¿Qué habías dicho aquella noche? La última noche que te vi,
una frase salió de tus labios descoloridos, como la tarántula sale de su
madriguera para envenenar a su presa enredada en la telaraña. Desde entonces en
mi alma no ha habido espacio suficiente para la tranquilidad, o la redención, o
la esperanza, o para cualquier otra cosa que implique regocijo espiritual. Por
eso quiero recordar lo que me dijiste, aquello que con tanto odio me lanzaste a
mis oídos, con la clara intención de herirme. Lo has hecho bien, y no sé cómo.
Aquella noche era Febrero, el frío de ese mes se siente más
en la piel que en cualquier otro mes, y la luna llena vaga en el cielo cual
iceberg en las profundidades oceánicas del firmamento. Habías huido de nueva
cuenta, y todos te buscaban por el complejo, en cada rincón, en cada esquina,
bajo cada sombra, pero no podían encontrarte. Salí con Saladino, el perro
entrenado. Él siguió tu rastro hasta dar contigo, recargada contra la reja,
como esperando a tu libertador.
Te vi, descalza, tu bata de hospital, tu piel pálida,
tu corto cabello castaño, con la mirada perdida en la lejanía, cualquiera diría
que veías el mar alargando sus dominios hasta todos los confines, pero del otro
lado no había sino rocas, colinas y algunos edificios abandonados. Tuve que sostenerte
entre mis brazos para retirarte de la reja, no saldrías en esta ocasión. Tal
vez nunca.
Mientras te llevaba de vuelta y reportaba tu paradero por la
radio, te escuchaba murmurar, no entendía bien tus balbuceos, pero no les di
mayor importancia. No lo hice, sino hasta que sucedieron esas ‘cosas’. Un
viento helado acarició mi cabeza y casi creí escuchar que pronunciaban mi
nombre en el silbido de esa corriente. Mi piel se enchinó, y mis nervios se
exaltaron cuando Saladino ladró sin control hacia todas partes antes de caer
paralizado. La luna quedó eclipsada tras la sombra espesa de las nubes, mis
manos temblaban de terror y más aún cuando noté que ya no estabas con migo. En
mis manos solo sostenía tu bata, pero tú ya no estabas en ella. Mis nervios claudicaron
y no pude moverme. Paralizado como me encontraba te vi por última vez, desnuda,
frente a mí, con aquella mirada honda y atemorizante en la que creí perderme
mucho rato, en aquella inmensidad cuasi cósmica de tu contemplación, privado de
movimiento y de percepción completa, solo podía verte a ti, solo era capaz de
sentir frío y nada podía escuchar excepto tu respiración estremecedora. Lo
dijiste entonces, aquella frase, aquellas palabras que aún no puedo recordar.
Me derrumbé sobre mis rodillas y dejé caer la totalidad de
mi cuerpo sobre el suelo helado. Temblando, lo último que logré ver fue a
Saladino con el hocico abierto y su lengua húmeda saliendo por este mientras
escuché que me llamaban: “¡doctor, doctor!” decían.
Al despertar me enteré de que habías desaparecido, que
fuiste buscada por todos lados, pero jamás te encontraron. El complejo fue
clausurado y casi ocho años han pasado desde entonces. Tu voz aún resuena en mi
cabeza, tus palabras no han llegado a mí aún, y noche tras noche me quedo hasta
la madrugada, fumando un cigarrillo tras otro, temiendo dormir, temiendo
encontrarte en mis pesadillas, prefiriendo la oscuridad de mí estudio. Saladino
aún me acompaña, aunque de forma distinta, disecado junto al escritorio.
El proyecto fracasó pero lucho
aún por una migaja de esperanza, por un modo de borrar la marca que dejaste en
mi mente, he luchado, no sabes cuánto. Mis dedos, los siento fríos mientras
sostienen el vaso con vodka y mis párpados no pueden permanecer más tiempo
abiertos. Hay un punto exacto, entre el sueño y la vigilia, en que creo
recordar, en que tus palabras vienen furtivas y efímeras…
¡Ya recuerdo! Tus palabras en mi cabeza han chocado con mi
conciencia. Ahora, con toda claridad puedo escuchar tu voz momentos antes de
que desaparecieras. Pero no hay mensaje en aquello, no existe conexión con mi
maldición. Algo no funciona bien para mí.
“Sobrevive un día más, y otro y otro y otro más”. Tus labios
descoloridos y tus ojos profundos mirándome fijamente, tus cabellos cortos y
castaños y esa pálida tez, tus pies descalzos y la bata de hospital. Querías
que viviera para ti, querías que te recordara día tras día, deseabas que no te
olvidara, y para ello debía vivir. Aún cuando en esa vida haya estado al borde
de la locura tal como ahora, y como nunca lo he estado.
-En 1983 un proyecto
clasificado como ultra secreto que tuvo lugar en unas instalaciones ubicadas en
algún punto de la actual Ucrania, tuvo un mal final, este pretendía desarrollar
el potencial de un sujeto (una muchacha) que había mostrado capacidades
calificadas de paranormales, para así poder controlarlas y hasta reproducirlas
para su posible aplicación al campo bélico, sin embargo, la noche del 4 al 5 de
febrero de ese año la jovencita desapareció de las instalaciones bajo
condiciones poco claras. El responsable del proyecto, el doctor Ilya Nóvikov,
fue hallado muerto en su estudio, por envenenamiento con cianuro, en la ciudad
de Riga en Letonia el 24 de agosto de 1991. La anterior y desconcertante reseña
fue escrita por el mismo doctor Nóvikov antes de morir. De la muchacha que
escapó, que en aquel entonces tenía trece años, no se volvió a saber nada.