domingo, 24 de junio de 2007

El viento no es gentil


Una inconmensurable distancia en años se hacía presente en los recuerdos de un hombre que no deseaba recordar más, que se quería olvidar tanto de su pasado que tan solo conseguía hacerlo más presente cada vez. Eran pasados que solo quemaban su corazón con una rabia incontenible y trágica. Un pasado lleno de una oscura melancolía que le subyugaba, un recuerdo que le mantenía en vigilia aquellas noches en que debía abandonarse al encanto del sueño. Su cuerpecillo se encontraba tendido en un cojín descomunal que le servía de dormitorio y en donde la exuberancia de la habitación, decorada con antiguos artefactos de guerra y obras maestras sustraídas siglos atrás, agoraba la magnífica situación del hombre que ahí mandase, aún cuando todos los tesoros que ahí se encontraban fuesen producto del latrocinio. Su estatura, ridículamente baja, jamás le molestó en lo absoluto, antes bien era una formidable ventaja ante los enemigos que le subestimasen en plena batalla, los cuales pagaban ese fatal error con una muerte terrible y dolorosa, sus costumbres eran de bárbaro. Pero los tiempos de piratería y guerras en mar y tierra habían acabado hacía siglos, y esa ventaja se había convertido en el recuerdo visceral de un pasado añorado, pero no eran las grandes lidias las que tanto atormentaban sus recuerdos, antes bien avivaban viejas y casi olvidadas glorias. Producto de sus legendarios atracos era su inmensa fortuna actual. Él era el poderoso adalid de una secreta e internacional organización criminal y terrorista. Pero todo ello no le ocupaba su mente, no eran miedos a perder su malsana fortuna o influencia, no era el recuerdo de sus víctimas, aquellas que murieron producto de sus infranqueables órdenes o del filo deletéreo de su cimitarra. Lo que ocupaba su mente era algo incluso más incomprensible. Una mujer, no era alguien que tuviera un lugar en su difunto corazón que desde hacía siglos no late, ni alguien que dominase su deseo. No se trataba de eso, era simplemente una mujer que conoció hacía mucho tiempo, a quién solo vio una vez y cuyo recuerdo le descontrolaba por el contenido de sus palabras. Una frase insulsa y rastrera que no necesitaba ser comprendida, pero que sin embargo este hombre de achaparrada catadura repetía incesantemente en su mente, produciendo, frecuentemente, un efecto de Jamais Vú que le atormentaban aún más de un incomprensible modo.
“El viento es gentil” recordó la frase en la dicharachera voz de aquella mujer. Una voz dicha en un tono tan ingenuo que tal vez pecaba de enfermiza y malsanamente inocencia. “El viento soy yo” pensó el enano, “soy el viento, de los más antiguos entre los míos, de los más poderosos, y de los más despiadados. He sido corrompido por una avaricia tal que puedo matar por una moneda de plata y he cegado cientos de vidas por solo una mirada desagradable o una leve contradicción. Yo soy el viento, y ¿a caso soy gentil? ¿A caso ese pusilánime errante de Lott me calificaría de gentil en alguna forma?”. Ese enano pertenecía a la raza del trotamundos perpetuo y pocas veces visto al que han nombrado Lott. Ese pensamiento era simplemente ridículo como lo era también el que su apariencia achaparrada provocase miedo y respeto en sus subordinados. Y ocupaba tarde y noche en pensar, en razonar sobre su supuesta gentileza, sobre ese misterio de una mujer, seguramente muerta hace siglos, que había pronunciado una mentira con apariencia de verdad, o viceversa. Esto encendía su corazón muerto con grave odio hacía algo indeterminado, como teniendo la clave de un enigma etéreo en la punta de la lengua y simplemente perderla en un profundo abismo de olvido. Presque vú. Y el enano se revolcaba en su descomunal cojín y se balanceaba de un lado a otro, sin hallar regocijo ni respuestas a preguntas que nunca se hicieron. Y sentía lástima de si mismo. Pobre Orestes, es el viento y su gentileza está perdida o nunca existió, y desde aquel lugar de olvido e insustentabilidad, esa gentileza convoca también a su cordura.

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La Esencia

La Esencia está viva, cada día respira de nuestro aire y se mueve por nuestro espacio. Somos miserablemente pequeños ante ella. Es nuestra creadora. Pero sus manifestaciones son desconcertantes y casi nunca agradables. Sus manifestaciones son seres. Algunos andan entre nosotros y otros se ocultan en las sombras del mito, mientras que a otros más les es indiferente nuestra existencia y nos pasan de largo. Ellos son los seres de la Esencia.
Soy alguien que ha vivido cerca de todo ello, y que ha tenido la suficiente suerte de sobrevivir o, cuando menos, permanecer cuerdo.
Cada caso del que yo tenga conocimiento en el que se sospeche de una manifestación tal ha de quedar plasmado en este lugar. Aún a costa de mi volundad.

Mapamundi maldito

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