Me asusta entrar al cuarto de baño, desde aquel día que descubrí aquella sombra extraña en la cortina ya nada es igual. Bailaba, se retorcía como invadida por un gozo incalculable o por un dolor desmoralizador. No esperé a encontrar respuesta de su parte, no supe actuar ante lo que veía, solo me quedé parado, como idiota, como zombi, y no me moví, no tensé ni un músculo, el miedo me sujetaba con sus frías garras. La silueta oscura en la cortina de la regadera se balanceaba de lado a lado, agitando sus brazos, como quien juega con el viento o como quien teme a la inmovilidad.
Hundido hasta el tope en una conmoción fantasmal, mis movimientos no surgían, mi corazón se agitaba alocado, sabía que era imposible esa visión, la regadera estaba apagada y yo vivo solo. Entonces tocaron a mi puerta. Salté como loco, mi inmovilidad fue perdida de súbito, sentí que casi golpeo mi cabeza con el techo de lo alto que reboté, y lo hice otras veces, en desesperación confusa hasta que tropecé con la mesita de la sala y caí al suelo, no sentí el golpe. No tuve dolor en aquel instante. Aún tocándome el corazón y sintiéndolo monstruosamente rápido bajo mis costillas decidí tranquilizarme y desde esa postura solo alcancé a gritar: “¿Quién es?”.
Hundido hasta el tope en una conmoción fantasmal, mis movimientos no surgían, mi corazón se agitaba alocado, sabía que era imposible esa visión, la regadera estaba apagada y yo vivo solo. Entonces tocaron a mi puerta. Salté como loco, mi inmovilidad fue perdida de súbito, sentí que casi golpeo mi cabeza con el techo de lo alto que reboté, y lo hice otras veces, en desesperación confusa hasta que tropecé con la mesita de la sala y caí al suelo, no sentí el golpe. No tuve dolor en aquel instante. Aún tocándome el corazón y sintiéndolo monstruosamente rápido bajo mis costillas decidí tranquilizarme y desde esa postura solo alcancé a gritar: “¿Quién es?”.
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No hice mucho caso a su insolente contemplación y firmé de recibido, y cuando el hombre, gordo y de mirada insaciable, se retiraba ya, se dirigió a mí con las palabras más extrañas que pudiera haber escuchado y que nunca hubiera esperado oír de un completo extraño en aquella, ya de por si, inexplicable mañana: “Baile con ella”…