viernes, 22 de enero de 2010

De pronto...

El viento es inclemente en estos territorios y la crudeza del invierno golpea cual martillo. La ciudad es casi un cementerio en esta madrugada, un hombre se acerca a mí, con una sonrisa amigable su peludo gorro cubre su cabeza del frío de las horas posteriores a la media noche, una ráfaga de rayos lunares ilumina su rostro, su grueso abrigo apenas lo mantiene cálido, pues pare tiritar mucho desde adentro, sus manos se estremecen bajo esta afelpada prenda. Al fin me dirige unas palabras para preguntarme la hora, con un poco de indecisión extraigo mi mano del caliente bolsillo de mi gabardina y veo la hora, son las tres de la mañana, me quedo estupefacto, no sentí llegar la madrugada, el insomnio realmente comienza a hacer mella en mi sistema. Con voz temblorosa le comuniqué la hora al extraño sonriente, sus ojos lánguidos se tensaron en una mueca de exaltación:

—Es la hora, ¿sabe? La hora de la noche en que ocurren maravillas para los privilegiados y afortunados, ¿lo sabía?

—No —fue mi respuesta automática.

Era esa mi cuarta noche sin sueño y la segunda en que decidía salir a la calle a sentir el frío a gastar mi insomnio con paseos, y era esa, también, la primera noche en que me daban las tres de la mañana en la calle desde la universidad. La figura abrigada de aquel hombre siguió de largo a mí luego de una apenas perceptible reverencia amigable a modo de despedida. “Tres de la madrugada”, le susurré a mi conciencia, “¿será en verdad la hora maravillosa?”

Sin siquiera planearlo mi mirada fue dirigida en un impulso incontenible al hombre que ya iba dándome la espalda y sucedió que el gorro se cayó de su cabeza, o mejor dicho, saltó de esta y al caer al suelo sobre sus equilibradas cuatro patas maulló, se sacudió el cuerpo y luego ando con tranquilidad megalómana y perezosa. Luego cayó el grueso abrigo de aquel andante de amable semblante, esta prenda se dividió en centenares de pequeñas bolas peludas, con cola cual gusano y movimientos rápidos y escurridizos en inconstantes zigzags. Esto encendió al anterior felino que ahora saltaba por la acera en pos de capturar alguna de esas ratas. Entre tanto, la figura ahora desnuda de aquel sonriente afable, se alejaba y desvanecía en la atmósfera álgida y bañada con chorros de plata selenita, esfumándose en suspiros silenciosos, un espejismo de hielo, a cada paso que daba era menos real hasta ser convertido en un vago recuerdo cual sueño difícil de recordar.

Desde entonces duermo magníficamente, pero cada noche, a las tres exactas de la madrugada despierto y asomo mi vista al balcón, examinando los rincones de la calle en busca de las ratas, del gato o de alguien que desee saber la hora.

La Esencia

La Esencia está viva, cada día respira de nuestro aire y se mueve por nuestro espacio. Somos miserablemente pequeños ante ella. Es nuestra creadora. Pero sus manifestaciones son desconcertantes y casi nunca agradables. Sus manifestaciones son seres. Algunos andan entre nosotros y otros se ocultan en las sombras del mito, mientras que a otros más les es indiferente nuestra existencia y nos pasan de largo. Ellos son los seres de la Esencia.
Soy alguien que ha vivido cerca de todo ello, y que ha tenido la suficiente suerte de sobrevivir o, cuando menos, permanecer cuerdo.
Cada caso del que yo tenga conocimiento en el que se sospeche de una manifestación tal ha de quedar plasmado en este lugar. Aún a costa de mi volundad.

Mapamundi maldito

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