lunes, 4 de junio de 2007

Amanita Virosa V


Amanita Virosa V


Piel de Ébano


Entre aquellos bosques que han sido habitados por hadas desde hace más tiempo del que un hombre puede presumir de vivir, no solo existe la imaginación bella que ha dado origen a las hadas, no solo eso, sino también existe la imaginación malévola y soez que ha producido seres más terribles entre los densos bosques. Estos han nacido de sentimientos aciagos como el miedo y el odio, poderosas emociones que han apresado las conciencias humanas, y que conforman el terror del trasgos, silfos y nuestras pequeñas criaturas de alas cristalinas y ojos profundos y bellos.
Y mientras el tiempo sigue su curso infatigable, por entre la espesura de un enmarañado ramaje se encuentra un hada que ha intentado desesperadamente sobrevivir al olvido inminente. Y con la luna por aliada, única entre la inmensa soledad que tiene corazón para sentir el dolor de un pobre ser debilitado por las precipitadas huidas a las que se ha visto obligada. Las sombras tienen ojos propios, la luna tiene alma, los sueños tienen aroma y la muerte es de metal. Y recordando todo ello se puso a llorar, cubierta con los pétalos de una flor campestre que había entre esos matorrales. Esperaba el anochecer para continuar su camino. Y soñando, con la luz que entre las hojas se filtraba, viajando por mundos oníricos se sumergió a aquel lugar del que nació, el ensueño, y logró ver imágenes que contenían enigmáticos símbolos y sonidos, los cuales contenían una oscura impresión de dejá vú que le caló hasta los frágiles y etéreos huesos. Hacía frío, y la despertó un rugir lejano pero execrable, algo que le suministró miedo e intenciones de escapatoria. ¿Era la muerte mecánica? No se podría saber con certeza, miró a su alrededor y sucumbió al desasosiego, agitando sus alas, emprendió la huida. Al sentirse a salvo se enojó con ella misma al darse cuenta de que estaba de nuevo sucumbiendo a miedos irracionales que nada tenían de reales. Cobró bríos y avanzó, dejando tras de sí la estela de sus sueños, que ahora tenían un aroma a miedo, a incertidumbre.
Presentía que algo no estaba bien mientras avanzaba por el bosque, paseó su vista por todas direcciones para poder distinguir si había algún peligro, pero se dio cuenta de que se encontraba sola en ese lugar únicamente iluminado por los etéreos vapores luminiscentes de las setas que poblaban los suelos y troncos de los árboles. Quiso tranquilizar su alma y continuó su camino, pero aún sentía incertidumbre, aún no estaba segura, y con secretas sospechas avanzó vigilando palmo a palmo, con sus profundas e iridiscentes retinas, cada rincón que transitaba. Seguía haciendo un frío inexplicable, algo que no debía ser enteramente natural. Un soplo de viento pasó por su espalda con la velocidad de una reacción neuro-química. Giró su vista para distinguir algo, no había nada, tan solo el silencio y el vacío de objeto animado alguno, a excepción de unas cuantas hojas muertas cayendo desde lo alto de las copas de los árboles. ¡Nuevamente ese viento rápido y frío! Algo está, de verdad, ocultándose entre las sombras, algo indefinible, como una sombra o una secreta corriente de aire. El hada suplica protección a su amiga celestial, pero se horroriza al ver lo avanzada que está la fase menguante que cubre el rostro de su protectora de argento. En ese lamentable estado no podría ofrecer protección. Y un gemido se dejó oír desde el lado derecho del hada, y al ver lo que ahí había solo logró distinguir una silueta extraña y pérfida. Solo una sombra, en una actitud sospechosamente anormal, como solo contemplando al hada con esos luminosos ojos de un color, tal vez verde, casi indeterminado. Se fue acercando ese ser completamente negro, de “piel” como de corteza negra, como de ébano y rostro frío e impávido. No se movió, no se acercó siquiera, tan solo se quedó ahí con sus grandes ojos esplendentes. Entonces un recuerdo ominoso cruzó el pensamiento del hada, aquel recuerdo de cuando el aroma del camino de sueños de sus compañeras se perdió tras un encuentro con alguna criatura nociva. Sentía miedo y sus alas temblaban en el viento, haciendo torpe su volar. Entonces la mirada de ese ente que la miraba se tornó distinta, dejó ver un extraño deseo dañino, la iniquidad que de este manaba era sentida claramente por el hada que sucumbió a un terror atroz. La criatura de “piel” de ébano se abalanzó sobre el hada, y esta tan solo supo huir, tan rápido como pudo emprendió la fuga rezando por su vida, seguía, mientras tanto, dejando aquella estela de sueños que había prometido dejar, y el perverso ser que la acometía podía distinguir el desagradable olor del miedo en ese camino onírico. Pronto entonces fue alcanzada el hada por ese ser. La enredó entre sus brazos y la sometió con eficacia brutal. Sus ojos irradiaban hambre de muerte y estos estaban fijos en los inocentes y cristalinos ojillos de la cándida criatura.
El hada lagrimeaba, se lamentaba de su suerte y pedía a los dioses del bosque un consuelo para su alma. El monstruillo lamió con perversidad la mejilla de esa inocencia alada. Esta por su parte se refugió en sus pensamientos, en recuerdos lejanos, en melancolías sufridas, en días lejanos en la memoria. Aquellos pensamientos que le asaltaron cuando estuvo por última vez en su hogar, el recuerdo de su iridiscente capullo en una tarde de lluvia, y de las espléndidas noches entre hongos luminosos, los secretos que alegremente contaba a la luna, y lloró. Resignada, moriría como se sentía ahora destinada a hacerlo, secretamente enamorada de la muerte, alimentó su final con esperanzas mas imaginarias que ella misma. Sentía que un futuro mejor la esperaría del otro lado del hades, y en esos melancólicos momento últimos de su volar sobre el bosque, besó los labios negros de su victimario. Pronto, y sin proponérselo, los ojos de esa entidad maligna se apagaron de repente y sus manos se desvanecieron, lo último en desaparecer en una estela apenas perceptible de un gas asqueroso y oscuro fue su boca, que había quedado en posición de recibir un cálido beso de hada. Ella, apenas verse libre, se colapsó y calló al suelo oscurecido por el manto de una opresiva noche, tanto que se volvía más cada vez, por todo lo que sabía que le podría esperar después de lo que le había franqueado y sufrido. El día la encontró en la misma posición, sobre sus rodillas en el suelo, dormida. Al despertar, se sorprendió al ver a su alrededor a otras hadas. Estas le hablaron, y le agradecieron desde lo profundo de su imaginario corazón el haberlas guiado con su camino onírico. Ella solo sonrió, sintió bríos renovados por la calidez que extrañamente manaba de su alma, alimentado por la gratitud de quienes había auxiliado. “Luna, espérame” pensó el hada y cual guía se encaminó. ¿Qué nuevos obstáculos podría enfrentar ahora, que nuevos retos y peligros? Solo el destino lo sabe, solo el destino. Y como ya anteriormente he dicho, el destino no sabe perdonar… Pero ya aprenderá…

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La Esencia

La Esencia está viva, cada día respira de nuestro aire y se mueve por nuestro espacio. Somos miserablemente pequeños ante ella. Es nuestra creadora. Pero sus manifestaciones son desconcertantes y casi nunca agradables. Sus manifestaciones son seres. Algunos andan entre nosotros y otros se ocultan en las sombras del mito, mientras que a otros más les es indiferente nuestra existencia y nos pasan de largo. Ellos son los seres de la Esencia.
Soy alguien que ha vivido cerca de todo ello, y que ha tenido la suficiente suerte de sobrevivir o, cuando menos, permanecer cuerdo.
Cada caso del que yo tenga conocimiento en el que se sospeche de una manifestación tal ha de quedar plasmado en este lugar. Aún a costa de mi volundad.

Mapamundi maldito

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