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Ahora mis latidos son muy rápidos, un pulso vertiginoso, puedo sentirlo, escucho mi corazón como un enfermizo tambor. Cada vez que late una onda recorre el ambiente. Pudo sentir esa onda y parece limpiar toda la habitación, como barriendo lo indeseado. Y escucho su voz en el otro cuarto, el único sonido que no puede ser barrido. Me llama como quién ha perdido a su pequeña e indefensa mascota. Y en cierto sentido eso es lo que soy ahora, un conejo asustado en un rincón, un perro metido bajo la mesa con la cola metida entre las patas, un ratón temblando frente a la inminente serpiente. Y me llama: “ven a mi”, dice ella con esa voz cantarina y juguetona.
Tiene los pensamientos de una niña de siete años y el sadismo de lo que es realmente, una psicópata. La puerta se abre como las mismísimas fauces del infierno. Grito y no puedo contener mi terror, mis pantalones se humedecen, no puedo evitarlo. Pronto todo acabará. Una sonrisa en sus rojos labios, sed de sangre en sus ojos, un hacha en sus manos…
Tiene los pensamientos de una niña de siete años y el sadismo de lo que es realmente, una psicópata. La puerta se abre como las mismísimas fauces del infierno. Grito y no puedo contener mi terror, mis pantalones se humedecen, no puedo evitarlo. Pronto todo acabará. Una sonrisa en sus rojos labios, sed de sangre en sus ojos, un hacha en sus manos…
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