jueves, 7 de febrero de 2008

El último juego de maullidos


Si eso no hubiera bastado, no sé que más hubiera hecho. Tal vez ya no me quedaban ideas, y tuve que utilizar un último recurso indeseable. Me arrepentiré de ello en el futuro, lo sé, muchos han hecho cosas parecidas y tienden al amargo arrepentimiento posterior. Me he perdido de nuevo, ¿Qué estaba yo diciendo?
Ya no importa. Mañana todo se olvidará como suele suceder. A nadie le interesa la muerte de un gato, ¿verdad? A mí si me importa, yo lo maté, tuve que hacerlo, tuve que silenciar a ese terrible espíritu disfrazado de minino. Quizá ahora pueda disfrutar pacíficamente de una taza de descafeinado, mi doctor me ha recomendado no consumir cafeína o nicotina, así que me veo obligado a obedecerle. ¿Qué tengo? Interesante pregunta, realmente no lo sé. Realmente no me han podido diagnosticar nada. Alabo a la ineptitud e incompetencia médica de este miserable país, nadie sabe lo que tengo y mientras tanto soy libre, en lo que cabe. Tengo un par de proyectos en mente que no podía concretar por el demoníaco acoso de ese mal nacido felino.
¿Demasiado habar de ese infernal gato? Ah, claro, me disculpo, solo he contado que maté un gato, pero nunca he dicho el como ni el porqué. Para saciar curiosidades intentaré contar esa loca época en la que comenzaron los maullidos. Recuerdo que aquella primera mañana mi esposa estaba cocinando y yo me vestía para el trabajo, como de costumbre, pero en esta ocasión había algo distinto. Desde la ventana un maullido se dejaba oír, era constante y pronto comenzó a resultar molesto. Le grité al vecino que callara a su odioso gato, desde el balcón contiguo ese embustero de mi vecino negó la existencia de un gato, pero no podía ocultar a ese infeliz felino por mucho tiempo, cuando se descuidara yo me encargaría de él.
Esa noche mi mujer me contó acerca de la vecina, de lo feliz que era ahora ese matrimonio con su nuevo miembro. Yo contesté con un tono molesto que si bien ellos eran muy felices, el escándalo que causaba era terrible. Mi esposa solo me miró con aires de extrañeza, “lo que me faltaba”, pensé, “incomprensión de parte de mi esposa, este matrimonio irá en picada antes de darnos cuenta”.
Los maullidos de ese molesto animal me aturdían los oídos día y noche, y me negaban la concentración. Por aquel entonces mis niveles de cafeína diarios eran tan altos que mi orina bien había podido ser tan oscura como el café en cualquier momento. Pronto mi desesperación creció a un nivel insano, planeé una estrategia para deshacerme de esa criatura infernal, sus terribles lamentos eran cada vez más frecuentes y fradaban con insistencia en mi cordura.
Una taza de azúcar, clásico, pero no tan clásico es tener un cuchillo de cocina fajado en el cinturón, oculto por su puesto, así en lo que la vecina me surtía con la dulce azúcar yo silenciaba al maldito gato. Toqué a la puerta, me abrió mi bella vecina, bien podría tener con ella alguna aventurilla futura, “si, se me ofrece algo” esa taza se fue hacia la cocina en las manos de esa mujer de encantadoras curvas, que últimamente habían lucido algo flácidas desde que regresó de aquel viaje. Seguí los maullidos, estos psicópatas cuidaban tanto al animal que le tenían un mueble cuna especial. No lo pensé y lo atravesé solo dos veces, más que suficientes creo yo. No importa si la mujer se espanta con el cadáver del minino después. Lo negaré todo. Me deshice del cuchillo cuando regresé a casa. Efectivamente, poco después se escucharon los gritos aterrados, no entiendo por que tanto alboroto por un gato, hay policías y… ¡Se llevan a mi vecina!
Algo no me parece normal, ¿desde cuando el asesinato de mascotas es un delito grave en esta ciudad? “Yo no se nada, yo no se nada” decía cuando alguien me preguntaba. Regresé a mi habitación y mi mujer me pareció muy angustiada.
Creo que en un tiempo se olvidarán del asunto, los gatos no son gran noticia por demasiado tiempo. Y esta es la historia de ese odio animal del que me he deshecho. No siento culpa aún por ello, pero tal vez pronto. Mientras tanto continuaré tal como estaba, con mis proyectos, con mis planes, con mi tranquilidad, con mi recién recuperada paz.
¿Policías, en mi puerta? ¿Qué querrán?...

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La Esencia

La Esencia está viva, cada día respira de nuestro aire y se mueve por nuestro espacio. Somos miserablemente pequeños ante ella. Es nuestra creadora. Pero sus manifestaciones son desconcertantes y casi nunca agradables. Sus manifestaciones son seres. Algunos andan entre nosotros y otros se ocultan en las sombras del mito, mientras que a otros más les es indiferente nuestra existencia y nos pasan de largo. Ellos son los seres de la Esencia.
Soy alguien que ha vivido cerca de todo ello, y que ha tenido la suficiente suerte de sobrevivir o, cuando menos, permanecer cuerdo.
Cada caso del que yo tenga conocimiento en el que se sospeche de una manifestación tal ha de quedar plasmado en este lugar. Aún a costa de mi volundad.

Mapamundi maldito

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