viernes, 1 de junio de 2007

Amanita Virosa IV


Amanita Virosa IV


Los Ojos de las Sombras


La viveza de los pensamientos de un hada es tan inmensa que cuantificarla sería imposible, aunque quizá no tanto como imaginarla. La imaginación de un hada es tan poderosa que si dejara de hacerlo dejaría de existir. La sustancia de la que están hechas las hadas es absolutamente imaginaria, pero a pesar de eso es táctil. Existe, no es ilusión en ningún sentido, sino que en verdad existe, solo que está hecho de materia imaginaria. En otras palabras, las hadas están hechas de imaginación como los hombres están hechos de carne y hueso.
Los aleteos cristalinos de aquella hada que escapó de la nefasta muerte mecánica la dirigieron a un claro en el bosque, en donde las rocas eran cobijadas por el liquen que se alimentaba de las neblinas otoñales que lubricaban la superficie del suelo y las cortezas de los robledales que abundaban en los alrededores, y donde el sol acariciaba el suelo con cálidos rayos intermitentes entre las abundantes nubes que poblaban el cielo. Ahí se encontraba lo que parecía ser un campamento de hadas abandonado mucho tiempo atrás. Ella había pasado ahí la noche, esa noche hermosa en la que la luna le aconsejaba imperceptiblemente sobre su futuro, sobre su vida, sobre su destino. Cuando despertó el día era ya muy claro, la luz del sol era intensa pero se alternaba con la sombra que provocaban las nubes, dando cierta siniestra espectacularidad, y daba la sensación de que entre las sombras huidizas se escondían peligros insospechados. De repente aquella voluntad tan vivaz que había desarrollado la noche anterior, con la amorosa luna como testigo, enflaquecía, sucumbía a los horrores ilusorios que el bosque ofrecía.
Decidió emprender la retirada, pero no una retirada tranquila, no una de esas huidas en las que la persona solo da la media vuelta y esconde sus miedos entre miradas llenas de infundadas sospechas de aquello que deja a sus espaldas mientras se aleja, no, esta retirada fue arrebatada, carente de toda prudencia, agitada. Aleteaba sus alas con gran convulsión, huyendo de las sombras, o más bien, de las sensaciones desconcertantes y siniestras que estas provocaban en su frágil mente. Aleteo hasta llegar a un tronco caído que se encontraba cubierto de hongos y del abundante liquen del bosque. Se ocultó en su interior con gran precaución. Afuera se escuchaba el viento, arrastraba las hojas del suelo y movía las ramas de los árboles como si se tratase de una criatura que buscara rastros de hada entre el suelo y los troncos. Un segundo después reinó una calma tan sepulcral que los oídos del hada no registraban más que su propio aliento etéreo. Entonces ciertos pensamientos inquietos empezaron a revolotear en la mente de nuestra hada. Tales pensamientos surgían en torno a la intranquilidad de su alma, comenzaba a sugerir teorías al porque de su miedo, al porque de su temor a la nada. Y entre todos estos pensamientos llegó a la conclusión de que se sentía así debido a que su inseguridad frente al reto que ella misma se había hecho la había rebasado. Ya no estaba segura de que el camino que ella construiría fuese provechoso o simplemente necesario. La inseguridad que reinaba en su mente era tal que ni siquiera quiso salir de ese mohoso tronco hasta el anochecer, cuando los hongos incrustados sobre la añeja madera comenzaron a despedir esa entera luz vaporosa que solo las hadas pueden percibir y que tanto agradaban a su vista. Los suaves aromas de la noche tranquilizaron su espíritu y la hicieron obtener un poco de ese valor que había perdido. Pero aún la incertidumbre rondaba entre sus pensamientos y carcomía la poca voluntad que le quedaba. Pero entonces una visión la alimentó de energías y le hizo recordar el porqué de sus pasadas decisiones, esa visión era la Luna, la amorosa y misericordiosa luna, ahora en un estado menguante, pero no menos hermosa, con luminosos rayos plateados que atravesaban las ramas de los árboles. Decidió así emprender lo que sería el resto de su vida, comenzando a través de sueños alimentados por su poderosa imaginación, aquellos sueños que las hadas perfumaban con sus sentimientos y que eran seguidos por sus congéneres, para construir un camino a través de su existencia, en el que dejaría partes de sí misma, partes de su esencia. Sabía que no estaba exenta de los cientos de peligros que en el bosque asechaban traicioneros y que su empresa podría no tener éxito, al perecer sin conseguir esa meta, pero qué importaba ya, si tenía que luchar lucharía, si tenía que morir, lo haría con la victoria en sus manos. La luna era muy luminosa y los árboles del bosque extendían sus sombras sobre el suelo nocturno dando un ambiente tétrico y desesperanzador, pero ya no tenía miedo, y así comenzó el primer tramo del que sería su camino de sueños, su propio camino de sueños.
Las sombras asechaban con ocultos miedos y el hada estuvo a punto de detenerse en mas de una ocasión al sentir quebrantada su voluntad por esos miedos invisibles, pero que parecían tener tantos ojos como el argos y miradas tan penetrantes que sentía frío punzante en la nuca, pero decidió no rendirse, decidió seguir imaginando, que para un hada significa seguir existiendo. Las sombras ya no la amenazarían más, porque su amiga celestial, la afectuosa Luna la protegía de ellas cada vez que se refugie en su luz de argento. El camino está trazándose, pero no se puede ni siquiera imaginar lo que hay en su destino, porque el destino no sabe perdonar.

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La Esencia

La Esencia está viva, cada día respira de nuestro aire y se mueve por nuestro espacio. Somos miserablemente pequeños ante ella. Es nuestra creadora. Pero sus manifestaciones son desconcertantes y casi nunca agradables. Sus manifestaciones son seres. Algunos andan entre nosotros y otros se ocultan en las sombras del mito, mientras que a otros más les es indiferente nuestra existencia y nos pasan de largo. Ellos son los seres de la Esencia.
Soy alguien que ha vivido cerca de todo ello, y que ha tenido la suficiente suerte de sobrevivir o, cuando menos, permanecer cuerdo.
Cada caso del que yo tenga conocimiento en el que se sospeche de una manifestación tal ha de quedar plasmado en este lugar. Aún a costa de mi volundad.

Mapamundi maldito

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