sábado, 31 de marzo de 2012

Últimas palabras del Dr. Ilya Novikov



¿Qué habías dicho aquella noche? La última noche que te vi, una frase salió de tus labios descoloridos, como la tarántula sale de su madriguera para envenenar a su presa enredada en la telaraña. Desde entonces en mi alma no ha habido espacio suficiente para la tranquilidad, o la redención, o la esperanza, o para cualquier otra cosa que implique regocijo espiritual. Por eso quiero recordar lo que me dijiste, aquello que con tanto odio me lanzaste a mis oídos, con la clara intención de herirme. Lo has hecho bien, y no sé cómo.
Aquella noche era Febrero, el frío de ese mes se siente más en la piel que en cualquier otro mes, y la luna llena vaga en el cielo cual iceberg en las profundidades oceánicas del firmamento. Habías huido de nueva cuenta, y todos te buscaban por el complejo, en cada rincón, en cada esquina, bajo cada sombra, pero no podían encontrarte. Salí con Saladino, el perro entrenado. Él siguió tu rastro hasta dar contigo, recargada contra la reja, como esperando a tu libertador.
 Te vi, descalza, tu bata de hospital, tu piel pálida, tu corto cabello castaño, con la mirada perdida en la lejanía, cualquiera diría que veías el mar alargando sus dominios hasta todos los confines, pero del otro lado no había sino rocas, colinas y algunos edificios abandonados. Tuve que sostenerte entre mis brazos para retirarte de la reja, no saldrías en esta ocasión. Tal vez nunca.
Mientras te llevaba de vuelta y reportaba tu paradero por la radio, te escuchaba murmurar, no entendía bien tus balbuceos, pero no les di mayor importancia. No lo hice, sino hasta que sucedieron esas ‘cosas’. Un viento helado acarició mi cabeza y casi creí escuchar que pronunciaban mi nombre en el silbido de esa corriente. Mi piel se enchinó, y mis nervios se exaltaron cuando Saladino ladró sin control hacia todas partes antes de caer paralizado. La luna quedó eclipsada tras la sombra espesa de las nubes, mis manos temblaban de terror y más aún cuando noté que ya no estabas con migo. En mis manos solo sostenía tu bata, pero tú ya no estabas en ella. Mis nervios claudicaron y no pude moverme. Paralizado como me encontraba te vi por última vez, desnuda, frente a mí, con aquella mirada honda y atemorizante en la que creí perderme mucho rato, en aquella inmensidad cuasi cósmica de tu contemplación, privado de movimiento y de percepción completa, solo podía verte a ti, solo era capaz de sentir frío y nada podía escuchar excepto tu respiración estremecedora. Lo dijiste entonces, aquella frase, aquellas palabras que aún no puedo recordar.
Me derrumbé sobre mis rodillas y dejé caer la totalidad de mi cuerpo sobre el suelo helado. Temblando, lo último que logré ver fue a Saladino con el hocico abierto y su lengua húmeda saliendo por este mientras escuché que me llamaban: “¡doctor, doctor!” decían.
Al despertar me enteré de que habías desaparecido, que fuiste buscada por todos lados, pero jamás te encontraron. El complejo fue clausurado y casi ocho años han pasado desde entonces. Tu voz aún resuena en mi cabeza, tus palabras no han llegado a mí aún, y noche tras noche me quedo hasta la madrugada, fumando un cigarrillo tras otro, temiendo dormir, temiendo encontrarte en mis pesadillas, prefiriendo la oscuridad de mí estudio. Saladino aún me acompaña, aunque de forma distinta, disecado junto al escritorio.
El proyecto fracasó pero lucho aún por una migaja de esperanza, por un modo de borrar la marca que dejaste en mi mente, he luchado, no sabes cuánto. Mis dedos, los siento fríos mientras sostienen el vaso con vodka y mis párpados no pueden permanecer más tiempo abiertos. Hay un punto exacto, entre el sueño y la vigilia, en que creo recordar, en que tus palabras vienen furtivas y efímeras…
¡Ya recuerdo! Tus palabras en mi cabeza han chocado con mi conciencia. Ahora, con toda claridad puedo escuchar tu voz momentos antes de que desaparecieras. Pero no hay mensaje en aquello, no existe conexión con mi maldición. Algo no funciona bien para mí.
“Sobrevive un día más, y otro y otro y otro más”. Tus labios descoloridos y tus ojos profundos mirándome fijamente, tus cabellos cortos y castaños y esa pálida tez, tus pies descalzos y la bata de hospital. Querías que viviera para ti, querías que te recordara día tras día, deseabas que no te olvidara, y para ello debía vivir. Aún cuando en esa vida haya estado al borde de la locura tal como ahora, y como nunca lo he estado. 

-En 1983 un proyecto clasificado como ultra secreto que tuvo lugar en unas instalaciones ubicadas en algún punto de la actual Ucrania, tuvo un mal final, este pretendía desarrollar el potencial de un sujeto (una muchacha) que había mostrado capacidades calificadas de paranormales, para así poder controlarlas y hasta reproducirlas para su posible aplicación al campo bélico, sin embargo, la noche del 4 al 5 de febrero de ese año la jovencita desapareció de las instalaciones bajo condiciones poco claras. El responsable del proyecto, el doctor Ilya Nóvikov, fue hallado muerto en su estudio, por envenenamiento con cianuro, en la ciudad de Riga en Letonia el 24 de agosto de 1991. La anterior y desconcertante reseña fue escrita por el mismo doctor Nóvikov antes de morir. De la muchacha que escapó, que en aquel entonces tenía trece años, no se volvió a saber nada.

La Esencia

La Esencia está viva, cada día respira de nuestro aire y se mueve por nuestro espacio. Somos miserablemente pequeños ante ella. Es nuestra creadora. Pero sus manifestaciones son desconcertantes y casi nunca agradables. Sus manifestaciones son seres. Algunos andan entre nosotros y otros se ocultan en las sombras del mito, mientras que a otros más les es indiferente nuestra existencia y nos pasan de largo. Ellos son los seres de la Esencia.
Soy alguien que ha vivido cerca de todo ello, y que ha tenido la suficiente suerte de sobrevivir o, cuando menos, permanecer cuerdo.
Cada caso del que yo tenga conocimiento en el que se sospeche de una manifestación tal ha de quedar plasmado en este lugar. Aún a costa de mi volundad.

Mapamundi maldito

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