miércoles, 16 de abril de 2008

El espíritu destructor

Según la forma en que se mire, el mundo guarda, o no, todavía algunos secretos para nuestra mente. En la opinión de un humilde servidor esos secretos antes mencionados sí existen y son más reales que esta carne que cubre nuestros blanquecinos huesos. Existen, entre los vacíos de lo innominado, entes y fuerzas que la humanidad no se ha molestado, siquiera en imaginar, pues sobrepasan en gran medida lo que el género humano es capaz de figurarse.
A continuación presento un caso sin resolver de lo más extraño. Este caso no ha sido documentado por autoridad alguna, sino que se ha registrado por medio de lo que me ha gustado llamar “la fuente de las mil lenguas”, que se refiere principalmente a las múltiples habladurías de la gente y a espías y fuentes primarias como testigos directos e indirectos (no todos ellos pertenecen, precisamente al género humano, y no pienso dar mayores explicaciones a esto último referido).

A este relato me he jactado en llamarlo jocosamente “El caso del espíritu destructor” título que pudiera sonar más bien a encabezado de revista de tiraje poco serio, si…, de ese tipo de publicaciones entre las que se cuentan historias de vaqueros y temas eróticos, sin embargo los hechos que narraré son tan distintos a ello que no vale la pena hacer comparaciones poco productivas.
En los primeros años de la década de los noventas, en un lugar llamado Friburgo en el oeste de Suiza sucedió que en numerosas zonas de la ciudad se rompían cosas y se destruían objetos desde lo más elemental como ventanas y floreros hasta objetos tan grandes como automóviles, por la acción de alguna clase de fuerza o entidad de inmenso poder. Los sucesos eran tan increíbles que llamaron la atención de la prensa sensacionalista. Por alguna razón, no interferida por mi libertad de suposición, el asunto insistió en ser vedado de publicación alguna por el gobierno suizo. Las razones parecen oscurecidas.
Según el testimonio de uno de los testigos presenciales de tales fenómenos, él había estado guardando un arma de fuego por razones de seguridad personal, “en caso de que al ‘destructor’ llegase a ocurrírsele asomarse por mi propiedad” decía. Y lo hizo. La noche del 3 de Octubre de 1992, a las 2:15 Hrs., según informó el propio testigo, una figura se acercó a las inmediaciones de su morada, un departamento en el tercer piso de un condominio poco lujoso, caminando erguido y seguro por la solitaria calle. Llevaba puesto un abrigo largo, era un hombre de edad indeterminada, alto, delgado, probablemente fornido, era improbable la plena seguridad del hecho por lo grueso del abrigo y la ushanka que usaba (le recordaba, según el testigo, al atuendo de aquellos soviéticos que veía de vez en cuando en las esporádicas imágenes de escenarios moscovitas en los tiempos no tan remotos de la entonces todavía existente URSS). La figura pronto se detuvo en su sospechoso andar. Tal vez sintió la mirada del testigo y actuó con forme a ello en un acto de ‘limpieza’ o simplemente tenía previamente planeado lo que sucedería luego. El que llevaba el abrigo se encaminó a la puerta del edificio y sin mayor problema entró. El hombre que venía de afuera aún no era un sospechoso mayor, podría ser cualquier inocente transeúnte, sin embargo, el que me cuenta estos hechos se alteró a tal modo que sin pensarlo se abrió paso por el desorden de su habitación y tomó el arma que guardaba en un cajón, una pistola semiautomática. Llamémoslo coincidencia, pero pronto comenzaron los destrozos. Los cuadros en las paredes se rompían en pedazos, los cristales y espejos, los muros se agrietaban, la televisión estalló, la estructura de madera de su cama se hizo añicos, no había vibración telúrica alguna en el cuarto, simplemente se destruían los objetos como si fuerzas invisibles se hubieran desatado con furia en el lugar. El hombre en la habitación apuntaba nerviosamente a la puerta esperando que atravesara por ella aquel que causaba los destrozos, pero nunca sucedió. Quizá presa del pánico o en un lapso de éxtasis frenético (me agrada esa expresión) el testigo vislumbró bajo la puerta, en ese espacio sucinto que se forma entre la madera y el suelo, una sombra sospechosa. Sin detenerse a pensarlo descargó una ráfaga de disparos sobre su puerta. Las consecuencias fueron impensables. Los habitantes del edificio pronto salieron para enterarse de lo sucedido y también para satisfacer su curiosidad y morbo. Encontraron los agujeros de bala en la puerta del departamento de nuestro testigo y en el suelo del pasillo el cuerpo agonizante, eventualmente sin vida de la casera. Probablemente con intenciones románticas, puesto que solo estaba cubierta por una bata y de bajo de ella solo había un juego de fina e incitante lencería, se había acercado a deshora a la habitación de su inquilino. Con cierto grado de insolencia (ponga el lector la cifra que deseé en la escala de insolencia) diré que a pesar de lo fino e incitante de las prendas íntimas portadas por la mujer acecinada, estas no lucían tan bien, puesto que la occisa estaba ya entrada en años y con algunas carnes de más. Nuestro testigo nos confiesa todo esto desde la celda en la que hoy se encuentra, también nos confiesa que, efectivamente, llevaba una vida licenciosa a hurtadillas de los demás con la casera, lo que le sirvió para no pagar renta por casi cuatro años. Se descubrió ulteriormente que el relato del hombre tenía algunas bases en el sentido de lo descubierto poco después, por ejemplo: la puerta principal del edificio estaba violada, pero de un modo inverosímil. La puerta era de metal y de igual modo su cerrojo, pero todo su mecanismo interno estaba totalmente averiado, como si lo hubiesen roto con gran maestría y violencia, pero no había evidencia externa del daño, excepto que el cerrojo en si era ahora inservible. Además se encontraron, ciertamente objetos rotos y regados por todo el departamento del testigo, así como resquebrajaduras enormes y altamente incomprensibles en las paredes, muy recientes por lo visto. El relato de nuestro testigo aún es muy discutido.

lunes, 14 de abril de 2008

Gritos en la casa de muñecas


Ahora mis latidos son muy rápidos, un pulso vertiginoso, puedo sentirlo, escucho mi corazón como un enfermizo tambor. Cada vez que late una onda recorre el ambiente. Pudo sentir esa onda y parece limpiar toda la habitación, como barriendo lo indeseado. Y escucho su voz en el otro cuarto, el único sonido que no puede ser barrido. Me llama como quién ha perdido a su pequeña e indefensa mascota. Y en cierto sentido eso es lo que soy ahora, un conejo asustado en un rincón, un perro metido bajo la mesa con la cola metida entre las patas, un ratón temblando frente a la inminente serpiente. Y me llama: “ven a mi”, dice ella con esa voz cantarina y juguetona.
Tiene los pensamientos de una niña de siete años y el sadismo de lo que es realmente, una psicópata. La puerta se abre como las mismísimas fauces del infierno. Grito y no puedo contener mi terror, mis pantalones se humedecen, no puedo evitarlo. Pronto todo acabará. Una sonrisa en sus rojos labios, sed de sangre en sus ojos, un hacha en sus manos…

domingo, 6 de abril de 2008

Eucaristía canibal



(La antesala de una ecatombe)




“Beban de mí, coman de mí. Soy la fuerza, soy la salvación. Mi carne los hará dignos, mi sangre los hará salvos. Aliméntense de mí y sean partícipes de esta sagrada eucaristía” así eran siempre mis discursos. Y siempre terminaban postrados ante mí, adorándome como a un verdadero Dios. Solo espero que el hacedor del universo me perdone por mis actos.
No siento la necesidad de arrepentirme de mis actos, es necesario, es preciso que se haga de este modo, así es como nacerá, desde las cenizas de una ciudad moribunda y caótica, una nueva sociedad, el principio de mi perfecta civilización. Limpia del pecado, entregada a la tarea devota de mejorar para bien a la ciudad entera. Ellos son mejores después de mí, ellos son mejores que antes de ser convertidos y lo planeo con todos. Dios será mi guía en esta campaña.
He de confesar algo. He de confesar la verdadera naturaleza de lo que ha pasado. Yo no soy malo, yo no soy el villano, soy el salvador. Desde los ocho años descubrí que podía hacer algo que nadie más puede. Cuando me hiero mis tejidos son repuestos de forma inmediata. Mi cuerpo se regenera a una velocidad impresionantemente veloz. Un caso impresionante, una vez me corté un dedo entero para probar los límites de esta capacidad, descubrí con gran sorpresa que simplemente no tenía límites, el dedo entere, con todo y el tejido óseo fue repuesto en menos de un minuto, debido a que nada puede dañarme, el indicador biológico de daño, es decir el dolor simplemente no existe, soy insensible al dolor. Cuando alguien me habla de ello simplemente siento nostalgia, de lo que nunca he tenido.
Los primeros años de mi vida todo fue bien, mantuve mi capacidad en secreto, prácticamente nadie sabía de esta. Pero sucedió un día que descubrí que no era una capacidad sencillamente, era algo más allá de eso. Fui atacado por un perro callejero, no me preocupó tanto, no me dolían sus mordidas, pero a este siguieron otros, y me destrozaban vivo. Dejó de ser soportable. Quise salir de ahí, me di cuenta de que me habían sido arrancados pedazos enteros de carne, eran animales verdaderamente feroces. Se alimentaron con esa carne, y luego bebían la sangre que brotaba de esta, se relamían sus enrojecidos hocicos con esas sus lenguas húmedas y largas mientras se acercaban lentamente a mí. No estaban en actitud de ataque, era distinto, era mejor, eran sumisos a mis palabras y órdenes, como si las entendiesen. Algo grande había ocurrido, tenía a mi servicio a una jauría de perros callejeros. Noté después que no solo eran sumisos a mis órdenes, sino que se habían vuelto más fuertes y rápidos de lo que ya eran. Algo muy loco se me ocurrió luego. Engañé a un indigente para llevarlo a mi casa, ahí lo até, lo drogué y lo obligué a comer de mi carne cruda (me arranqué un poco del antebrazo con un cuchillo de cocina) al hacerlo, pareció hacerse lo suficientemente fuerte para librarse de sus ataduras. Se lanzaría contra mi, pero entonces calló de rodillas ante mi, había tragado mi sangre y ahora era un hombre físicamente muy poderoso, pero sumiso ante mi.
Esto continuó así durante semanas enteras, pronto tenía a unas cien personas adictas a mi carne y sangre, pidiéndome que les ordenara cualquier cosa. Y ahora toda la ciudad está en mi mira. La sociedad perfecta se alimentará de mí. No importa cuanto tenga que sacrificar, cuanto haya que perder, soy su Mesías, el salvador de su miseria. Dios me daría la razón. Mi carne los hace fuertes, mi sangre los vuelve parte de todo, los vuelve irremediablemente míos. Es hora de que se unan a mí, o perezcan. Por la fuerza o por voluntad, pero todos me seguirán. ¿Quieren un pedazo de mí? No tienen mas que pedirlo. Eucaristía caníbal.

La Esencia

La Esencia está viva, cada día respira de nuestro aire y se mueve por nuestro espacio. Somos miserablemente pequeños ante ella. Es nuestra creadora. Pero sus manifestaciones son desconcertantes y casi nunca agradables. Sus manifestaciones son seres. Algunos andan entre nosotros y otros se ocultan en las sombras del mito, mientras que a otros más les es indiferente nuestra existencia y nos pasan de largo. Ellos son los seres de la Esencia.
Soy alguien que ha vivido cerca de todo ello, y que ha tenido la suficiente suerte de sobrevivir o, cuando menos, permanecer cuerdo.
Cada caso del que yo tenga conocimiento en el que se sospeche de una manifestación tal ha de quedar plasmado en este lugar. Aún a costa de mi volundad.

Mapamundi maldito

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