. Tomo una rosa y mientras hundo mi nariz entre sus pétalos los recuerdos me asaltan nuevamente. Son recuerdos de antes de mis tiempos, de antes de que lograra opinar y ver, pues no tenía ni boca ni ojos, de tiempos antes de encontrar y poseer un cuerpo. Mi nariz se llena de un polen amarillo que casi quiero lamer para obtener un poco del alma de la flor. Sé que mis harapos se rasgan con las espinas del rosal, pero no me importa en lo absoluto, nunca me ha importado, además solo hace falta un movimiento de mi mano sobre esas hermosas flores y sus espinas huirán de mi piel.
¿Que es eso? ¿Un sauce? Este amanecer mejora cada vez, nada ha conquistado tanto mi cuerpo como la sombra de un sauce. No pienso dos veces el ir debajo de sus ramas. Novecientos años, es lo que veo en mis recuerdos, novecientos años atrás y la visión de un asesinato, un hombre calvo era apuñalado por la espalda con una daga que era sostenida por alguien de rasgos poco distinguibles debido a la tupida barba propia de los persas ancianos, luego yo entrando en ese cadáver aún sangrante y levantando aquel pié antes ajeno ahora mío, ese pie que recorrería el mundo en los siguientes novecientos años, un acto insospechado por aquél que murió apuñalado a traición. Es ese el modo de supervivencia de mis congéneres, es el modo en que por siglos, milenios, eones enteros han sobrevivido y seguirán haciéndolo. La sombra del árbol es refrescante y protege mi cuerpo del sol que ahora veo como enemigo, pues el día avanza y el calor asciende. Llamo a una de las ramas del amigable árbol y responde a mi voluntad elevándome a la sima del sauce, desde donde puedo ver parte del mundo que estos pies han recorrido y seguirán recorriendo, al menos durante un corto tiempo más. Aunque nadie recuerde que fueron pasos que dio alguien llamado Lott.

lunes, 2 de abril de 2007

Amanita Virosa I



Amanita Virosa I

La Muerte Mecanica


A través de sus ojos hechizantes, el hada veía el bosque nocturno. Ensombrecido por la falta del sol pero, al mismo tiempo, iluminado por la fosforescencia que emanaba de los múltiples hongos que crecían entre los vetustos troncos mohosos. Los hongos resplandecían con sus etéreas emanaciones entre el bosque mientras se escuchaban los místicos murmullos nocturnos de la noche. El hada permaneció inmóvil en su árbol contemplando ese onírico paisaje quizá por última vez. Sabía que debía abandonar el que fuera su hogar durante tantos siglos, sabía que si no lo hacía así ella desaparecería para siempre. Amaba su hogar pero había llegado la hora de despedirse de él.
Cundo una lagrima se derramó de sus asombrosamente cristalinos ojos, al recordarse a sí misma su inminente partida, asaltaron su mente imágenes de una infancia dentro de un capullo iridiscente, recordó las primeras imágenes que contempló al salir de él; hojas verdes de un árbol que se mecías al compás de un suave viento en una tarde de llovizna. Otra lagrima rodó por sus mejillas pálidas y nuevas imágenes melancólicas aparecieron ante sus ojos tan cristalinos como diamantes gemelos. Imágenes de flores rompiendo de sus capullos, hongos iluminando la noche incrustados en los árboles, siluetas de luciérnagas en las musgosas rocas del suelo al destellar con su bioluminiscencia. Pero no solo había imágenes en su mente, sino también otras sensaciones: el sabor dulce del néctar matinal, el aroma de la tierra cuando la lluvia la moja, el sonido del riachuelo que cruza el bosque, las cosquillas que siente cuando sus alas juegan con el viento gentil. Abandonar esta vida dolerá tanto en el corazón del hada como la muerte de un hijo para su madre, pero ella sabe que debe abandonar su hogar, pues de ello de pende su vida.
Se escuchó un rugir ominoso en las afueras del bosque, un rugir metálico. La muerte mecánica se acerca a pasos agigantados cada vez mas. Tronaron las altas ramas del árbol donde el hada se encontraba y esto la sobresaltó. Cuando regresó la mirada para ver de que se trataba se aterrorizó cuando se dio cuenta de que una garra gigantesca se devoraba el árbol entero. Un nuevo rugido se dejó escuchar atronando en la noche, lo que provocó que miles de aves volaran despavoridas ante aquél impresionante alarido. Ese ser gigantesco de férrea piel engullía el bosque con singular ferocidad al tiempo que de lo que parecía ser una protuberancia rígida y tubular en su espalda emanaban gases tóxicos que infectaban el aire nocturno y de sus ojos redondos surgía una violenta luz blanca inundando el bosque con resplandores enfermizos y siniestros.
El hada escapó muy aprisa de la muerte mecánica, aquel monstruoso ser de férrea piel que destilaba gases ponzoñosos y con ojos terriblemente resplandecientes que se dedicaba a devorar el bosque. Se interno con gran desesperación en la inmensa oscuridad y pensó en permanecer ahí hasta el día siguiente.
Al día siguiente, cuando comenzaría su viaje para encontrar un lugar donde vivir. Pero sabía muy bien que esta empresa no seria cosa fácil, pues el bosque estaba plagado de seres que podrían arrebatarle mas que su libertad. No quería pensar en ello por ahora, y se acurrucó debajo de un pequeño hongo para dormir, y así descansó lejos de aquella bestial criatura de férrea piel, acariciada por las luminosas y vaporosas emanaciones que despedía la seta bajo la cual se encontraba. Y así soñó de nuevo con su capullo, con las luciérnagas, con el aroma de la tierra mojada y con el viento jugueteando con sus alas traslúcidas.

La Esencia

La Esencia está viva, cada día respira de nuestro aire y se mueve por nuestro espacio. Somos miserablemente pequeños ante ella. Es nuestra creadora. Pero sus manifestaciones son desconcertantes y casi nunca agradables. Sus manifestaciones son seres. Algunos andan entre nosotros y otros se ocultan en las sombras del mito, mientras que a otros más les es indiferente nuestra existencia y nos pasan de largo. Ellos son los seres de la Esencia.
Soy alguien que ha vivido cerca de todo ello, y que ha tenido la suficiente suerte de sobrevivir o, cuando menos, permanecer cuerdo.
Cada caso del que yo tenga conocimiento en el que se sospeche de una manifestación tal ha de quedar plasmado en este lugar. Aún a costa de mi volundad.

Mapamundi maldito

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