domingo, 24 de junio de 2007

Relatos de la Esencia... De Horrores en Carne.


¡Horror! Lo que vi no se compara a pesadilla alguna, lo que presencié es solo un síntoma de alucinaciones infraterrenas, pero, no podría una ilusión hacer lo que “eso” le hizo al pobre hombre que me acompañaba.
¡Terror! Algo insoportable de concebir, y que sigue perturbándome cada vez que cierro los ojos y la escena aparece en mis miradas tras los párpados cerrados, tras lo que tengo de juicio detrás de mis ojos.
El recuerdo de aquella mortecina noche me acecha con maldad enfermiza. Deseo tan solo acabar con aquellas imágenes que tanto me atormentan, que solo horadan en mi cordura y pronto provocarán un aluvión de discordia que terminará por desquiciarme por completo. Y estas son las imágenes que veo, esto que narraré a continuación.
La luna se ha ocultado en un telón de nubes en el cielo emponzoñado de la ciudad. La polución ha creado una persistente niebla en esta metrópoli. Mi buen amigo, Lauro, me acompaña después de una reunión sin mayor importancia. Solo bromeamos de sinsentidos y vagancias. Todo era tan insignificante, desde el significado de la vida hasta lo que podría haber pasado alguna lata vacía en su travesía hasta el suelo. Escuchamos extraños rumores de algún animal gruñendo en las calles aledañas. Luego fueron más y en mayor volumen. No nos preocupamos, “perros callejeros” pensamos.
El paso por un puente bajo fue el escenario de la pesadilla. Nos acercamos en ávida charla y al final de esa calle vimos a alguien parado en la sombra de ese puente, parecía haber salido de entre la bruma espesa de sucio aire industrial. Caminaba con extraña lentitud hacia nosotros. No nos importó su identidad, podría ser un transeúnte cualquiera. Eso es lo que pudimos haber seguido pensando de no ser por lo que siguió. Cuando estuvimos a una distancia considerable observamos con horror como la cabeza del hombre caía al asfalto y su cuerpo seguía de pié. La testa de la criatura, pues no era un hombre, lo podría jurar, se levantó y tomó la forma de una extraña criatura con garras y dientes que gruñía. A la cabeza siguieron los brazos y el tronco, las piernas y el resto de sus pies pronto parecía una furiosa jauría de bichejos feroces y hambrientos de los cuales no deseaba estar cerca así que sin miramientos emprendí una desesperada huída que mi amigo Lauro imitó. Pero pareció no correr lo suficientemente rápido, pues pronto fue alcanzado por una extremidad monstruosa, creo que era la otrora mano derecha, y fue derribado. Quise acercarme para ayudarle, pero pronto se abalanzaron contra él el resto ce criaturillas y no quise ser el próximo. Un egoísta sentido común me ordenó continuar corriendo no obstante las desesperadas súplicas de auxilio de Lauro que agonizaba al ser mordisqueado vivo por esas entidades ultraterrenas y asquerosas, estos aullidos de mi amigo terminaron pronto, pues ya no tenía garganta con la cual exclamar ni suplicar.
Me culpan ahora de ese homicidio aún cuando las pruebas remiten al ataque de animales hambrientos. Me dicen que pudo ser una alucinación de mi parte, pero las alucinaciones ¡NO MATAN!
Soy una víctima, soy inocente, soy un testigo de los secretos demonios que se esconden y asechan en la noche. Lauro ha muerto y la ineptitud de las fuerzas que supuestamente nos protegen no han logrado descifrar su homicidio. Si me escucharan se darían cuenta. Pero se niegan por considerar mi declaración como evidencia de locura.
¡MUERAN ENTONCES, PIERDANSE EN SU EXCREMENTO! No los detendré, pero tengo razón y eso no podrán cambiarlo.

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La Esencia

La Esencia está viva, cada día respira de nuestro aire y se mueve por nuestro espacio. Somos miserablemente pequeños ante ella. Es nuestra creadora. Pero sus manifestaciones son desconcertantes y casi nunca agradables. Sus manifestaciones son seres. Algunos andan entre nosotros y otros se ocultan en las sombras del mito, mientras que a otros más les es indiferente nuestra existencia y nos pasan de largo. Ellos son los seres de la Esencia.
Soy alguien que ha vivido cerca de todo ello, y que ha tenido la suficiente suerte de sobrevivir o, cuando menos, permanecer cuerdo.
Cada caso del que yo tenga conocimiento en el que se sospeche de una manifestación tal ha de quedar plasmado en este lugar. Aún a costa de mi volundad.

Mapamundi maldito

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